La longevidad plena incluye la posibilidad de conocer gente nueva luego de la viudez o las separaciones pasadas: cómo se viven el romance y la sexualidad en esta etapa
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Se conocen en el club, en talleres, centros recreativos o incluso en aplicaciones de citas. Cada vez se escuchan más historias de “amores silver”, es decir, un amor que aparece pasados los 70, ahí donde la longevidad plena de la que tanto se habla incluye, también, la posibilidad de volver a enamorarse. Desde el abuelo que se volvió a casar hasta la madre o padre que enviudó y ahora está nuevamente en pareja, los casos se multiplican y llegan, también, a los medios de comunicación, de la mano de famosos que no dudan en compartir sus experiencias.
Ximena Díaz Alarcón, cofundadora & CEO de Youniversal, consultora especialista en investigación y tendencias, cuenta que desde su Trend Lab vienen identificando esta tendencia en crecimiento. “Aunque en estudios recientes encontramos que los +70 aún representan menos del 10% de los usuarios de aplicaciones de citas, se trata de un segmento en expansión, impulsado por generaciones que ya se han incorporado al ecosistema digital”, explica. Es que así como las personas mayores han ido adoptando servicios como el banco online, el e-commerce o la telemedicina, especialmente en sectores de clase media, Díaz Alarcón asegura que es esperable que también crezca su participación en plataformas para conocer gente. De hecho, las aplicaciones de citas hoy observan especialmente a la generación silver (nacidos entre 1946 y 1964): un tercio de las personas de esta franja etaria que tuvieron citas en los últimos cinco años recurrieron a las plataformas digitales en busca de ayuda, según un estudio de Choice Mutual. En España, la app Ourtime, que apunta al rango de “los maduros”, es furor: los perfiles verificados y el mayor soporte y asistencia figuran como sus principales atractivos. Actualmente, también está disponible en la Argentina.
“La gente mayor suele buscar compañía, amabilidad, vínculos emocionales y, en muchos casos, relaciones estables o citas ocasionales –aporta Díaz Alarcón–. A medida que la vida se alarga, también lo hacen las expectativas de bienestar, realización y felicidad. Hoy vemos emerger un fenómeno impensado décadas atrás: divorcios y separaciones a los 60 o 70 años, etapas que antes se asociaban al retiro emocional o la resignación. Pero el paradigma cambió: cada vez son más quienes deciden reinventarse en la madurez, con la convicción de que la vida sigue y merece ser vivida con plenitud”.
El fenómeno es global y tiene, incluso, un nombre: “grey divorce” (divorcio gris). Se refiere al crecimiento sostenido de separaciones entre personas mayores de 50 años, especialmente entre los 60 y los 70, después de muchos años de matrimonio. “El término se popularizó en los Estados Unidos a partir de estudios del National Center for Family & Marriage Research, que mostraron que, mientras las tasas generales de divorcio bajaban, las de este grupo etario aumentaban”, cuenta Díaz Alarcón.
Nuevas formas de vincularse
En términos generales, enamorase de alguien implica, más tarde o más temprano, querer compartir proyectos. Hoy, que se prolongó la vida y la calidad de la misma, los +70 están bien lejos del imaginario del “abuelo” que solo cuida a sus nietos y está al servicio de sus hijos. Muy por el contrario, la “generación plateada” manifiesta que le gusta viajar, salir al teatro, hacer planes. “Hoy las personas de 70 años y más tienen otro rol en la sociedad, no están ‘guardados’ sino que toman un lugar protagónico”, explica María Ana Cornu Labat, investigadora especializada en el deterioro en el matrimonio, abogada y Máster en Matrimonio y Familia.

“Los vínculos son más maduros, ya saben qué quieren y qué no quieren, hay más autoconocimiento. No hay necesidad de mostrarle a otro lo que no es, el futuro es hoy, son vínculos más concretos, más serios, con menos vueltas, hay mayor respeto por la individualidad del otro y al mismo tiempo menos tolerancia; uno no tiene la paciencia para esperar cambios, son vínculos de mucha verdad y aceptación”, describe Cornu Labat.
La experta cuenta, también, que lo que más destaca en las parejas de esta edad es el respeto por los gustos personales y la negociación constante en este sentido. Por otro lado, dice, los vínculos de los 70 años son de mucha amistad: las parejas no quieren vivir “pegoteadas” porque se acostumbraron a la soledad y hay mayor autonomía que en otras etapas vitales. “No puede haber mucha pelea y discusión acalorada porque eso se da en las parejas donde ambos están creciendo juntos, con hijos que se interponen, dificultades económicas, laborales. Todo eso ya no está en esta edad, ya pasaron por eso, hay disfrute”, explica la especialista.
