Creencias alternativas: qué hay detrás del boom de la astrología, según la ciencia
El 71,6% de las personas que no adscribe a ninguna religión dijo creer en la energía, una tendencia marcada por jóvenes de entre 18 y 29 años
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Cada vez más personas toman decisiones en torno de la astrología y su supuesta capacidad predictiva. Muchos son jóvenes, provienen de clases medias y tienen estudios universitarios. También hay figuras públicas, como la diputada Victoria Tolosa Paz, que el año pasado en plena campaña por las elecciones legislativas aseguró que la crisis del 2001 en la Argentina, el crack mundial de 1929 y el atentado a las Torres Gemelas en Nueva York respondían a cartas astrales. Un cuento irreal para la comunidad científica, que acusa a esta creencia de complacer mediante teorías inconsistentes y prácticas engañosas, y alerta sobre su penetración social.
“En un mundo permeado por los desarrollos tecnológicos, los ciudadanos deberían poseer competencias básicas de alfabetización científica para afrontar debates racionales sobre los temas que requieren distinguir ciencias de creencias que no cuentan con evidencia”, remarca la filósofa Roxana Kreimer, referente del escepticismo científico en la Argentina. Como ejemplo, manifiesta que puede hasta truncar el éxito de políticas públicas: “En esos debates racionales se definen asuntos como la salud, el daño al ambiente o los programas económicos de un país”.
Dentro del catálogo esotérico, la astrología se define como el intento de adivinación de la personalidad y el futuro de una persona a partir de la posición del Sol y los planetas en el momento de su nacimiento. Según Claudia Rizzi, directora del Instituto Superior de Astrología en Argentina (ISAA), “es un conocimiento ancestral que se maneja a través de símbolos dependientes de los alineamientos de los cuerpos celestes. Esto da lugar a estadísticas que se forman mediante la observación de la repetición de acontecimientos cuando un planeta está alineado con otro en cierto lugar del cielo”.
Precisamente, este punto es uno de los más criticados por la academia. Mientras Rizzi sostiene que la astrología “es como una ciencia” que “no difiere mucho de las predicciones que hacen economistas o meteorólogos”, el astrofísico Gustavo E. Romero, director del Instituto Argentino de Radioastronomía, lo refuta: “La astrología utiliza como referencia cuerpos sin poder causal y colisiona con los conceptos más básicos de la ciencia y leyes de la física. Los astros no tienen ninguna capacidad para determinar las acciones humanas ni los acontecimientos que se desarrollan en la Tierra”.
Para el astrofísico español Javier Armentia Fructuoso, de extensa trayectoria como director del Planetario de Pamplona, centro cultural de divulgación científica y tecnológica, la astrología se construye sobre una validación ilusoria y sesgada: “Establece afirmaciones vagas que el cliente (que paga por el servicio) personaliza y adecúa a su propia percepción”. Además, expone la utilización de “detalles precisos que en realidad no existieron” y “recordar aquello que ha funcionado y minimizar el error”.
Crisis de religiones y auge new age
Además del enfrentamiento con la comunidad científica, el avance de la astrología se sustenta sobre la decadencia de otro competidor: la religión. La cantidad de católicos en la Argentina cayó del 76,5% al 62,9% en más de una década (2008-2019). En cambio, el 71,6% de las personas que no adscribe a ninguna religión dijo creer en la energía, categoría de la que forma parte la astrología, una tendencia marcada por grupos jóvenes de entre 18 y 29 años, y más presente en las regiones del área metropolitana Buenos Aires (AMBA), Cuyo, Centro y la Patagonia.
Algunos investigadores defienden la teoría de la construcción de una “cultura esnob”, cuyos miembros desconocen quiénes plantean las ideas en las que creen y cómo se fundamentan. “La astrología no pretende debates ni afrontar refutaciones en el marco de la ciencia, que la condena con crudeza”, dice Agustín Adúriz-Bravo, especialista en epistemología y didáctica de las ciencias naturales de la UBA. Además, describe que esto ha logrado gran alcance entre las clases medias progresistas new age que rechazan religiones colectivas duras como el catolicismo, el judaísmo o el islam.
“La astrología es una pseudociencia, pero esta adhesión soft ni siquiera califica como tal. Salvando círculos selectivos, no emplea criterios científicos ni ofrece justificación alguna para lo que dice, sino que cumple un rol de entretención y charlatanería. Una pseudociencia elige maliciosamente criterios científicos con fines espurios. En este caso, la mayoría no parece llegar a esos niveles”, define Adúriz-Bravo, que añade que “se trata de una creencia única e intransferible ya que dice manifestarse de forma distinta en cada uno. Por ende, conllevan un profundo sentido individualista”.
La tarotista Lourdes Verón fue de las primeras en llevar estas prácticas a los canales de televisión, donde cuenta con gran validación. Pondera el crecimiento de la astrología durante la última década. “Hay personas que piden levantarse una carta para tomar decisiones. Si vos levantás una carta natal, podés saber si es buen momento para afrontar una operación o hacer negocios. La luna nueva te da prosperidad para empezar proyectos”, dice. Entre sus clientes –afirma– figuran políticos, jueces, famosos o estudiantes universitarios en busca de la “autorrealización”.
