“Perder un hijo es un bucle en el tiempo y no hay luz al final del camino”, dijo su madre
Desde un dolor inextinguible, Jimena Aduriz mantiene encendida la llama del recuerdo de su hija, asesinada el 10 de junio de 2013 por Jorge Mangeri; esta vez, por la pandemia, no habrá misa ni ceremonias, confió a LA NACION,
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“Este año se hizo particularmente duro. En octubre próximo se cumplen diez años de la fiesta de 15. Tuvo dos festejos, con mi familia y con la de su padre. Pero el gran regalo iba a ser un viaje, cuando cumpliera 18 años. No llegó a concretarlo. La mataron cuando tenía 16 años”, dijo Jimena Aduriz, la madre de Ángeles Rawson, la adolescente de 16 años que el 10 de junio de 2013, fue abusada sexualmente, asesinada y arrojada a la basura en Palermo.
A ocho años del femicidio, en su mural de la red social Facebook, Aduriz aseguró que perder un hijo es como “un bucle en el tiempo” en el que “no hay luz al final del camino”. Tampoco asoma la salida en el túnel en el que está desde entonces encerrado Jorge Néstor Mangeri, que aún debe pasar otros 27 años encarcelado para dar por concluida su condena a prisión perpetua como autor del crimen.
“El paso del tiempo es muy duro. Es un duelo que nunca expira. Estoy rodeada de mucha gente y soy muy fuerte. Ocho años después no se vive el shock o la turbulencia del principio, pero se hace todo muy difícil de llevar. Recordar que se cumplen diez años de la fiesta de 15 me produce mucho dolor”, agregó la madre de Ángeles, en la charla telefónica con LA NACION.
Una de las fotos que identifica su red social tiene la imagen de Ángeles con Jimena el día de aquel cumpleaños icónico. Ángeles fue asesinada un año y medio después, el 10 de junio de 2013, cuando regresaba a su casa, después de la clase de Educación Física, materia que cursaba en el cuarto año de secundario de la escuela Nuestra Señora del Valle. El crimen ocurrió en el lugar en el que debía estar segura: su hogar, en el edificio de Ravignani 2360, Palermo.
“Tres días antes de que la mataran, Ángeles me dijo que tenía el mejor promedio de la clase. En esta fecha uno comienza a recordar el minuto a minuto de los últimos días. La última vez que la vi fue el 9 de junio a la noche. Dormía y logré darle un beso entre su cabello largo y la gata, que estaba en su cama. Al día siguiente me fui a trabajar y llamé a mi casa para avisarle que comprara café; fue la última vez que hablé con mi hija”, recordó Jimena.
"Perder un hijo es un bucle en el tiempo. Como el Día de la Marmota. Todo se repite de la misma manera, con la misma intensidad, con la misma vigencia"
Jimena Aduriz
A partir del femicidio de Ángeles, su madre comenzó a desarrollar una lucha para ayudar a las víctimas de la violencia de género. Es madrina de un refugio para mujeres que sufrieron violencia familiar e integra el Observatorio de Víctimas de Delitos de la Cámara de Diputados, junto con Matías Bagnatto, Vivian Perrone, Guillermo Bargna y Alberto Lebbos.
“Me desespero ante la posibilidad de que otra persona pueda sufrir lo mismo que mi familia. Mi mensaje es de resiliencia: que si bien es muy doloroso y cruel, uno puede encontrarle el sentido a la vida en el servicio, en ayudar a que otras víctimas no tengan que pasar por lo mismo que viví yo. Pongo mi energía en cualquier tipo de actividad que sirva para evitar que haya más víctimas”, sostuvo Aduriz.
Con respecto a la conducta de Mangeri, que durante el proceso nunca se hizo cargo del femicidio de Ángeles, Jimena afirma que esperaba que algún día él confiese lo que hizo con su hija. “Ninguno de los habitantes del edificio en el que vivía pudo haber sospechado de Mangeri”, afirmó Aduriz.
Acciones conmemorativas
“Estoy trabajando para que se eduque sobre qué es una relación violenta, con el objetivo de que nadie se acostumbre a esa clase de vínculos. Esto lograría que se pueda reducir esa cifra del 84% que, según las estadísticas, corresponde a las víctimas de femicidios que fueron asesinadas por sus parejas en el contexto de violencia de género. Aunque mi hija no estaba dentro de ese universo del 84 por ciento”, sostuvo la madre de Ángeles durante el diálogo con LA NACION.
Como Ángeles fue asesinada antes de que terminara el secundario, y además Aduriz y su familia se mudaron a San Isidro en los tres años posteriores al femicidio, se perdieron los vínculos con varias de las compañeras del colegio. No obstante, hasta que se dispuso el confinamiento por la pandemia, Jimena preparaba personalmente los detalles de la misa para recordar a Ángeles en la iglesia del colegio Nuestra Señora del Valle.
“Cada cosa buena que nos pasa en la vida nos linkea con la ausencia. Ese es el gran dolor, que se provoca por esa ausencia que se agranda en las fechas especiales. Por eso recuerdo a Ángeles como un ser lleno de luz”, aseguró Jimena.