Dos viudos y otra oportunidad
Emma (77) estuvo casada durante 50 años. Asegura que el suyo fue “un esposo maravilloso” que, en el marco de la pandemia, estuvo seis meses internado casi en coma. Junto a sus tres hijos, ella lo visitaba a diario, pero lamentablemente él falleció. “Uno tiene dolores muy fuertes, pero no hay que quebrarse, la vida es así”, fue el lema de siempre de Emma.
Osvaldo (82) también estuvo casado casi 50 años con “una mujer maravillosa” con quien tuvo dos hijos. Habían prometido volver a casarse e irse de viaje a Europa, pero no pudo ser: ella falleció antes de lograrlo. Aun así, Osvaldo cumplió con su palabra y viajó solo al otro continente.
Ni él ni Emma planeaban volver a enamorarse: los dos sentían que ya habían experimentado plenamente el amor en sus vidas. Emma, como presidenta de su centro de jubilados, comenzó a dedicar su vida a acompañar a los demás, crear un espacio de encuentro con talleres, clases y viajes por el país cada dos meses. Osvaldo, por su parte, aceptó la invitación de un amigo a su regreso de Europa para asistir al centro, algo a lo que, hasta ese momento, se había negado.
Así fue cómo, en un viaje a las Cataratas, conoció a Emma, que era una de las organizadoras. Hablaron desde un primer momento y salían todos los días a caminar: cada uno encontró en el otro una persona con la que abordar todos los temas posibles. Al regresar a Buenos Aires salieron a tomar un café. “Yo realmente quedé enamorada. Soy psicóloga clínica y lo veía en mis pacientes, pero pensé que nunca me iba a pasar. Hay amores nuevos, se puede volver a sentir amor y vivir acompañada, sin ninguna vergüenza de sentirlo, de vivirlo”, asegura Emma.

Osvaldo había enviudado hacía casi cinco años y Emma hacía casi tres; los hijos de ambos aceptaron muy bien las nuevas relaciones. Aunque los dos saben que ninguno va a ocupar el puesto de madre o padre, ambos quieren muchísimo a los hijos del otro.
“Yo estuve guardando luto, no me quería poner cosas de colores, pero cuando vino él a mi vida llegaron de vuelta el color y la alegría”, se sincera Emma, que sigue queriendo y respetando a quien fue su esposo y tiene su foto en su casa, así como Osvaldo la de su mujer. “Hay que mirar para adelante, no hay que comparar, son dos vidas diferentes. Una de cuando tenías 20, 30, 40 años, con una obligación; ahora tenemos 70 u 80 años, con otras obligaciones, otra vida y gracias a Dios, nos comprendemos, nos entendemos y nos queremos”, asegura Osvaldo.
Hace tres meses, decidieron irse a vivir juntos. A Osvaldo le pusieron un marcapasos y sus hijos le aconsejaron quedarse con Emma. Ella rápidamente aceptó, porque lo quería cuidar. “Es un tipo muy fuerte, a los dos días de su operación estábamos caminando por Villa Urquiza comprando los ñoquis del 29. Nos gusta ir al teatro y viajar”, cuenta Emma. Incluso tienen planificado un viaje al Calafate y al Caribe para los próximos meses.

El ¿tabú? de la sexualidad
Volver a enamorarse es tan posible después de los 70 como en cualquier otra etapa de la vida. “El amor no tiene edad, esto no es solo un cliché, sino una realidad. De hecho, hay muchas personas que encuentran después de los 70 años nuevas oportunidades con una mirada distinta”, asegura la licenciada Mariana Kersz, terapeuta de parejas y sexóloga. “Tiene que ver más con la conciencia de la finitud, de dónde estamos ubicados y del tiempo posible que tenemos por delante, entonces hay menos idealización y romanticismo en el sentido literal del término, el vínculo es más real, de cuidado, de compartir, son vínculos más sinceros, tienen que ver con el aquí y ahora, el disfrutar y el disfrutarse”, agrega.
Mariana Kersz propone, entonces, pensar la sexualidad como dos conceptos que se unen pero son distintos: uno es el erotismo y otro el sexo coital. “La sexualidad tiene más que ver con el erotismo y eso sigue vigente hasta el último día de la vida, se relaciona con el deseo y la capacidad de fantasear –asegura–. Es algo que va cambiando sus formas a través del tiempo, no es lo mismo durante el noviazgo que con hijos, en el puerperio, embarazo o durante la menopausia”. Del mismo modo, agrega, con la edad la sexualidad está más ligada a las caricias, al contacto íntimo y al bienestar.
