
Cómo es el trabajo del hombre que le da agua a 600.000 personas
1 minuto de lectura'
"Esto me es familiar", dice José Bustamente, supervisor de la Estación Elevadora Constitución, mientras baja una escalera de espaldas, cual hombre en altamar. Es veterano de la guerra de las Malvinas por la Marina, trabaja hace más de treinta años en ese universo de caños y agua, y no puede evitar la comparación entre ambos universos.
Tiene 58 años y un oficio -el de sanitarista- que lo llena de orgullo y heredaron sus tres hijos. "Nosotros nos debemos al servicio y somos parte de él. Un gran compañero decía que nosotros somos la canilla de la ciudad, porque si no bombean las plantas no sale el agua en tu domicilio", cuenta.
Comanda una guardia de 12 personas que rota de forma permanente para garantizar que el agua que sale desde ese edificio que ocupa una cuadra entera en Constitución pueda llegar con la presión suficiente a la red domiciliara de más de 600 mil vecinos de la ciudad.

Los sanitaristas comparten una profesión que sienten fundamental pero es bastante desconocida. "Te preguntan si sos plomero, si sabés arreglar el cuerito de una canilla. Acá si no funciona un equipo de estos dejamos sin agua a un millón de personas por baja presión. Pero hay muy poca gente que sabe lo que hacemos", cuenta Bustamante, a quien lo angustia el derroche de agua potable.
Recuerda cuando hace unos años se comenzó a reparar el viejo depósito de agua de Caballito, un gigante de hierro y diseño industrial. "La gente lo veía y decía no puedo creer que esto siempre funcionó a una cuadra de mi casa".
El agua que los porteños ven cada vez que abren una canilla en la ciudad no llega directamente desde la planta potabilizadora General San Martín, en Palermo. Desde ahí sale, a través ríos de entre 4 y 5 metros de diámetro, hacia seis estaciones elevadoras que están distribuidas alrededor de la ciudad. Ellas son las encargadas de enviarlas a la red domiciliaria.

La Estación Elevadora Constitución recibe agua potable de la Planta Potabilizadora General San Martín de Palermo (que aporta el 40 % del caudal) y de la Planta Gral. Belgrano, ubicada en Bernal que aporta el 60% restante. Llega a través de acueductos que se encuentran a 28 metros de profundidad y por acción de la gravedad: están inclinados.
A simple vista, es una mole de hormigón color beige con ventanitas simétricas que emite cierto zumbido de motor. Tiene enormes puertas verdes de las que no entre ni sale nadie y faroles antiguos de los que ya casi no se ven. Por dentro y de a ratos, parece un submarino multicolor.
Parado frente al tablero de calidad, que mide cloro, turbiedad, pH y conductividad, Bustamante afirma que el agua que se consume en la ciudad de Buenos Aires no tiene nada que enviarle a la mineral. Y a los que creen que el agua de la canilla "tiene mucho olor a cloro" les sugiere dejarla reposar en una botella antes de consumirla: se evapora solo.

La central trabaja con una tensión elevada de 6600 wats, que llega en una línea directa, diferenciada del resto del barrio. Y que no podría ser reemplazada por ningún generador. Si se corta el suministro, una vez que se vacían todas las cañerías, cuesta el doble de tiempo reanudar el servicio. Una falla de la energía eléctrica es el principal enemigo del flujo de los 8.500.000 m3 que circulan por mes por la Estación Constitución.
"Me ha ocurrido una vez cuando era supervisor en Caballito: tenía luz todo el barrio menos nosotros", cuenta Bustamante. "Hubo una manifestación en la puerta del predio porque los vecinos no tenían agua. Y andá a hacerle entender a la gente".
El edificio
Podría ser una facultad, un hospital o una dependencia de la justicia. El edificio monumental de la avenida Entre Ríos 1441, que ocupa una manzana entera del barrio de Constitución, es desconocido para la mayoría de porteños que pasan por su puerta, a pesar de que muchos dependen de él para una de las necesidades más básicas: el agua.
El edificio Paitoví –o estación elevadora Constitución- es un referente de la arquitectura industrial en la ciudad de Buenos Aires que pertenece a Agua y Saneamientos Argentinos (AySA), la empresa que funciona bajo la órbita del Ministerio del Interior, Obras Públicas y Vivienda. Se encarga de la distribución final de agua potable a más de 600 mil habitantes de la ciudad. Comenzó a funcionar en la década del 50, con tecnología inglesa, la misma que se sigue usando casi sin alteraciones hasta hoy.

Según Jorge Tartarini, el director del Museo de AySA, Argentina fue el país que más inversiones recibió en Latinoamérica de gran Bretaña en ferrocarriles, puertos y obras de salubridad. De allí la presencia de máquinas, estructuras, proyectos y materiales. "Entre 1880 y 1930 esto se intensifica. Los intereses de los gobiernos locales eran funcionales a los británicos en grado sumó. Esto irá decayendo después de la segunda guerra cuando Estados Unidos reemplace las importaciones britanicas", explica.
Las obras para construirlo se iniciaron en 1948, durante la primera presidencia de Perón, en un contexto de gran planificación estatal a través de su Plan Quinquenal. Por ese entonces, la empresa se llamaba Obras Sanitarias Argentinas, nombre que aún se puede leer –semitapado por los árboles- sobre la entrada de la Avenida Entre Ríos.

Para poder impulsar el agua hacia la red domiciliaria hay seis electrobombas verticales que la toman desde la cámara de aspiración - ubicada a 32 metros de profundidad- hasta un colector de impulsión desde el que parten tres salidas hacia distintos puntos de la red de distribución de la ciudad.
Luego hay seis tanques de hormigón ubicados en tres niveles distintos, de a dos por piso. El primer piso abastece la salida hacia la zona de Constitución, el segundo, la salida a Caballito y el tercer piso, la salida a Congreso. Entre todos los tanques pueden almacenar 72.000 m3
De las seis bombas, tres funcionan de día y dos de noche. El horario de más demanda de agua se da entre las 6 y 7 de la mañana, momento en que se pone a trabajar un equipo más para que no baje la presión de la red.