”Lo que podemos hacer –continuó– es aprender ciertas habilidades para tratar de convivir lo mejor que podamos con esa sucesión de acontecimientos que sabemos que van a venir, de los cuales no podemos escapar y de los cuales no hay una luz al final del camino, por lo menos en esta vida”.
”Nos queda nuestra fe, para quienes tenemos la fortuna de tenerla, y el cariño de los que nos rodean tanto física como virtualmente... Para quienes no lo hayan pasado, solo sepan que es así, y téngannos paciencia”, pidió la mamá de Ángeles. ”Vuelco mis sentimientos y emociones en este espacio porque, además de sentirlos, en algún momento alguien le puso palabras a esas emociones que siento desde que mataron a Mumi”, explicó Aduriz en otro de los mensajes.
”Creo que no importa la forma en que haya partido, el dolor es el mismo. Es el proyecto trunco, el tener que sobrevivirlos, el no haberlos podido proteger, el hablar en condicional, ‘si fuese, si estuviera...’, el ver a sus pares crecer, el temor a que se convierta en un fantasma para los demás y la contracara que todo lo lindo de la vida nos agudiza su ausencia”, añadió.
Aduriz explicó que por las restricciones y las precauciones que es necesario tomar en el contexto del coronavirus esta vez le impedirán hacer lo que hizo cada aniversario: una misa y un encuentro con los seres queridos de Ángeles.
Un largo encierro
El dolor de Jimena Aduriz, el de su familia, nunca va a apagarse. El caso penal, en cambio, está cerrado con una condena a prisión perpetua para Mangeri, de 53 años, confirmada por la Cámara de Casación Corte Suprema de Justicia de la Nación y dejada firme por la Corte Suprema de Justicia. Según el cómputo de la pena, recién se dará por agotada en 2048 cuando, el exencargado de Ravignani 2360 cumpla 35 años encarcelado. Tendrá 80 años.
La única posibilidad que tiene Mangeri para salir antes del Complejo Penitenciario Federal I de Ezeiza, es que cuando en 2038 cumpla 70 años, pida el cumplimiento de la última década de su condena en prisión domiciliaria.
Ángeles “Mumi” Rawson fue asesinada el 10 de junio de 2013 en su edificio del barrio porteño de Palermo. Su cadáver apareció al día siguiente en la planta de tratamiento de residuos de la Ceamse en la localidad de José León Suárez.
Se trata de uno de los femicidios con mayor repercusión de la historia criminal argentina.
Según la investigación, aquel día, a las 9.52 –horario en el que quedó grabada por una cámara de la cuadra–, Ángeles, de 16 años, regresaba de la clase de gimnasia del colegio, llegó al edificio de Ravignani 2360, en Palermo, donde vivía con su madre, uno de sus hermanos (Juan Cruz), la pareja de su madre, Sergio Opatowski y el hijo de él, Axel, pero no llegó a entrar en su departamento, en la PB “A”, porque se topó en el hall con Mangeri.
Para la Justicia, con algún tipo engaño, el portero llevó a Ángeles a un sitio del edificio –para la fiscalía fue el sótano y para la querella, la portería, en el octavo piso–, y allí Mangeri inició un ataque sexual no consumado que, por la resistencia de la víctima, terminó en el homicidio.
Una junta médica concluyó que Ángeles murió estrangulada y sofocada en no más de cinco minutos, y certificó que el asesino le fracturó, además, cinco costillas, la clavícula derecha y una vértebra.
Si bien la chica no llegó a ser violada, la víctima tenía en una de sus rodillas, en la ingle y en la cara interna de los muslos, lesiones paragenitales que probaron que Ángeles padeció un abuso sexual.
Según la sentencia, Mangeri ató y acondicionó el cadáver de la adolescente dentro de bolsas de residuos para luego desecharlo en algún contenedor de basura, razón por la que al día siguiente fue hallado en la Ceamse, en el partido de San Martín.
Si bien al inicio se sospechó de algún asesino que pusiese haber interceptado a la menor en la calle, con la aparición del video que probaba que había llegado al edificio la mira se posó sobre el entorno familiar de la víctima, en especial, sobre su padrastro, Sergio Opatowski.
Todo cambió la noche del viernes 14 de junio, cuando Mangeri fue llevado a la fiscalía para una declaración testimonial de rutina, pero allí se autoincriminó cuando le dijo a la fiscal María Paula Asaro: “Soy el responsable de lo de Ravignani 2360”.
Esa confesión no tuvo valor legal, pero la evidencia clave contra Mangeri fue el cotejo de ADN, que determinó que debajo de la uña del dedo índice de la mano derecha de Ángeles se halló el perfil genético del portero, lo que probó que la chica rasguñó a su asesino en un intento de defensa.
Además, el encargado tenía 34 lesiones, de las cuales más de 20 eran arañazos que habían sido enmascarados con quemaduras.
El 15 de julio de 2015, el Tribunal Oral en lo Criminal (TOC) 9 condenó a Mangeri a prisión perpetua como autor de los delitos de “femicidio en concurso ideal con abuso sexual y homicidio agravado criminis causae”, fallo confirmado en 2017 por la Cámara Nacional de Casación Penal y en 2018, por la Corte Suprema.
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