“A cada médico le tengo que explicar mi identidad”: advierten por la falta de estudios sobre cáncer en la población trans
Los especialistas coinciden en que el sistema de salud puede expulsar a estas personas; piden capacitación de los profesionales
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De Alexis se sabe muy poco. Se sabe que viene de Viedma, que tiene unos 35 años y que su hija adolescente lo ayudó a tomar la decisión más importante de su vida: transicionar de mujer -su sexo asignado al nacer- a varón. Pero cuando estaba haciendo su transición e iban a practicarle una mastectomía, le dieron una muy mala noticia. Le diagnosticaron un cáncer de mama muy agresivo. Eso lo obligó a interrumpir el tratamiento hormonal y algunos cambios que ya habían comenzado a operar en su cuerpo (más masa muscular, más vello) se retrotrajeron. Alexis sabe que su cáncer es de difícil tratamiento, pero asegura que si debe enfrentar la muerte quiere hacerlo “como un hombre”.
El caso de Alexis -a quien no se le pudieron sacar fotografías- fue el ejemplo con el que durante el XXVII Congreso Argentino e Internacional de Oncología 2025, organizado por la Asociación Argentina de Oncología Clínica (AAOC) recientemente en Buenos Aires, se buscó representar el impacto del cáncer en la población trans, que según datos del último Censo Nacional es de alrededor de 200.000 personas en nuestro país.
La mesa convocada por la AAOC se tituló “Cáncer en la población LGTBIQ+”, pero se refirió únicamente a la problemática trans. A diferencia de las personas cis, que se identifican con el sexo biológico asignado al nacer (son varones y se autoperciben varones; son mujeres y se reconocen mujeres), las personas trans sienten que pertenecen a otro género distinto del que se espera en razón de su biología.
“Nos pareció importante porque la población trans atraviesa una problemática especial y en este último tiempo se ha amenazado varias veces con la interrupción de los tratamientos de hormonización, que la ley 26.743, de identidad de género, dispone cubrir a través del Programa Médico Obligatorio”, explicó a LA NACION Florencia Sarrú, oncóloga, directora del Instituto Fueguino de Investigaciones Médicas de Ushuaia y miembro del Grupo Urooncológico de Investigación Argentina (GUIA), de la AAOC. Además de la oncóloga, coordinaron la actividad el oncólogo Sergio Rodríguez, de la Universidad Católica de Córdoba (UCC) y Pablo Knoblovits, medico honorario del Servicio de Endocrinologia y Metabolismo del Hospital Italiano de Buenos Aires.
Sarrú necesitó volver sobre conceptos no siempre comprendidos. “Identidad de género es cómo se autopercibe la persona, que puede coincidir o no con el sexo biológico con el que nace -indicó-. La orientación sexual es el gusto o preferencia sexual de la persona, que puede ser homosexual, heterosexual, bisexual, asexuada. Expresión sexual es cómo la persona se expresa: por ejemplo, una mujer cis género que se viste como un hombre: esa es una expresión sexual diferente de la esperada.”
Y agregó: “Pasamos de la criminalización y la patologización de esta población a avances en derechos, pero a partir de 2020 empezamos a ver un retroceso en distintos países. Es menos probable que a esta población se les ofrezca atención de calidad; hay una invisibilidad estructural que dificulta el acceso: todo está pensado según un modelo héteronormativo que es bajo el cual vivimos, entonces esas microagresiones constantes no siempre se notan a simple vista, pero quienes pertenecen a estas minorías las sienten.”
El estrés de las minorías
Lucas Gutnisky, médico endocrinólogo y codirector del Curso de Medicina Transgénero de la Sociedad Argentina de Endocrinología y Metabolismo (SAEM), afirma que responder a la pregunta “¿por qué soy hombre o mujer?” es más que una cuestión hormonal. “Las hormonas son un eslabón en la construcción de la identidad de género, como las cirugías, y ninguna define necesariamente esa identidad. Antes de cualquier tratamiento hay que trabajar el estrés de las minorías, el ser minoría en una sociedad que me expulsa”.
El tratamiento hormonal para mujeres trans se basa en estrógenos a niveles similares a los de una mujer premenopáusica y, en algunos casos, inhibidores de testosterona o antiandrógenos. Se usan formulaciones por vía oral y transdérmica y “a partir de los primeros meses se ven cambios en los tejidos de la piel y el pelo -detalla Gutnisky-; puede aparecer botón mamario. Los cambios más lentos se vinculan con la distribución de la grasa corporal. Los varones trans utilizan testosterona de depósito para llegar a los valores similares de un varón cisgénero. Además de los cambios en el pelo y la piel, aproximadamente a los cuatro meses la mayoría entra en amenorrea, es decir, se le retira la menstruación.”