Para explicar los mecanismos que hacen de la astrología “algo creíble”, Kreimer trae a colación el Efecto Forer, también conocido como Efecto Barnum o “falacia de validación personal”. A través de este término, acuñado por el psicólogo estadounidense Bertram Forer a mediados del siglo XX, se comprobó que los individuos otorgan una autoridad sobrestimada a las descripciones de su personalidad. Dicen ajustarse específicamente a ellos, pero en realidad son definiciones vagas y lo suficientemente genéricas como para aplicar a cualquier otra persona.
De hermana a enemiga
Al margen de las controversias, el debate alrededor de la astrología occidental no siempre trascurrió por la misma senda. Adúriz-Bravo menciona que esta práctica supo convivir en el pasado con la astronomía, hoy la ciencia encargada por excelencia del estudio de los astros. Hasta el inicio de la era de la revolución de Copérnico, durante el siglo XVI, se las consideraba “disciplinas hermanas” que se complementaban para posicionarse como saberes dominantes con teorías, procedimientos y herramientas avanzadas de la época.
“La astrología acaparó más de 30 siglos de producción relevante en la cultura del Cercano Oriente y Europa. Se empieza a desencajar con la revolución científica, donde la astronomía toma un vuelo superior en el que profundiza sus planteos, aumenta los métodos y responde las dudas que fueron surgiendo. En cambio, la astrología hizo un trayecto inverso, quedando como un lastre sin respuestas, obsoleto y marginado”, completa el investigador.
Según Rizzi, que se dedica a la astrología desde hace 40 años, a través de esta práctica se “decodifican los planetas en signos que son denominados ‘casas’, que son representaciones de las áreas de vida, y se plasma en un gráfico que registra la potencia de los cuerpos celestes, la ubicación y la relación entre ellos”. De esa forma, “reencarnamos en un tiempo y lugar preciso, que es la fotografía que toma la astrología para hacer la carta natal y describir a una persona o la tendencia de un país”.
Al respecto, Romero –que fue el presidente de la Asociación Argentina de Astronomía entre 2005 y 2008– contesta que el poder predictivo de la astrología al comienzo radicó en que la observación de los cielos otorgaba conocimiento de ciertas regularidades, como las fases de la luna o eclipses. Como consecuencia, sin embargo, “eso le depositó una autoridad desproporcionada hasta el advenimiento de la teoría universal de la gravitación. A partir de ahí, la astronomía se transformó en una ciencia cuantitativa con una capacidad predictiva superadora”.
Espiritualidad de mercado
La falta de sustento no es lo único que advierten los miembros de la comunidad científica consultados por LA NACION a la hora de hablar de astrología. Para comprender su aprobación, hay que situarse en el comienzo del siglo XX, un período en el que la ciencia alcanzó una enorme complejidad para ser comprendida y transmitida. La ciudadanía interpretó esto como un acto de corporativismo y elitismo, por lo que acabó refugiada en creencias alternativas.
“Dicho escenario produjo una distancia entre los conocimientos científicos y el público general en una era marcada por el conflicto y la inconformidad a niveles sociales, políticos y económicos. Como consecuencia, esto derivó en la proliferación de pseudociencias y pensamientos mágicos sobre un reblandecimiento del juicio crítico en rechazo al pensamiento racional, la ciencia y la tecnología basada”, apunta Romero.
Las prácticas esotéricas cimentaron su última penetración sobre una sociedad en búsqueda del sentido de la vida y la exploración de las emociones. Para Adúriz-Bravo, autor del artículo del Conicet ¿Por qué la astrología no es una ciencia? (2014) junto al biólogo Leonardo González Galli, “la astrología ha vuelto a renacer fuertemente ahora sobre una lógica de modernidad líquida”, concepto que el sociólogo polaco Zygmunt Bauman utilizó para describir una era de sentido común inconsistente y angustia existencial.
Para Rizzi, en cambio, la adhesión a la astrología “responde a una generación con la cabeza más abierta” y menciona que “en la Argentina hay muchas personas que la dignifican con profundidad lejos de los medios de comunicación. No nos dejamos llevar por los dogmas o cosas que nos enseñaron. A esta altura todo el mundo sabe que cuando Mercurio está retrógrado hay complicaciones para la firma de papeles, las acciones comerciales, la comunicación y el tránsito. La astrología nos hace comprender por qué estamos acá”.
La tendencia esotérica no ha pasado desapercibida para las industrias de la publicidad, las redes sociales y la moda. Pese a la bandera antihiperconsumista, la retórica de la espiritualidad y las energías fue asimilada con éxito por la mass media 2.0. Además, su rótulo mucho más estético, amigable y “cool” barrió con la comunicación científica. Paradójicamente, eso permitió ampliar el mercado y brindar nuevos consumos. Pero, como definió la escritora canadiense Naomi Klein en su libro No logo, en la última actualización del capitalismo ya no se trata de productos: se venden estilos de vida.
A modo de cierre, Kreimer recuerda que Aristóteles –a pesar de que no contaba con el desarrollo tecnológico actual– ya había notificado durante el siglo IV a.C. indicios de estos comportamientos en las civilizaciones de la Antigua Grecia, algo que abordó al definir las bases de la razón. De acuerdo con la filósofa, “si las personas no adquieren la capacidad para no engañarse y no ser engañadas respecto de las pseudociencias o creencias alternativas, aumenta el riesgo de que tomen malas decisiones”. Y, como resultado, eso “no solo compromete el desarrollo de un individuo o el de su entorno interpersonal más cercano, también afecta al conjunto de la sociedad”.
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