Docente militante: el aval del Presidente provocará nuevas formas de enseñanza totalitarias
Lo que vimos y escuchamos a través de un video grabado a escondidas durante una clase de Historia en una escuela técnica del Partido de La Matanza es el contraejemplo de lo que la educación pública tiene que garantizar. Se trata de un caso extremo, aunque es probable que no sea el único. Sin embargo, afortunadamente, no ejemplifica lo bueno que sí sucede a diario en miles de las aulas argentinas.
Creo con sinceridad que la educación es “pública”, sea esta de gestión estatal o privada. Tan pública es –ya sea presencial o remota– que hace 18 meses millones de clases son retrasmitidas al interior de los hogares de innumerables familias a través de las plataformas sincrónicas vía internet. En ese sentido, deberíamos comprender que el acto educativo no debe esconderse dentro de las paredes de un aula a puerta cerrada y tendría que constituir el más completo ejercicio democrático.
Desde esta mirada, la experiencia vivida por ese grupo de estudiantes secundarios violentado por una docente nada tuvo que ver con la construcción autónoma del pensamiento crítico. La supuesta clase fue una ridícula parodia de gritos y gesticulaciones (todas claras manifestaciones de un autoritarismo inaceptable), en la que se observa a una adulta “fuera de eje”, incapaz de escuchar a sus alumnos y de generar un ambiente de confianza que permita a adolescentes debatir con libertad sus creencias y posicionamientos políticos. La cuestión planteada no se discute dando cabida a distintas lecturas e interpretaciones de un mismo hecho y el rol de la docente queda desdibujado. La profesora se aleja de su responsabilidad como educadora y se transforma en una “opinóloga”, ya que no utiliza fuentes contrastables para justificar sus argumentos. Paulo Freire, en una entrevista en San Pablo (1985), cuando le preguntaron qué es enseñar, señaló: “El educador que dice que es igual a sus educandos o es demagógico o miente o es incompetente”. Y agregó: “El educador tiene que enseñar. No es posible dejar la práctica de la enseñanza librada al azar”. En el caso que nos ocupa es claro que no estamos ante la presencia de una situación de enseñanza.
Pero las responsabilidades no se deben limitar al accionar de la docente. Las autoridades escolares deben asumir –por acción u omisión– las consecuencias de que un grupo de adolescentes haya sufrido la violencia institucional que pudimos observar. No se trata aquí de disciplinar a los involucrados, sino de generar las condiciones para reparar el daño provocado y asegurar que no se repitan situaciones análogas; porque, de cómo sea el desenlace de la instrucción sumaria que seguramente se llevará adelante, esa comunidad educativa y probablemente muchas otras aprenderemos que somos los docentes quienes tenemos el compromiso de garantizar el derecho a la educación de nuestros jóvenes.
De lo contrario, situaciones similares seguirán ocurriendo en las escuelas y es necesario tener presente que, tanto los estudiantes como las familias, en un sin número de ocasiones, son el eslabón más débil y, en consecuencia, no tienen las herramientas que les permitan enfrentar y denunciar esta clase de hechos.
Sin embargo, más preocupante que lo acontecido con una profesora o con un grupo de estudiantes en una escuela del conurbano son los dichos del Presidente de la Nación, porque el peso de sus palabras tendrán con plena seguridad derivaciones poco felices para todo el sistema educativo argentino. Digo esto porque avalar el accionar de la docente –y no cuestionarlo al menos–, argumentado que ella con su proceder “siembra dudas” o “es un debate que le abre la cabeza al alumno” incita a muchos otros docentes a desarrollar estrategias pedagógicas totalitarias y despóticas. Me pregunto sobre la base de qué teorías de la pedagogía el señor Presidente piensa que la metodología utilizada por la docente permite afirmar: “que haya tenido el debate es formidable, porque invita a pensar”. Su experiencia, limitada al nivel universitario, no es extrapolable en ningún caso a la tarea docente en otros niveles de la educación, para la cual miles de docentes nos formamos como profesores, nos capacitamos, actualizamos y especializamos.
El autor es educador, exrector del Colegio Nacional de Buenos Aires y director de la Escuela de Formación en Ciencias
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