Confinado en Montenegro: la increíble historia del turista argentino Marcelo Zumbo
El 11 de febrero pasado se subió al avión en Ezeiza con rumbo a Italia. Era su primer viaje a Europa, a los 43 años, después de muchos años de haberlo planeado. Marcelo Zumbo, docente y comunicador social, viajó solo. Mochila al hombro y pasaporte italiano en mano. Se consideraba afortunado de haberlo conseguido; seguramente todo sería mucho más fácil con ese documento que lo reconocía como ciudadano de la Comunidad Europea. Quería conocer Italia, pero su mayor interés turístico estaba en recorrer Europa del Este. Tres meses y casi una docena de países conformaban su itinerario.
"Cuando me fui de la Argentina apenas se hablaba del coronavirus. Me acuerdo que había leído una noticia de un crucero que habían puesto en cuarentena por un caso confirmado, y que un grupo de italianos había sido protagonista de un gesto de discriminación hacia unos turistas chinos", cuenta Marcelo, que jamás imaginó lo que su primer viaje a Europa podría depararle.
Desde hace seis días, Marcelo Zumbo -que hoy extraña su monoambiente en Caballito como nunca antes-, está confinado en Rozaje, un remoto pueblo al noreste de Montenegro, cerca de las fronteras con Bosnia, Serbia y Croacia. Está encerrado en una habitación de un hotel completamente vacío, donde él es el único huésped. Dos patrulleros lo vigilan día y noche, cubriendo las dos entradas que tiene el edificio. Le retuvieron los documentos y no le dieron ninguna explicación. Nadie habla inglés ahí. Toda comunicación, dice Marcelo, es por señas. Le dejan comida tres veces por día, y un señor con barbijo y guantes le toma la temperatura cada mañana. Las veces que intentó bajar a la recepción para pedir la dirección del hotel y así poder informar sobre su paradero (no tuvo ni tiempo de registrarla cuando llegó) un policía repite siempre la misma palabra: "Tomorrow, tomorrow".
De vez en cuando, por la ventana de su cuarto, Marcelo ve que alguien se detiene frente al edificio y mira para arriba, y que con el celular sacan fotos apuntando a su ventana. "Ahí está el italiano que tiene coronavirus… Sé que deben pensar eso, aunque por suerte desde que me fui de Italia y hasta ahora, que ya llevo seis días de aislamiento, no tengo ningún síntoma", dice con algo de alivio este turista argentino, que pasó por varias experiencias límite antes de ser demorado en Rozaje.
"Estuve seis días en Roma, cuatro en Sicilia, tres en Calabria, donde visité a mis familiares, en Nápoles y en Venecia, que fue el último destino en Italia antes de partir para los países de Europa del Este –cuenta Marcelo vía audio de WahatsApp-. Ya en Venecia, se hablaba mucho más sobre el crecimiento de los casos, sobre todo en el norte, en lugares como Lombardía o Veneto. Me metí en varios foros de viajeros donde discutían si viajar sí, viajar no; y a dónde. Y muchos lo tomaban como un chiste", señala.
De Italia, Marcelo viajó en ómnibus a Eslovenia. Después, en su trayecto original estaban otras ciudades que ansiaba conocer: Zagreb, en Croacia; Sarajevo, en Bosnia; Belgrado, en Serbia; Sofía, en Bulgaria; Bucarest, en Rumania; Budapest, en Hungría; Praga, en República Checa; Cracovia y Varsovia, en Polonia; Kiev, en Ucrania. "Mi mamá es ucraniana, por eso quería conocer. Y el fin del viaje iba a ser en San Petersburgo y Moscú", detalla por mensaje de texto.
De Eslovenia se fue para Croacia. Y ahí comenzó el periplo. "Hasta ahí, siempre me moví con el pasaporte italiano, pero me empecé a dar cuenta de que no era una buena carta de presentación. En la frontera de Croacia, en la oficina de migraciones, me hicieron el primer cuestionario sobre mi estado de salud. Si me sentía bien, si había tenido fiebre, si tenía tos. A todo respondía que no. Y me sellaron el pasaporte".
Después de tres días en Zagreb, Marcelo quería ir a un Dubrovnik, una pequeña ciudad al sur de Croacia, frente al mar Adriático. Es conocida por su casco antiguo, rodeado de enormes murallas de piedra que se construyeron en el siglo XVI. "Pero para llegar tenés que salir de Croacia, pasar por Bosnia y volver a entrar a Croacia. Es un viaje en micro relativamente corto, donde hay trámite de migraciones pero solo de la parte croata. Cuando voy a salir de Croacia para entrar en Bosnia, de todos los pasajeros que íbamos en el micro solamente a mí me piden completar ese formulario sobre mi salud y me hicieron muchas preguntas sobre los lugares que había visitado. Estuve como una hora, y los demás pasajeros ya estaban molestos. Me miraban con mala cara. Me hicieron firmar una planilla que detallaba las ciudades donde había estado y me dijeron que ahí figuraba un teléfono donde tenía que comunicarme si llegaba a tener algún síntoma. Me dejaron ir con ese papel. Estuve en Dubrovnik un día, y mi próximo destino era Sarajevo".
Marcelo tenía boleto para las 4 de la tarde. Migraciones en Bosnia. Y el comienzo de la peor pesadilla se abría paso. "Nos piden a todos los pasajeros los documentos, se los llevan para sellar en la oficina. Todos esperando en el bus, hasta que de repente sube una persona y grita ‘el italiano, el italiano’. Era yo. Me mandan a un cuarto y dos personas me empiezan a interrogar. Estaba completando un formulario parecido a los últimos que había firmado cuando aparece un hombre más grande a los gritos. Dice: ‘Italia no. Italia no’. Eran casi las 7 de la tarde. No me dejaron entrar en Bosnia. Me devolvieron mi equipaje y el micro se fue. Me quedé solo en la ruta".
