La restauración de esta antigua estancia cordobesa tuvo la intención de unir las capas del tiempo, sus rastros e intervenciones a través de un nuevo diseño. En esta nota mostramos los jardines del casco que hoy funciona como hotel.
La estancia La Paz, situada en Ascochinga, Córdoba, atesora en su historia diversas etapas biográficas que definieron el estilo y carácter de su jardín. Primero fue parte de la estancia Santa Catalina, fundada por los jesuitas. Cuando estos fueron expulsados pasó a manos de la familia Funes y luego a Julio Argentino Roca, quien convocó al célebre paisajista Charles Thays para que diseñara el parque que se articula sobre una gran laguna. En el año 2011 le llegó el tiempo a la paisajista Ernestina Anchorena, a quien se le asignó la tarea de hacerse cargo del paisajismo de un nuevo emprendimiento que compone el parque con el hotel, cancha de golf, club de polo, centro de eventos, sector ecuestre y lotes.
Para abordar el trabajo se partió de una reflexión que la paisajista considera fundamental cuando se trata de unir aquello que tiene una importancia histórica con algo actual, y es dejar el ego de lado. Entender el sitio, su historia, pensar en las plantas que siempre hubiesen estado ahí, usar los materiales que corresponden a esa arquitectura, trazar líneas que partan de las casas y que no sean disruptivas.
En definitiva, trabajar sobre la idiosincrasia y los recuerdos, para darle una nueva lectura que de alguna manera vaya “cosiendo” las diferentes capas de tiempo e intervenciones, conformando una nueva capa, pero que no se manifieste como tal.
La primera decisión que se tomó en cuanto al diseño del espacio fue la de aterrazar la casa. En las fotos históricas se podía ver una intención de terrazas o circulaciones que delimitaban diferentes alturas. Esta decisión fue importante ya que la casa hacia el oeste estaba a nivel de la gran laguna, pero con una diferencia de altura muy grande hacia el norte, donde se ubica la “casa de mujeres” (que antiguamente cobijaba una pileta), y con el frente este, que da hacia una fuente de piedra. De esta manera se aterrazó un primer nivel para darle a la casa un jardín inmediato de pasto delimitado con un murete y una escalinata de piedra que lleva a la fuente; y un muro más pronunciado con una escalera que lleva a la casa de mujeres, que le da a esta su propio jardín íntimo.
Además de construir las terrazas, se abrió un patio entre la casa de estilo italianizante y el ranchón de la época jesuítica, que permite conectar los dos jardines y prolongar la vista. En este patio se plantaron olivos que, junto con las tipas, fueron los árboles destinados a “coser” la sierra con el parque. Las tipas se eligieron por estar naturalizadas y por su copa globosa que, de alguna manera, remite a los árboles nativos serranos. También por su forma globosa se eligió el olivo, además de ser un árbol simbólico que nos acompaña desde tiempo inmemorial. Otros patios van llevando hacia las tiras de habitaciones, la entrada, la recepción y finalmente la pileta.
Recuperar la escala intermedia
“En una de mis primeras visitas, mientras caminaba bajo los inmensos árboles plantados por Thays, entendí que el parque había perdido la escala intermedia y empecé a trabajar en la búsqueda de elementos para elaborar un diseño que no solo le diera funcionalidad a cada sector con patios, caminos, terrazas, escaleras, sino que recuperara esa escala con elementos vegetales pregnantes”, cuenta la paisajista.
“Charlando con uno de los mozos, este me contó que él había nacido en la estancia y que se acordaba de algunas antiguas rosas que crecían cerca del agua. En ese momento entendí que las rosas abrazarían el casco, y que conformar una rosaleda le daría además un carácter único al jardín”.
Así, convocó a su gran amigo Rafael Maino, especialista en rosas antiguas, y con él elaboraron una lista de rosas especie, rosas té, inglesas, damascenas y musgosas, entre otras, para los diferentes sectores, teniendo en cuenta que se adaptaran al clima de Ascochinga.
Las rosas fueron acompañadas por cercos de buxus podados para marcar las líneas rectas que se toman de las construcciones, y como cubresuelos se usaron Iris germanica que tan bien se dan en la zona. “En mis recorridas por el parque vi que todas las ‘obras de arte’, como puentes, un viejo acueducto, tomas de agua, etc., eran de ladrillón visto. Por lo tanto, me tomé de ese material para usarlo en solados, bordes de canteros, puentes, muros y muretes”. También se usó pórfido gris de la zona para los senderos que van más lejos, las calles y las pircas.
Junto con un gran equipo de jardineros y Blas Spina –a cargo de la ejecución–, se logró que los diferentes jardines y sectores del parque de La Paz tengan un espíritu atemporal, como si siempre hubiesen estado ahí, uniendo los viejos árboles custodios de la historia y las antiguas casas, con una escala intermedia que respeta, se amiga y enaltece lo que ya estaba.