“Venía seguido al kiosco, casi todos los días”, dijo una empleada que reconoció como cliente a la víctima del asesinato
En algunos comercios habían visto antes al hombre que fue ejecutado por la espalda, pero vecinos y encargados de edificios aseguran que no era de la zona
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Un asesinato conmocionó a los vecinos de Paraguay al 2900, en el barrio porteño de Recoleta. El kiosco al que se encaminaba anoche Fabián Sturm Jardon en el momento de recibir los disparos por la espalda permanece cerrado, con cartones cubriendo su entrada y una mujer policía custodiando la escena. Sobre el suelo, aún se distingue una mancha de sangre que marca el lugar del crimen. Desde temprano, vecinos y comerciantes se acercan al lugar para intentar entender qué ocurrió. “¿Es lo del asesinato?”, preguntan unos a otros, mientras se forman pequeños grupos que intercambian sus opiniones.
“Esto fue un ajuste de cuentas. El señor venía seguido al kiosco, casi todos los días. Me enteré de esto cuando llegué a trabajar”, comentó una empleada de ese kiosco a LA NACION.
Hay personas que también dicen haber visto en la zona a ese uruguayo nacionalizado español, de 42 años, pero muchos otros no registran su cara. En el bar Malambo, el encargado, que lleva 35 años trabajando en la zona, afirmó a LA NACION: “Nunca lo vi. Para mí, no era del barrio. Uno acá conoce a todos”. Su declaración coincide con la de otros vecinos, quienes, al enterarse de la identidad de la víctima, tampoco logran asociarlo con alguien conocido en la zona. “No era de acá”, repiten.
Cerca de allí, una mujer que trabaja en la verdulería de la misma cuadra agrega: “Yo llegué y me enteré acá por la cantidad de canales. Hablando con una vecina que es clienta desde hace años, me dijo que el hombre no era del barrio. No lo conocía”.
Sin embargo, en un cercano bar que prepara especialidades venezolanas, uno de los empleados reconoció la imagen de la víctima del crimen: “Lo vi una vez. Entró, pidió algo y se fue. No es alguien que frecuentara el lugar”. Si bien algunos vieron a Sturm Jardon, parecería que no era parte de la comunidad habitual del barrio.
Algunos vecinos observan desde sus balcones, mientras otros bajan a la vereda para intentar reconstruir los hechos. Una joven, que vive frente al kiosco, fue testigo directa del ataque: “Vi cuando le dispararon. Fueron cinco tiros. Yo estaba con amigos en el balcón. Al principio pensé que se movía, por eso llamé al 911, pero ya era tarde”.
Los comercios cercanos reflejan la conmoción. En la verdulería, ubicada a pocos metros, los clientes comentan el crimen mientras hacen sus compras. “Es increíble lo que pasó. Nunca había visto algo así en el barrio. Él no era del barrio”, dijo un hombre que se detuvo unos minutos a observar la escena. En el bar Malambo, los clientes habituales también discuten lo sucedido, mientras el encargado insiste: “En todos estos años, jamás pasó algo parecido”.
Los investigadores, en tanto, se focalizan en hipótesis del crimen vinculadas a un ajuste de cuenta narco, ya que la víctima era buscado en una causa abierta por un homicidio registrado en octubre pasado en Pilar, y en una venganza originada entre clanes de la comunidad gitana enlazados en el comercio de autos usados. Ambas teorías pueden converger en un punto común: la víctima era poco conocida en el lugar del crimen, pero arrastraba en su historia muchos enemigos.
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