A dos horas de navegación desde Tigre, esta reserva natural con un área de preservación se hizo famosa por su presidio
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Después de atravesar el delta del Río de la Plata en una embarcación durante dos horas, avistar la isla Martín García –una reserva natural y sitio histórico provincial distante apenas 60 km de la ciudad de Buenos Aires– promete muchas aventuras en la naturaleza y un repaso de parte de la historia argentina. Rodeada por islas aluvionales deshabitadas y cubiertas de vegetación, enseguida se nota la característica que la diferencia de las demás: es un afloramiento de rocas precámbricas, a 27 metros sobre el nivel del mar.
En ese paisaje de rocas se funden distintos ambientes naturales, que fascinarán a los amantes de la naturaleza, el senderismo y el avistaje de aves. El encargado de la reserva natural, Nazareno Asin, explica que en la isla hay bosques y matorrales ribereños, juncales y pajonales, espinales, pastizales y arenales. En la casa que habitó el poeta nicaragüense Rubén Darío se armó el Centro de Interpretación Ambiental, donde están bien narrados los ambientes con su flora y su fauna, más la larga historia de la isla.
A pesar de que es muy pequeña, la isla Martín García conserva una parte importante de la historia de nuestro país en su casco urbano. Alrededor de la plaza principal se ubica el edificio colonial del Centro Cívico –donde funcionan la Dirección Provincial de Islas, el Servicio de Guardaparques, el Centro de Guías locales, el Registro Civil y el correo– y los paredones del Antiguo Presidio.
Como era un enclave militar por su ubicación estratégica en la confluencia del Río de la Plata y el Uruguay, los enormes cañones todavía se apoyan en las rocas y apuntan hacia el agua. Allí estuvieron presos desde el cacique pampa Juan José Catriel y el cacique mapuche-tehuelche Vicente Pincén, hasta los presidentes Hipólito Yrigoyen, Marcelo T. de Alvear, Juan D. Perón y Arturo Frondizi.
Las guías María Elena Reus, Gabriela Bertsos y Viviana Aranda organizan recorridos al Museo con sus hallazgos arqueológicos y recuerdos históricos, la casa almacén, la antigua capilla, el Teatro General Urquiza (el único edificio de estilo art nouveau en la isla, porque fue construido por inmigrantes italianos) y el Faro y la Casa de las Aguas (con un trabajo artesanal de mosaiquismo realizado por los artistas Julieta Frogley y Fernando Perfetti, que se enamoraron de la isla llegando en sus kayaks) en el Parque de las Luces.
También visitan el cementerio, con sus cruces misteriosamente torcidas (se cree que son símbolos masónicos), el Lazareto y el antiguo crematorio, la panadería famosa por su pan dulce y el Comedor Solís –que ofrece pesca del día, parrilla y pastas–. Todo se encuentra a pocos pasos de distancia.
Un poco de historia
Si bien las poblaciones originarias de charrúas y guaraníes ya habitaban de manera nómade la isla, la historia cuenta que fue “descubierta” por el conquistador español Juan Díaz de Solís en 1516. Recibió su nombre en homenaje al despensero de la expedición, Martín García, que murió durante el largo viaje en el océano Atlántico y fue enterrado apenas desembarcaron en ese lugar. Ya desde la época del primer virrey Pedro de Ceballos este enclave se convirtió en una guarnición militar fortificada.
El Tratado del Río de la Plata se firmó entre la Argentina y Uruguay con el objetivo de marcar los límites tanto del río como de las islas en 1973. Martín García, situada en aguas uruguayas pero habitada por argentinos desde más de un siglo atrás, quedó bajo jurisdicción de nuestro país “destinada exclusivamente a reserva natural, para la preservación de la flora y la fauna autóctonas”.
En la década del 80, la isla rocosa argentina se fusionó a causa de la sedimentación con la isla aluvional uruguaya Timoteo Domínguez, formando el único límite seco que existe entre los dos países. Desde entonces, es un gran territorio de 168 hectáreas dividido por la pista del aeródromo, detrás de la cual se encuentra la zona intangible de máxima protección de la vegetación y la fauna autóctona, de unas 70 hectáreas, por la cual no se permite el paso.
Los senderos para conocer la isla
Apenas se llega a la isla, se abren varios senderos para recorrerla a pie en el día, de acuerdo con los ritmos de cada visitante. Justamente en la primavera y durante todo el verano es más lindo transitarlos, no solo por la temperatura agradable, sino también porque es cuando se puede disfrutar de más variedad de flora y fauna.
