“Desigualdades crónicas”: por qué uno de cada cuatro jóvenes argentinos no estudia ni trabaja
Especialistas en sociología y en educación afirman que el hecho de no terminar el secundario es uno de los factores que más influye
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“La razón por la que uno de cada cuatro jóvenes no estudia ni trabaja es muy simple, aunque de simple no tiene nada. Los pibes pobres no terminan la escuela secundaria. Entonces, como abandonan, no pueden seguir estudiando y tampoco están capacitados para tener trabajo. Es muy difícil conseguir empleo en el mundo tecnificado actual sin haber terminado la secundaria”, explica Alieto Guadagni, director del Centro de Estudios de la Educación Argentina (CEA) de la Universidad de Belgrano.
El especialista se refiere a la investigación realizada por el Observatorio de la Deuda Social Argentina de la Universidad Católica Argentina (ODSA-UCA) que muestra que uno de cada cuatro jóvenes argentinos de entre 18 y 24 años no estudia ni trabaja. Según el estudio, la cifra se mantuvo por encima del 25% entre 2017 y 2021.
Además de dar cuenta de la situación educativa y laboral, el informe examina las desigualdades crónicas que atraviesan los jóvenes según el género, la situación de pobreza en el hogar y el estrato socio-ocupacional. Por ejemplo, el porcentaje de jóvenes “Ni-Ni” en el estrato trabajador marginal es de 45,5%, mientras que en los hogares de clases medias profesionales la tasa cae a 2,4%. De igual forma, la cantidad de mujeres que no estudian, no trabajan de manera remunerada, ni buscan empleo duplica de manera estructural a sus pares varones.
Alejandro Artopoulos, sociólogo, profesor e investigador de la Escuela de Educación de la Universidad de San Andrés (UdeSA), considera que hay una combinación de razones que pueden explicar la situación de doble exclusión que viven estos jóvenes.
“Es evidente la situación de crisis económica y la imposibilidad de encontrar trabajo. Es decir, la economía se quedó sin recursos para producir puestos de trabajo tanto en la economía formal como en la informal. En ese sentido, este momento se parece mucho a lo que fue la crisis de 2001″, sostiene.
Por otro lado, comenta Artopoulos, a diferencia de situaciones anteriores cada año que pasa se va profundizando la separación entre dos economías: una globalizada y conectada a las exportaciones, al conocimiento y al procesamiento de materias primas, que genera puestos de trabajo solo aprovechados por quienes logran cumplir con el ciclo educativo; otra en la que hay empleos de baja calidad, que incluso pueden ser en blanco, en gastronomía o en comercios, pero que son sueldos de subsistencia y en definitiva no alcanzan para permitir el movimiento social ascendente. “Y ahí es donde está la gran brecha, entre aquellos que logran pasarse a esa primera economía y aquellos que no”, afirma el especialista.
Artopoulos también hace hincapié en la imposibilidad de reformar el sistema educativo y así mejorar las condiciones de formación y retención de estos jóvenes, principalmente en el nivel medio.
“El problema que tiene la escuela media es que el proceso de actualización y modernización que se hizo durante los 90 y en los últimos 20 años vació el contenido en cuanto a competencias y habilidades para la inserción laboral y la concreción de proyectos personales. Esto se ve muy claramente en la educación digital. La escuela media no está pudiendo incorporar contenidos curriculares relacionados con la cultura digital y el desarrollo de oficios digitales. Es una gran falencia que ha sido cubierta por algunos proyectos provinciales como las escuelas Proa (Programa Avanzado en Educación) en Córdoba, el aprendizaje basado en acontecimientos aplicado en Santa Fe o más recientemente el aula inversa en Misiones. Pero son programas piloto que no han podido trascender la provincia. Falta una visión nacional que convierta eso”, finaliza.
Perfil
Guadagni dice que el dato arrojado por el estudio muestra un problema muy serio que está concentrado en los niveles más pobres de la sociedad y que se reproduce intergeneracionalmente.
“Es decir, la pobreza se focaliza entre los que no terminaron la secundaria. No al 100% porque siempre hay excepciones, pero generalmente el nivel económico de una persona se determina por los estudios que tiene. Hay una absoluta correlación entre el ingreso y el nivel educativo. La inmensa mayoría de los que terminan la secundaria no son pobres. Pasa en todo el mundo y en la Argentina es aún más grave”, agrega Guadagni.
Agustín Salvia, sociólogo y director del Observatorio de la Deuda Social Argentina, coincide: “Son jóvenes que forman parte o constituyen hogares de sectores pobres estructurales, de sectores marginales informales o incluso de segmentos de trabajadores formales, pero en descenso social. Esos jóvenes han sido expulsados del sistema escolar, en el mejor de los casos terminaron el secundario, pero sin calificaciones laborales. Al mismo tiempo, el mercado de trabajo no demanda trabajos de nula calificación, por lo que la economía social, los comedores, los programas sociales, las actividades extralegales, los trabajos eventuales, las changas y las diferentes formas de autoexplotación familiar –trabajo de cuidados, trabajos de ayuda a la actividad económica principal (taller textil, feria, venta ambulante, recolección de cartones), prostitución, etc.– se constituyen en las únicas salidas laborales. En definitiva, no tienen las formaciones que requiere el mercado y el sistema educativo no les ofrece refugio ni mecanismos de participación y permanencia sostenibles”.
Según Salvia, quien también es investigador del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet) y del Instituto Gino Germani, el 25% de los jóvenes en cuestión representa a por lo menos 1.200.000 personas, de las cuales casi el 80% forma parte de sectores pobres marginales-informales, pero también de trabajadores formales.
Las mujeres, más afectadas
“El 65% son mujeres jóvenes, en su mayoría con tareas reproductivas y trabajos eventuales. Para ellas no hay sistemas de cuidado que permita liberarlas de tareas domésticas intensivas para poder estudiar o trabajar”, explica Salvia.
Mónica Marquina, doctora en educación superior e investigadora del Conicet, agrega: “El problema de los jóvenes que no estudian ni trabajan no es de ahora, pero se exacerbó en los últimos años, llegando a una cantidad cercana al millón y medio de personas. Más de 900.000 son mujeres, que probablemente están en esta condición por tener que dedicarse a tareas de cuidado, principalmente por haber sido madres a temprana edad”.
A pesar de esta desigualdad, es entre las mujeres donde tiene lugar una mayor escolarización o terminalidad educativa. En 2021, superando a los varones (42,1%), el 54,6% de ellas concluyó estudios terciarios o continuaba estudiando secundario o terciario.
“Este problema requiere de manera urgente políticas de formación para el mercado de trabajo, acotadas, flexibles, que puedan complementarse en el futuro. Sin capacitación, estos jóvenes están destinados a la marginalidad, en un momento en que será fundamental tener trabajadores calificados si queremos ir hacia el desarrollo. Los efectos, además, se exacerbarán, dado que sus hijos probablemente sigan el mismo camino. Por ello, los gobiernos deberían articular las necesidades de desarrollo local con esta potencial mano de obra y en ese marco definir qué formación necesitan. No solo por ellos, sino por el futuro de nuestra sociedad”, concluye Marquina.
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