50 años después: el emotivo regreso de un grupo de amigos a su colegio en Vicente López
Un grupo de hombres y mujeres que orillan los 68 años están reunidos, meta charla y risas, en una vereda de la calle Agustín Álvarez al 1400, Vicente López, justo frente al establecimiento secundario del que se graduaron en el año 1969, hace exactamente 50 años. No están allí por azar.
Estos compañeros vinieron a recorrer su exescuela, que entonces era el Colegio Nacional y Comercial de Vicente López y hoy lleva otro nombre. Y también están ahí para preparar la ceremonia del próximo 22 de noviembre, cuando aquella división de quinto primera, graduada en el año en que el hombre llegó a la luna, se reúna nuevamente en el mismo lugar que los formó para dejar una placa conmemorativa por el medio siglo de su graduación.
"Nuestro paso por tus aulas dejó una huella imborrable. Aquí vivimos una adolescencia feliz e inolvidable", dice el texto de la placa por los 50 años. Debajo, el nombre de aquellos compañeros que finalizaron juntos el ciclo secundario. "Éramos 41, luego tres fallecieron y ahora seguimos en contacto unos 25", cuenta a LA NACION Eduardo Rainieri en la puerta de la escuela, mientras extiende una lista con todos los nombres, ordenados alfabéticamente (como en la escuela).
Un rato más tarde, cuando llegan al lugar todos los que podían venir –unos nueve, en total- la directora actual del establecimiento, Graciela Herrera, los invita a pasar a hacer una recorrida por el lugar.
La mayoría de estos exalumnos no vive más en las inmediaciones de Vicente López, de manera que no pasan muy seguido por el lugar donde se formaron. Quizás por eso, al entrar, parecen atravesados por un flechazo de nostalgia. "Recuerdo todo. Me emociona venir acá", dice María de las Mercedez Ruiz, o simplemente Mary, una de las más conversadoras del grupo, mientras atraviesa el hall de acceso de ladrillos a la vista y cerámicos rojos.
Comienza el recorrido
Cuando recorren el amplio patio, estos hombres y mujeres de vida formada, jubilados algunos, con hijos y nietos muchos de ellos, son otra vez tan solo compañeros de secundario. Y son una máquina de recordar. "Ese piso se construyó en 1967. Lo hicimos entre todos, porque hacíamos kermeses para juntar plata", cuenta Carlos D’Elía con una sonrisa, mientras señala una planta alta cuyas aulas que se ven desde el patio.
El recorrido por la institución continúa. El nombre que tiene hoy el establecimiento es Escuela Secundaria 6, "Juan Pablo Duarte y Diez", y cuenta con unos 750 estudiantes. Detrás del patio hay unas dependencias semiabandonadas donde se juntan ropas y libros para escuelas de frontera. "A este lugar lo llamábamos las catacumbas. En una de esas aulas, que ahora son otra cosa, cursamos el primer año", relata Rainieri.
"Ahí donde ahora está el buffet estaban los baños", señala Manuel Rajovitzky, un hombre grandote y también entregado a los recuerdos. Tanto que tiene prendido en su pecho el escudito original que se había confeccionado el grupo para el año de egreso. En el emblema aparece un estudiante que mientras baja de una nave y pisa la luna –el año 69 estuvo impregnado por la llegada del hombre al satélite natural de la tierra-, dice: "Bah, más me costó llegar a quinto".
La historia argentina no escapa a este recinto. En algún lugar del patio de la escuela, fundada en 1952, hay una placa que recuerda los estudiantes de allí desaparecidos durante la última dictadura militar. Son nueve, y entre ellos se encuentra Pablo Fernández Meijide, el hijo de Graciela Fernández Meijide, referente de los derechos humanos y una de las integrantes de la Conadep.
Una foto y mil recuerdos
Mientras el grupo sube las escaleras para reencontrarse con su aula de quinto, Marta Godón, modelista jubilada que ahora vive en Palermo, cuenta que en aquel tiempo se ingresaba al colegio con un examen. "Yo estaba entre los mejores promedios", señala con orgullo. También dicen que desde tercer año hicieron un horario "nocturno", de seis menos cuarto de la tarde, hasta las 22.
Hacia un lado, la galería del primer piso da para el patio, y hacia el otro, a las aulas. Los estudiantes del ’69 se asoman a la sala donde estudian los adolescentes de 2019. Los bancos están desalineados, la ropa de los chicos es informal y el clima, con el profesor al frente, es descontracturado.
