Para evitar una tragedia, Mar del Plata reforzó los controles
MAR DEL PLATA.- En la selfie de un inolvidable amanecer que las chicas se llevan en su celular aparecen las boinas bordó y el uniforme azul camuflado de efectivos de Caballería. A la multitud que camina cuesta arriba, ya con plena luz del día y las discotecas en silencio, le marcan el paso los efectivos de un grupo de operaciones especiales, con motos y armas largas. Es difícil que la imagen de un policía no se filtre en cualquier recorte del paisaje del corredor nocturno de Playa Grande, principal centro de la diversión nocturna marplatense y escenario desde el principio de año de algunas situaciones de violencia que pisaron los límites de la tragedia.
Por esa pendiente del Paseo Victoria Ocampo que lleva al Boulevard Marítimo Peralta Ramos pasaron en una hora y media, desde las 6 y hasta las 7.30, más de 15.000 personas que ya bailaron, bebieron, se divirtieron y -se espera- deben volver a sus casas sanos y sin inconvenientes. Desde temprano y hasta esas horas el lugar es una fortaleza a la que también se suma la Prefectura Naval Argentina (PNA).
Es que los desatinos y desbordes del personal de seguridad privada de los boliches y la más reciente gresca de un grupo de jugadores de rugby, que enfrentó a golpes de puño a más de 50 jóvenes ante la mirada de otros cientos, apuraron el refuerzo del operativo de control para evitar que la infernal movida de las madrugadas termine, aquí también, con un muerto.
Que todavía no lo tuvo de milagro. Porque un joven marplatense lanzado literalmente contra el piso con brutalidad por un custodio de la discoteca Ananá golpeó su cabeza y cervicales contra el piso sin sufrir rasguños, aun cuando el impacto lo dejó inconsciente. Y porque las lesiones fueron menores en aquella batalla campal sobre arena entre jóvenes rugbiers que a patadas y trompadas saldaron diferencias previas a estas vacaciones en la costa.
El destino dio -por suerte- otra oportunidad y los responsables de la seguridad en la ciudad dispusieron un operativo de saturación en los centros de esparcimiento, con especial énfasis en esa franja que se extiende desde la Escollera Norte hasta La Normandina. "Decidimos reforzar todo el sector durante la tarde y la madrugada, y también otros centros donde hay otras discotecas, shows o recitales", explicó a LA NACION el jefe departamental en Mar del Plata de la policía provincial, comisario Cristian Marcozzi.
Solo en Playa Grande se despliegan cada noche 170 efectivos. "Será así hasta fin de temporada", confirma Marcozzi, con la consigna de no correr riesgos de hechos que alteren la paz. Cuenta allí con personal de Caballería, Infantería, Delegación Departamental de Investigaciones, Equipo Motorizado Antidisturbios de Infantería (EMAI) y la intimidante Unidad Táctica de Operaciones Inmediatas (UTOI), apoyadas por patrullas y camionetas. En la Escollera Norte complementa la PNA.
El único momento de tensión se da sobre las 6.30, sobre uno de los extremos de Ananá. Hay una escaramuza y corren efectivos de la UTOI, siempre con sus escudos. Hay un joven golpeado tras una pelea breve. Todo se normaliza.
"Era necesario poner un poco de orden, sobre todo por los excesos de los custodios con algunos chicos", afirman Belén y Tatiana, de La Plata, recién salidas de una de las discotecas. "La pelea del otro día pudo haber terminado con un muerto", dicen otras chicas de Palermo sobre la pelea entre rugbiers.
Tras aquellos primeros episodios, se acordó una intervención pronta sobre el epicentro de los disturbios. Comenzó por las tardes, con controles que prohíben el ingreso con bebidas alcohólicas: hasta la primera semana de enero ese espacio público de Playa Grande estuvo plagado de heladeras portátiles hasta el tope de vodka y fernet, entre tantas otras variedades. Las autoridades temieron por desbordes y apelaron a una ordenanza vigente que permite implementar en esos espacios la "ley seca".
Luego se replicó en la noche, con más esfuerzo policial. Hay una dotación de casi 100 hombres entre las 15 y las 23 que casi se duplica entre la medianoche y algo más de las 7 de cada día. En ese último turno hay consignas claras: quienes bajan a los complejos de boliches no pueden pasar con bebidas en mano.
La otra disposición que se cumple a rajatabla es que nadie puede bajar a la playa hasta más de una hora después del cierre de las discotecas. Los policías ordenan el acceso a los taxis. Y tras el silencio de las consolas nadie se queda en el camino. Más de 30 efectivos de la UTOI arrían a todos hasta el bulevar para que busquen algún medio de transporte. "Vamos muchachos, no me la compliquen", reclama uno de los jefes del grupo a los más remolones.
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