Cerca del muelle empieza el Sendero de la Cantera, denominado así ya que de esta y otras más de cincuenta canteras de la zona se extrajeron las rocas graníticas para hacer los adoquines de San Isidro y parte de la ciudad de Buenos Aires durante el siglo pasado. En la cantera se formó una gran laguna, donde las garzas armaron sus nidos. Los guardaparques muchas veces deben cerrar este camino, ya que el guano de las aves puede ser perjudicial para la salud y provocar patinadas peligrosas. Un poco más atrás está el Sendero de la Costa, cortito pero muy hermoso, porque atraviesa la selva en galería y llega hasta la playa, con una vista magnífica de la vecina isla Oyarvide.
Hacia el otro lado, nace primero el Sendero del Arenal, que sube y baja varias lomas con cactus, espinillos, cardones, lapachitos y hierbas medicinales como la marcela y termina en un espejo de agua cubierto de juncos. Luego de atravesar las ruinas de las casas coloniales cubiertas de higuerones del Puerto Viejo, al que hoy llaman el “Barrio Chino”, inicia el Sendero Mirador de las Aves, desde el que se ve buena parte de la isla argentina y también la isla uruguaya que se fusionó.
Desde allí, la guardaparque Gloria Domínguez cuenta que ya se han divisado varios ciervos de los pantanos y cerca de 250 especies de aves (federal, hocó colorado, lechuza de campanario, espátula rosada, pava de monte, junquero y reinamora entre otras), un cuarto de todas las que hay en el país. También, 160 especies de mariposas –incluida la emblemática bandera argentina–, mulitas, zorros de monte, lagartos overos, lagartijas de la arena, carpinchos, coipos, lobitos de río, tortugas de río, comadrejas coloradas, falsas corales y yararás.
Más adelante este camino se junta con el Circuito de la Selva, que bordea la parte más baja y húmeda de la isla y permite disfrutar de las más de 800 especies de flora –algunas son canelón, ceibo, laurel criollo, anacahuita y murta– y los carpinteros y las garzas. Este recorrido pasa por el Parque de los Pueblos Hermanados con su monumento –cerca de donde estuvo la casa que alojó a Hipólito Yrigoyen, cuando estuvo preso–, el Solar de la Cartuchería de la antigua guarnición militar –que tuvo que retirarse tras la firma del tratado–, el Monumento de las Dos Banderas y la llamada Casa de los biólogos e investigadores.
Los senderos más amplios y largos, para disfrutar durante al menos unos 30 o 40 minutos, son la Circunvalación Sur y la Circunvalación Norte, que recorren el casco urbano y los ambientes de espinal y selva. En el último recorrido se puede ingresar al Cámping Grumetes, donde está el Mirador de la Frontera, que ofrece una vista panorámica de los pastizales, la zona intangible y la costa uruguaya, del otro lado del Canal del Infierno.
Las casas coloniales, coloridas y como nuevas
Otra característica distintiva de la isla es que todas las casas bajas y coloniales son propiedad de la provincia de Buenos Aires y no de quienes las habitan. Sin embargo, los vecinos las cuidan, las pintan de hermosos colores y les siguen brindando ese toque histórico que recuerda el pasado de nuestro país.
Para llegar a Martín García se puede tomar un avión o una embarcación de las empresas Sturla o Rumbo Delta en el Puerto Fluvial de Tigre o Puerto Madero, durante los fines de semana y los feriados. Quienes lo desean pueden quedarse a dormir en alguno de los cámpings (Martín García o Grumetes, que también tiene habitaciones). Antes, la luz no duraba demasiado, pero desde que instalaron un parque de energía solar eso ya no ocurre. La isla también se puede recorrer en kayak o en bicicleta, aunque para eso es necesario contratar al prestador local Centro de Actividades Náuticas y Ecológicas (CANE).
La isla está hermosa y prolija gracias a sus poco más de cien habitantes, los guardaparques, los prefectos y el director Diego Simonetta, que también con mucha pasión controla el funcionamiento del lugar como si fuera propio, desde que se apaguen las luces del museo hasta que el pasto se mantenga cortito para que pueda verse alguna yarará que atraviese el camino (en ese caso, el personal capacitado la captura y transporta a la zona intangible, lejos de la población). Sin duda alguna, Martín García es un lugar con historia y naturaleza para descubrir, compartir y disfrutar.