A un mes de la tragedia de Flores, el milagro de un bebe de dos años
Sobrevivió a pesar de graves heridas; su madre y su abuelo murieron en el choque
David Sánchez hizo una pausa en el relato y le entregó el teléfono a su sobrino, Adrián Tantapoma, de sólo dos años. "Hola", dijo el chico a LA NACION, y empezó a reírse. Se lo escuchaba bien, alegre, enérgico. Y su tío da fe de ello. Los días de terapia intensiva en que la vida del chiquito pendía de un hilo quedaron atrás. "Hoy [por ayer] lo llevé a la plaza. Hemos jugado mucho y me cansé más que él", dice David.
Ya pasó un mes de la tragedia de Flores en que un colectivo de la línea 92 fue arrollado por una formación del ramal Sarmiento, que a su vez chocó con otro tren. Ese día murieron 11 personas y hubo más de 200 heridos. Entre los fallecidos estuvieron Luz, la madre de Adrián, y Luzgardo, su abuelo, que viajaban en el 92 y murieron en el acto.
"Escuchaban que lloraba un nene. Así lo ubicaron a Adrián dentro del colectivo", cuenta David. Con cortes, golpes en la cabeza y una fractura en la clavícula, el niño fue llevado de urgencia al hospital Piñero y luego derivado al Ricardo Gutiérrez, donde fue intervenido quirúrgicamente. Su estado era delicado: había perdido mucha sangre.
Para su padre y sus tíos fueron varios días sin dormir: seis largas jornadas de terapia intensiva y cuatro más de internación. Sorpresivamente, al cumplirse el décimo día, le dieron de alta. "Está algo resentido. Todavía tiene temor de caerse, y un dolor en el cuello cuando voltea hacia a la derecha. Pero ya corre, salta y juega. De acá a un par de meses ya va a estar bien", dice su tío.
Del accidente no sólo le quedan cicatrices en la cabeza y raspaduras en el cuello. Cuenta su tío que a veces se despierta en medio de la noche y no puede parar de llorar. Que tratan de calmarlo pero no quiere a nadie cerca. No habla de su madre, no pregunta por ella, pero entiende que ella murió, afirma David.
Adrián vive ahora con su padre, Emerson, en la casa de sus tíos. Es que Emerson aún no se recupera de la muerte de su mujer y le cuesta volver a su casa de Villa Luro. Sólo un sábado, en que lo acompañó David, pudo volver a dormir allá. No quiere quedarse sólo ahí. "Son los recuerdos los que lo matan. La alegría que se vivía en esa casa, siempre con música y con Adrián corriendo de punta a punta", describe David.
Emerson y Luz se conocieron en Perú, y hace cinco años decidieron instalarse en la Argentina. Acá tuvieron a Adrián.
Luz tenía 26 años el día del accidente. Su padre, Luzgardo, 73. El había llegado desde Trujillo, Perú, tan sólo cuatro días antes. No conocía a su nieto y sus hijos decidieron pagarle un pasaje de avión para que viajara a visitarlos. Nunca se había subido a un avión, pero tomó fuerza cuando se dijo: "Todos se suben a los aviones. ¿Por qué yo no lo voy a hacer?". "Y se animó. Y mirá cómo fue después. Pasó esta desgracia", dice David, y larga un profundo suspiro.
Cuenta David que el viernes que llegó su padre se pasaron la tarde conversando. Al día siguiente hicieron un asado y disfrutaron de la reunión hasta tarde. La idea del domingo era también prender un fuego y hacer, esta vez, un pescado a la parrilla. "No conseguimos pescado así que hicimos otra vez asado y la pasamos muy bien", dice David. Al día siguiente, lo acompañó a su padre al médico. Una infección urinaria lo tenía a maltraer, pero en el hospital Rivadavia no había urólogo y le dijeron que pasasen el martes o el miércoles, que iba a haber un especialista.
Luzgardo se fue a dormir a lo de su hija. David lo llamó a la noche para saludarlo y justo lo enganchó despierto. "Estaba mirando fútbol. Fue nuestra despedida", recuerda.
El martes Luz, Adrián y Luzgardo se tomaron el 92 en la avenida Rivadavia rumbo al hospital. Allá los esperaba la mujer de David, que había llegado más temprano para conseguirles un turno. A las 6.23 -la misma hora en que ocurrió el accidente- ella recibió un mensaje de texto. Era Luz que decía que venían un poco atrasados. Después de eso, ninguna noticia más: el celular estaba apagado.
Sólo a las nueve una señora en la guardia le dijo a la mujer de David que había habido un accidente. Y enseguida se fueron para allá. Pero en el lugar del hecho sólo les hablaron de un niño de dos años que habían rescatado del colectivo y que había sido llevado al Piñero. Lo encontraron finalmente en el Gutiérrez. Mal, pero vivo. Luego comenzó el recorrido por siete hospitales para dar con Luz y Luzgardo.
"A las siete de la tarde terminó el calvario. En la morgue judicial tuve que reconocer los cuerpos. Eran los dos últimos que quedaban. Fue muy, muy duro. A mi padre lo reconocí por los tatuajes del brazo que se había hecho cuando estaba en el ejército", relata David.
Falta media hora para que comience la misa en la parroquia Tránsito de la Virgen, en Almagro. Allí van a recordar la muerte de Luz y Luzgardo, pero también a agradecer que al menos Adrián está vivo.
lanacionarMás leídas de Sociedad
Frente a la Casa Rosada. “Me levanté para darle la teta y no tenía signos vitales”, contó la mamá de la beba que murió
Pospandemia. Cuáles son las siete ansiedades que afectan la vida de los argentinos
Drama en Córdoba. Son cinco hermanos, los cuatro varones tienen una extraña enfermedad que requiere trasplante