
Abandonado desde 2005, el Edificio de España, uno de los mayores íconos de la ciudad, sale a la venta
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MADRID ( El País ).- Acaban de lavarle la cara a la fachada y de día resplandece como en sus mejores tiempos. De noche, en cambio, parece un fantasma, una sombra de lo que fue. El Edificio de España, de 1953, una de las joyas modernas de la arquitectura de Madrid, también está afectado por la crisis y se ofrece al mejor postor.
Su declive comenzó hace décadas. Pero fue hace cinco años cuando cambió de manos y de destino. La propietaria, la firma Metrovacesa, había dejado languidecer al edificio durante décadas. Hasta que en 2005 lo vendió al grupo Banco Santander por 389 millones de euros. Hoy, este coloso es un activo más de su fondo inmobiliario Banif, que acuciado por la crisis y las peticiones de reembolso ha decidido ponerlo en venta, aunque sin descartar cualquier otra fórmula que permita sacarle rendimiento, según fuentes próximas a la entidad.
Antes de la crisis, el banco tenía otros planes y encargó un proyecto de rehabilitación integral, que precisamente debía de estar terminado este año, a los estudios Ruiz Barbarín y Rubio & Alvarez-Sala. Los arquitectos sólo confirman que el proyecto está "paradísimo" desde 2007. Y continúa así. ¿Alguna oferta? El banco no hace públicas las ofertas hasta que "se haya cerrado una operación".
Más gloriosos fueron sus comienzos. El padre de Antonio Bort era un comerciante boyante de Valencia, que acudió de inmediato a la llamada del edificio más brillante de Madrid . Era un canto de sirena difícil de evitar para un negociante sagaz. Así que abrió ahí la famosa perfumería Azul, en el chaflán opuesto a su edificio hermano, la Torre de Madrid, de 1957.
Ambos edificios, imponentes, fueron obra de los donostiarras Joaquín y Julián Otamendi Machimbarrena, que habían creado la Compañía Urbanizadora Metropolitana. Al frente de esta empresa lograron un abultado currículum como constructores. Acometieron las obras de la primera línea del metro de Madrid, urbanizaron media Gran Vía y parte de la avenida Reina Victoria. Los hermanos tenían querencia por las alturas. Hasta tal punto que se propusieron fulminar el récord que había establecido la sede de Telefónica (1929) en Gran Vía, con casi 90 metros de altura. Y lo consiguieron con el Edificio España, de 117 metros, que superaron con la Torre de Madrid (142 m).
La emprendedora pareja importó la idea de los rascacielos neoyorquinos. Pero no sólo en el sentido de modernidad que tanto apreció el perfumero valenciano, sino algo mucho más innovador: fue el primer edificio concebido como una pequeña ciudad vertical dentro de la ciudad, inaugurando la era de las edificaciones multiuso con apartamentos, oficinas, locales comerciales ¡y piscina!, otra primicia mayúscula. Incluso, se adelantó a estos tiempos sostenibles porque las altas densidades economizan energía.
Bort, según cuenta su hijo Antonio, que tiene 67 años y es un celebrado economista que lee a Marx y ama el jazz, quiso comprar el local en los bajos del rascacielos. Y tropezó con otra novedad: no se vendía nada; los espacios eran para alquilar. Una de las mejores clientas de la perfumería Azul, la señora Churruca, pertenecía a una de las familias propietarias, junto a los Otamendi, de la compañía Urbanizadora Metropolitana, a su vez propietaria del Edificio España. Así que el perfumero no tuvo más remedio que alquilar el local que hacía esquina con Princesa, trajo a su familia de Valencia y un día de 1956 inauguró el negocio con un cóctel.
En esos mismos bajos y en el amplio pasaje central se instalaron otros negocios, como Lady, una buena lencería o una tienda de antigüedades que vendía espadas de Toledo. En realidad, recuerda Bort, no eran comercios brillantes, sino más bien de medio pelo. Era consecuencia de su ubicación. El Edificio España estaba en el límite comercial de la ciudad. La calle Princesa aún no funcionaba en ese aspecto y tenía enfrente otro desierto para los negocios, la plaza de España. De manera que los comercios eran coherentes con el contexto.
En cambio, la perfumería que siempre estuvo en manos de la familia fue viento en popa. Se dirigía a la clase media-alta y por ahí pasaban alguna aristócrata, artistas, y "bastante ricachona mexicana", recuerda Bort. También pilotos y azafatas en consonancia con la gente que desfilaba por el hotel o trabajaba en las oficinas de algunas de las grandes aerolíneas internacionales que instalaron ahí su sede. Los apartamentos los solían ocupar extranjeros de paso. También gente del cine y que sirvió de plató para varias películas, entre otras, En busca del amor , de Jean Negulesco, que tenía como una de sus protagonistas a Ann-Margret.
Al principio, el hotel Plaza y su restaurante, con inmejorables vistas al Palacio Real y Campo del Moro, funcionaron bien. Eran los años locos de Ava Gardner y la farándula se dejaba ver por ahí.
Pero, según Bort, en ese edificio, en términos económicos, "no funcionó bien bien casi nada". Hubo de todo, hasta salas de fiestas, pero los locales cambiaban a menudo de dueño y nada acababa de cuajar. Eso sí, el trasiego de gente era importante. Algunos datos calculan que durante varios años hasta 3500 personas atravesaban el vestíbulo diariamente camino de las 400 oficinas o 200 apartamentos.
Hasta que el coloso fue decayendo. El padre perfumero se hizo viejo "y lo hizo decaer más", ironiza Bort. Las luces después de una lenta y larga decadencia se apagaron definitivamente en 2005.
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