“A veces, con las dificultades motrices o físicas que pueda tener la persona, la sexualidad se pone en juego desde un lugar distinto y eso es tan válido como el coito”, explica Kersz. Asegura, también, que hubo un cambio generacional en esta tercera edad: es hora de romper el imaginario falso donde se percibía a los adultos mayores como asexuados. “Hoy, a los 70 u 80 años, son muchas las personas que hacen actividad física, que viajan, que tienen una buena calidad de vida, que cambiaron sus hábitos positivamente –plantea–. Desde lo social, el amor se reconoce como una forma válida y posible para personas de ese rango y la sexualidad no queda ajena”.
De un balcón a otro
Luly estaba cerca de cumplir 70 años, divorciada, con dos hijos y tres nietos, cuando en marzo del 2020 se declaró la cuarentena obligatoria. Como estaba dentro de la edad considerada de riesgo, se encerró en la casa en la que vivía hacía 40 años y no salió durante 120 días. Las compras las hacía online, se organizaba con el delivery y contaba con la ayuda del encargado para que todo llegara de la calle a su puerta. Cuando escuchó en las noticias que era importante tomar sol para obtener vitamina D y fortalecer el sistema inmunitario, empezó a salir al balcón a diario.
Un día, vio en el edificio contiguo a un vecino que jamás había registrado: era Max, de 87 años, tres hijos y siete nietos. Vivía solo y se había mudado a ese departamento hacía siete años. Sin embargo, no se conocían. Tal vez nunca coincidieron los dos en sus balcones o, lo que es más probable, nunca se habían prestado atención hasta entonces, cuando el destino los hizo pausar sus vidas de manera obligatoria.
“Lo saludé y le pregunté cómo estaba. ‘Aburrido, encerrado y muy desganado’, me dijo. Lo vi bastante mayor que yo y me surgió la veta solidaria, así que le dije que si quería yo le podía levantar el ánimo ya que soy una mujer muy optimista y de muy buen humor. El señor, reticente y algo tímido, me dio las gracias, y nos volvimos a ver unos días más tarde en el mismo sitio. Él en su balcón y yo en el mío”, cuenta Luly, que no buscaba ni quería ninguna relación y menos que menos con un hombre mayor. De hecho, hacía varios años que había tomado la decisión de no tener pareja. Era la primera vez que vivía sola y estaba disfrutando mucho de la experiencia: se sentía cómoda y plena.
En una de aquellas pequeñas charlas, Luly le pidió a Max su teléfono: intercambiaron números y cada tanto hacían una cita programada en el balcón para conversar.
Para el 17 de septiembre, día del cumpleaños de Max, ella decidió sorprenderlo: le llenó el balcón de chocolates mientras él había salido. “Le pasé los chocolates con un palo a través de la red que hay en mi balcón. Até uno por uno con una banda elástica al palo y lo pasé al balcón de al lado dejándolos caer en el piso”, cuenta divertida.
Pero cuando Max llegó a su casa ni siquiera la llamó para agradecerle. “Que se jorobe, yo no le doy más bolilla, es un amargado”, pensó Luly, indignada. A partir de ese momento, para salir al balcón se fijaba que él no estuviera para no tener que encontrárselo. Después supo que lo que había pasado era que Max no sabía usar bien el celular y no pudo lograr la comunicación.
Pasaron dos meses hasta que Max la llamó finalmente por teléfono: estaba sorprendido porque hacía tiempo que no la veía en el balcón. También estaba preocupado por ella y quería saber si se encontraba bien. Luly le respondió que estaba perfectamente y entonces él la sorprendió con una invitación a cenar.

El domingo salieron a cenar a una cuadra de sus casas. “La cena fue muy agradable. Yo lo veía como un vecino viejito al que podía ayudar a mitigar la soledad”, se sincera Luly. Pero a la semana siguiente fueron a almorzar y al salir del restaurante, él la tomó de la mano. Entonces, algo pasó. “Pensé que era una broma del destino. Yo no buscaba nada y apareció Max en mi vida. Retraído, educado, delicado y cariñoso. Nos amamos de una manera que jamás hubiera imaginado”, cuenta Luly al describir ese amor inesperado que llegó a su vida para quedarse.
Tres meses después, Max la sorprendió en el living de su casa con los anillos y la pregunta: “¿Te querés casar conmigo para toda la vida?”. “No sabés cómo lloró cuando le dije que sí –cuenta Luly–. Nuestra historia es auténtica y llena de magia. Es algo para celebrar la vida, apostar a un amor a esta altura del partido es algo que nos trasciende. Nos emocionamos mucho porque nos amamos con locura. Juro que jamás imaginé enamorarme así a mi edad. Y él estuvo diez años solo, sin salir con nadie. ¡El amor es lo más lindo que hay en la vida! Siempre te da la oportunidad de sentir mariposas en la panza. Es algo maravilloso”, concluye Luly emocionada y, por supuesto, totalmente enamorada de Max.













