María José Rutilo, creadora de Zapatillas verdes, le sumó un propósito social a sus salidas de running: juntar plásticos
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Majo es periodista, ultramaratonista y madre de dos pequeñas, Margarita de 6 y Mora de 2 años. Con 52 años, irradia energía y ganas de ayudar. Su vida, marcada por la superación y el compromiso, se resume en una frase que lleva como bandera en cada carrera: “Todo llega”.
El motor inicial que la lanzó al asfalto no fue la búsqueda de récords, sino una necesidad profunda de canalizar el dolor. “Cuando falleció mi papá salí a correr, era mi forma de sacar la tristeza por algún lado. Nunca lo había hecho y no paré desde el 2003”, recuerda Majo.
El running, descubierto a sus 30 y pocos años, se convirtió así en una terapia transformadora que le otorgó la paciencia, la conducta y la disciplina que hoy aplica a todos los aspectos de su vida, incluyendo las exigencias de correr ultramaratones. Un testimonio vivo de que nunca es tarde para nada.
Con el tiempo, la carrera dejó de ser solo una vía de escape personal para convertirse en un proyecto de impacto social y ambiental: Zapatillas verdes.
Majo explica que, mientras hacía los fondos largos preparatorios para maratones y ultramaratones, empezó a practicar un simple pero poderoso hábito: levantar la vista del reloj para conectarse con la realidad. Y esa realidad que veía en los costados de los caminos era en un punto desoladora, con muchas botellas y basura en general.
Esa visión de la contaminación la impulsó a “correr con propósito”. En 2013, su iniciativa tomó forma al contactar a Cristina Lescano, directora de la cooperativa El Ceibo. Lo que comenzó fue una logística solidaria: Majo y su equipo comenzaron a recolectar botellas en las carreras y entregárselas directamente a la cooperativa, quienes llegaban con el camión para llevarse “piletones llenos de botellas listas para reciclar”. El gesto se amplió con la donación de ropa y zapatillas por parte de runners solidarios. “La verdad que con poco se hace mucho, no solo el dinero hace que puedas ayudar”, reflexiona Majo sobre esos años de acción directa.
Con el paso de los años, su trabajo se centró en la concientización. Majo tuvo la oportunidad de dar charlas en eventos y maratones, logrando que organizadores comprometidos se sumaran a la idea de hacer eventos sustentables, entendiendo que la información es el canal más importante para que los corredores no tirasen los envases de hidratación al suelo.
Su mensaje es claro y contundente. “Cada botella que se va a un sumidero termina en el río, en el mar y en los océanos”. La fórmula es simple y escalofriante: si un reciclable no termina en una empresa de reciclaje, acaba contaminando y transformándose en microplásticos presentes en el agua.
A su vez, su vínculo con Mundo Marino le ha revelado el drama que viven las especies marinas: tortugas cabezonas con la panza llena de plástico y lobos con zunchos en el cuello. Los desastres en los mares y la existencia lamentable de las islas de plástico flotando por las corrientes marinas, demuestran que es urgente informar y concientizar a la población.

La desinformación
En cualquier caso, Majo advierte en que la raíz del problema es la desinformación, no la maldad. “La gente no es mala o buena, hay mucha desinformación de cómo y por qué separar la basura del reciclable”. Por eso, su necesidad hoy no es tanto juntar botellas (una logística difícil para las cooperativas), sino utilizar las redes sociales y los medios de comunicación para explicar el porqué de no tirar nada al suelo.
De todas formas, su visión es optimista y se enfoca en las soluciones. Destaca el crecimiento de muchísimas empresas y pymes B (buscan utilizar la fuerza del mercado para dar soluciones a problemas sociales y ambientales, además de generar ganancias), que transforman materiales de descarte en ropa, productos de belleza o zapatillas, dando visibilidad a este proceso virtuoso de una economía circular.
De esta manera, cambiando una botella de plástico por una reutilizable, separando la basura en casa o pensando muy bien antes de tirar algo al suelo, se produce un efecto dominó similar al que experimenta un deportista: “Una vez que te enganchás, a veces, no siempre, no parás y terminás corriendo ultramaratones locas. Corrí entre otras Nueva York, Río de Janeiro, Madrid, Berlín, Buenos Aires, Rosario, Melbourne, Tokio; hice ultramaratones en playa, montañas y selva. Hace poco volví de correr en Chicago”, cuenta Majo, reafirmando la escala de sus logros.
Su historia es una poderosa invitación a la acción, a recordar que nunca es tarde para nada (ella fue mamá a los 46 y a los 50 años) y que se puede utilizar la propia energía y los kilómetros recorridos, sean reales o metafóricos, para proteger el planeta.
Hoy, su deseo es encontrar ese gran espacio para contar su mensaje de deporte y conciencia: “¡Ojalá se abran más puertas y ventanas para poder dar este mensaje!”, concluye Majo, con la misma fuerza que la lleva a correr 12 horas en una pista de 400 metros mientras entrena para su próxima carera.
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