La directora presenta a las dos generaciones: "Ellos se recibieron en esta escuela hace 50 años", dice, y los alumnos de hoy miran con cara de ver algo ajeno, un salto en el tiempo que todavía no están preparados para procesar.
Cuando pasan a otra aula, que está vacía, para sacarse la foto de los compañeros en su recinto de clase, las comparaciones entre aquellos y estos tiempos surgen casi tan fácilmente como sus recuerdos. "Las aulas ahora las veo y me parecen muy chiquitas. Las veo desmejoradas", señala Rocío Ginzo, que ahora vive no muy lejos de allí, en Núñez.
La vestimenta es otro tema que resalta las diferencias con los días de hoy. "Teníamos que traer guardapolvos, ropa larga y hasta el cuello, cabello recogido y a cara lavada. Ni las uñas nos podíamos pintar. Si estos chicos llegaran a tener que usar esa ropa... ¡Mama mía!", dice Mary Ruiz. También recordaron que, a diferencia de estos tiempos de democracia, sus últimos años los cursaron durante la dictadura de (Juan Carlos Onganía. "Y los hombres veníamos de traje y corbata", agrega Rajovitzky.
El aula en la que están tiene grandes ventanales y una pintura turquesa fuerte, con pósters de diferentes temas académicos realizados por los estudiantes. Los compañeros se sientan en los bancos y sonríen para la foto.
De pronto, al dispararse la cámara, cada uno vuelve a ser el adolescente egresado de entonces.
Recuerdan el viaje de 42 horas en tren a Bariloche, los picnics de la primavera a los que a las mujeres les prohibían asistir, la vez que alguno tiró una bombita de olor en el aula y todos se comieron cinco amonestaciones: "Yo no te acusé, pero porque no sabía que habías sido vos", le dice Mary Ruiz al que confesó un minuto antes haber sido el autor del oloroso chasco.
Jovialidad es la palabra para definir a este grupo, que al entrar a la escuela –quizá como pasa con todos los egresados añosos- entraron en una máquina del tiempo. Las risas y las memorias en el salón de la foto se volvieron emoción cuando la directora les regaló a cada uno un escudo del colegio de aquel entonces y una medalla. Conmovidos por el gesto, aplaudieron fuerte a la mujer que lleva el rumbo del establecimiento en la actualidad.
El grupo de exalumnos
Antes de que la docente se retirara, arreglaron los detalles de la placa, que también son los detalles de la ceremonia: "Por favor, cuando la pongan, dejen el tornillo suelto, porque la idea es que cada egresado pase a darle una vuelta, como para que todos sean parte de la colocación", señala el exalumno Rajovitzky, actualmente empresario con residencia en Pilar.
Este grupo de egresados del ’69 se mantuvo unido desde entonces. Fue un encuentro fortuito entre un par de ellos en el año 2007 lo que desencadenó el reencuentro. A partir de ahí, de los 41 originales, 25 compañeros comenzaron a reunirse periódicamente. "Tenemos dos grupos de WhatsApp, uno para chistes y otro para organizar las reuniones", cuenta Teresita Medina, que hoy continúa viviendo en Vicente López, en Carapachay.
Una costumbre de estos amigos del secundario desde que se juntaron es organizar viajes juntos. "Cada 30 de noviembre nos juntamos y organizamos un viaje. Fuimos a la Isla Martín García, a Lobos, a Pinamar", cuenta Eduardo Rainieri, jubilado que trabajó por 20 años en LA NACION, y actualmente vive en Haedo.
"Para juntarse con nosotros vienen dos excompañeros que viven lejos: uno en San Pablo y otro en Cipoletti. Nunca faltan", agrega D’Elía. Este año, en lugar de viaje va a haber una fiesta importante, con banda de música y todo, en casa de Mary Ruiz, en Acassuso.
Los compañeros continúan la recorrida del colegio. Siguen las bromas entre ellos y decantan todavía más recuerdos. En una canción de Joan Manuel Serrat, un tal José se reencuentra con su amigo Juan en el frontón de la infancia luego de 50 años de lejanía y le dice: "¡Qué cosas, Juan! Tanto rodar y estamos otra vez en donde lo dejamos". Así también la promoción ’69 de quinto primera, al regresar al Nacional y Comercial de Vicente López, vuelve a ser la que fue entonces, aunque haya pasado medio siglo por debajo del puente.