Marcelo Zubo estaba con dos mochilas y un bolso de mano. Sin agua y sin saber qué hacer. Se le ocurrió que lo mejor que podía hacer era volver al hostel donde había pasado la noche anterior, en Dubrovnik. Caminó hasta la próxima estación de ómnibus, que estaba cerca. Ya era casi medianoche.
A la mañana siguiente, en lugar de ir para Sarajevo, cambió de destino: Montenegro. No estaba en el itinenario de ruta, pero sacó pasaje para Podgorica, la capital. Cuando llegó a la frontera, estaba nervioso. Pero dice que el hombre que lo atendió estaba medio dormido, y que escaneó el pasaporte y lo selló sin ningún reparo. Creyó que había vuelto su racha de suerte. Dos días en Podgorica y compró pasaje para Belgrado. Todo volvía a la normalidad.
Pero la bonanza duró poco. Los casos de coronavirus se duplicaban cada día. Italia comenzaba con sus protocolos que extremaban medidas y el resto de los países europeos entraban en pánico. Marcelo seguía las noticas en la web.
Salió para Belgrado a las 8.30 de la mañana. A las 13, el ómnibus se detiene en la frontera con Serbia. Otra vez migraciones, otra vez el pasaporte italiano, otra vez el interrogatorio. Otra vez el rechazo. Otra vez le devolvieron su equipaje y lo dejaron solo en la ruta. Los demás pasajeros, enfurecidos con él. "Pibe, escondé ese pasaporte y usá el argentino". Algo así, deduce él porque no entendió nada de lo que le dijeron, fue lo que le aconsejó un hombre. Pero su pasaporte argentino estaba vacío, sin ningún sello.
"¿Cuánto habrá de acá hasta la frontera con Montenegro?", se preguntó. Estaba medio desorientado. Dos horas después que había salido de Montenegro, cansado de caminar con las mochilas a cuesta por la ruta, Marcelo Zumbo volvió a entrar a ese mismo país. Lo miraron con cara de pocos amigos, lo reconocieron. Le preguntaron por qué no lo habían dejado entrar en Serbia. Coronavirus era la única palabra en común entre los distintos idiomas. Pero igual lo dejaron entrar, y le firmaron el pasaporte argentino.
Otra vez en el medio de la nada. A la vera de un camino de montaña. Solo y cansado. Con algo de frío porque la noche anterior había nevado, y la temperatura había bajado considerablemente. Caminó mucho. Hizo dedo, nadie lo levantó. Después de haber andado diez kilómetros, y de pensar que moría en las quijadas de una jauría que no paraba de ladrarle, se cruzó con una persona que le confirmó (con el traductor de Google de por medio), que para llegar al pueblo más cercano faltaban otros diez kilómetros más. "No podía más, pero no me queda otra. Qué iba a hacer solo en el medio de la ruta, sin nada para comer ni tomar. Estaba exhausto. Seguí haciendo dedo y me levantó un camionero, que me llevó hasta el pueblo más cercano".
Ese pueblo es Rozaje. Apenas llegó, se acercó a un parador de la ruta a comer algo. Fue a sacar un pasaje para ir a Pogdorica al día siguiente. Y les preguntó a unos lugareños dónde podía pasar la noche. Pero Marcelo Zumba nunca pudo irse de Rozaje. Cuando estaba en la habitación, golpearon a su puerta. "Cinco policías con barbijo estaban detrás de la puerta", recuerda Marcelo. Le pidieron los documentos, le tomaron la fiebre, le hicieron llenar una planilla, le pidieron que firmara unos papeles. Le cerraron la puerta del dormitorio y le dejaron ahí. Todo por señas.
"Siempre les dije que me sentía bien, y que era argentino. Que había estado en Italia pero que ya habían pasado trece días desde que me había ido, y que no tenía ningún síntoma. Me trajeron comida, se quedaron con mis documentos y nunca más se acercaron para explicarme nada", dice algo enojado Marcelo. "Me sentía casi como un delincuente, aunque sabía que se trataba del aislamiento obligatorio. Pero cuando nadie te explica nada, en otro país y sin saber a quién llamar es una situación muy fea".
La madre de Marcelo tiene 80 años, y no quería contarle todo lo sucedido para que no se pusiera nerviosa. "Estoy de acuerdo con las medidas que se están tomando, pero acá me siento estigmatizado. Creo que Montenegro no tiene casos notificados de coronavirus. Soy el italiano sospechoso", dice.
Zumbo se comunicó con la embajada italiana en Montenegro, porque en la de la Argentina no le dieron ninguna explicación. "Ni siquiera tienen una persona que hable en español", cuenta.
Hasta esta mañana, la situación de Marcelo Zumbo era la misma. Le toman la temperatura, le llevan comida y agua. Hace una hora, recibió una llamada de la embajada italiana. "Dicen que me dieron la autorización para ir a Podgorica, que van a mandar un taxi para que me busque. Que hay otro grupo de italianos ahí en la misma situación que yo", cuenta por WhatsApp, emocionado.
El hombre mira por la ventana. Dice que los patrulleros siguen ahí. Confiesa que no sabe si podrá regresar a la Argentina. Su pasaje de vuelta por KLM tiene fecha para el 11 de mayo. Pero ya no quiere seguir recorriendo Europa del Este. Su mayor anhelo es cumplir con los 14 días de aislamiento en su monoambiente de Caballito. No pide nada más.
Mañana LA NACION publicará una producción especial en la sección A Fondo con testimonios de argentinos varados en diversos países del mundo
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