Utilizar hormonas, admite el endocrinólogo, pueden modificar el riesgo de cáncer hormonodependiente. Pero este riesgo ha sido suficientemente estudiado en población cis, no trans. “Lo que sabemos es que la terapia hormonal con estrógenos puede aumentar el riesgo de cáncer de mama en mujeres transgénero y que ese riesgo disminuye si se suplementa con hormonas biosimilares y que también aumentaría ese riesgo el uso de un antiandrógeno (ciproterona acetato)”, afirma.
Gutnisky añade que antes se hormonizaba también, “aunque no sabemos con qué: no había formulaciones ni seguimiento. Y es algo que comenzó a cambiar, porque tenemos más registro”, enfatiza, aunque queda mucho por recorrer. “En EE.UU. hay 1.4 millones de personas transgénero. Pero el 75% de los médicos reporta falta de formación sobre este colectivo. Existe poca bibliografía, aunque sí se ha demostrado que el tabaquismo, el consumo de alcohol, la obesidad y la infección por el Virus del Papiloma Humano (VPH) elevan el riesgo de ciertos cánceres. Por ejemplo, del cáncer anal y cervical, y esta población está especialmente expuesta”.
Nombrar para cuidar
Martín Richardet, jefe de Capacitación y Docencia del Instituto Oncológico de Córdoba (IOC) y profesor de la Universidad Católica de Córdoba (UCC), señala: “La atención oncológica para personas transgénero y de género diverso (TGD) es una frontera crítica de la medicina moderna. Faltan estudios a gran escala sobre el cáncer y la eficacia del screening (pruebas de detección precoz) en esta población”.
El especialista cordobés dice que una de cada cuatro personas trans realiza al menos una vez en su vida una prueba de screening para descartar alguno de estos cánceres: de mama, de próstata, de cuello uterino y de colon. “Pero no vuelven a controlarse: comparado con la población cis, un 63% menos de pacientes transgénero hace el seguimiento posprimer control de cáncer de cuello uterino y casi el 40% de pacientes trans no continúan sus chequeos para prevenir cáncer mamario. Hay barreras emocionales, estructurales, biológicas, es una población que se siente no incluida y eso hace que se vayan aislando”.
Un detalle no menor que mejoraría el abordaje es que estos pacientes fueran llamados con los pronombres y nombre elegidos. “Pero no siempre pasa -agregó Richardet-. Las historias clínicas solo contemplan si son hombres o mujeres. Cuando conversamos con estos pacientes, tenemos que nombrarlos como deseen ser nombrados. Y esto debe ocurrir desde que ingresan al servicio de salud, desde que alguien los recibe en la puerta. Esta falta de continuidad en los exámenes preventivos hace que la mitad de los cánceres de mama en mujeres trans sean detectado por autoexamen, es decir, cuando el tumor ya creció lo suficiente como para ser palpable. Y el 13% se detecta en forma incidental, cuando la paciente busca tratamiento hormonal, como con Alexis”.
Tanto Richardet como Gutnisky coinciden en que hay que hacer cribados de los órganos presentes. En las mujeres trans no se extirpa la glándula prostática. Las terapias feminizantes disminuyen los niveles de Antígeno Prostático Específico (PSA, por su sigla en inglés), pero la recomendación es que cualquier valor de PSA mayor a 1 debe llamar la atención. “Los ginecólogos son entrenados para palpar la próstata en mujeres trans”, indican.
En cáncer de mama, si las mujeres trans tienen un riesgo promedio, se considera mamografía bienal entre los 40 a 50 años y después de un mínimo de 5 a 10 años de terapia hormonal. Si el riesgo es elevado (antecedentes familiares, cierto tipo de mutaciones), iniciar los controles entre los 25 y 30 años y considerar resonancia magnética nuclear además de la mamografía.
En el caso de los varones trans, no existen estudios sólidos que lo demuestren un riesgo menor de cáncer de mama por los antiestrógenos. “Sino tienen cirugía de reducción mamaria o mastectomía se recomienda mamografía a partir de los 40 años -dice Martín Richardet-. Si tienen poco tejido mamario se trata de evaluar el remanente, se hace un examen de la pared torácica”. Para los varones trans puede ser molesto y doloroso hacerse un Papanicolau. “Menos de la mitad de los hombres trans que conservan su cuello uterino se lo chequean -suma el oncólogo-. El uso de testosterona produce adelgazamiento del epitelio vaginal y el examen pélvico con espéculo puede ser una fuente significativa de dolor. Además, el varón trans tiene mucho más miedo de acudir, se siente más discriminado.”
Como dijo Alexis con timidez lo que hace falta “es que la gente que trabaja en salud piense un poco más. Conocer más de las personas trans… Los varones trans necesitamos no ser mal mirados cada vez que vamos a pedir un turno ginecológico. A cada médico que voy le tengo que ir explicando mi identidad…”
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