
El Alvear festeja 75 años de esplendor
Se inauguró en 1932; por él desfilaron los huéspedes más ilustres
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Suele ser el elegido para acontecimientos especiales como casamientos, cumpleaños y aniversarios. Pero mañana, él mismo será el anfitrión y el agasajado. Es que el Alvear Palace Hotel celebrará sus 75 años de vida. Serán, según reza el protocolo nupcial, sus bodas de brillantes.
La historia oficial cuenta que tardó casi 10 años en construirse: desde 1923 hasta 1932. Pero ese retraso –originalmente se habían proyectado dos años de trabajo– no hizo más que aumentar la ansiedad de la pujante clase alta porteña, que por ese entonces ya reclamaba un lugar de reunión acorde con su status social.
"La geografía del terreno era muy irregular. El declive de la calle Ayacucho dificultó mucho las tareas de construcción, por eso la obra demandó tantos años", exlicaron algunos memoriosos sobre los orígenes del hotel, que se convirtió, a lo largo de su historia, en el símbolo del lujo y la sofisticación de Buenos Aires.
Tanta espera, por fin llegó a su fin. Las trompetas sonaron, solemnes, un día de septiembre de 1932. El personal, formado en las mejores escuelas de Ginebra y Lausana, engalanado con su mejor uniforme, por fin recibía a los primeros visitantes ilustres del palacio. El vermú para los señores y el té de las cinco para las señoras ya empezaban a ser una clásica salida porteña.
Anecdotario
Por sus largos pasillos cubiertos con carpeta persa, desfilaron desde jeques árabes y príncipes europeos hasta estrellas de Hollywood y cantantes de rock. Y también pisaron la alfombra roja huéspedes no humanos, como un elefante domesticado, que caminó hasta el Salón Versailles, en la planta baja, para aportar un toque exótico en una la fiesta de 15.
Pero el anecdotario de un hotel como el Alvear Palace es extenso. Y las historias relacionadas con los pedidos "especiales" de los huéspedes son un capítulo aparte. Es que, según cuenta el personal, quien viene a este hotel dice lo que quiere, sin preguntar cuánto cuesta. Y lo tiene. La palabra "no" está fuera del diccionario que manejan en este hotel palaciego.
De imposibles que luego fueron posibles, sobran los ejemplos: "Hace 20 años el emir de Kuwait nos pidió leche de cabra, un producto que en ese entonces no era nada común. Como pudimos, contactamos un productor en Santiago del Estero, y se la trajimos por avión. Y otro cliente pidió unas cervezas belgas que acá no se conseguían. Finalmente, encontramos una pequeña partida en Chile y también se las trajimos", relata Alfredo Rodríguez, gerente de compras del hotel.
Este hombre tiene a su cargo la responsabilidad de adquirir desde las flores y frutas que adornan las habitaciones hasta el mobiliario y los equipos más sofisticados. "Las frutas, verduras y todo lo que se consume se prueban antes de ser aceptadas. Esto es algo muy poco frecuente", cuenta Rodríguez, que enumera algo de lo que se consume en el hotel por mes: 3000 a 4000 kilos de lomo; 1000 kilos de frutillas y 800 de manzanas. Además, dice, se gasta más en flores que en electricidad.
También hay productos que se importan especialmente para el hotel: los amenities Hermès que hay en las habitaciones; las sábanas de algodón egipcio, los edredones de pluma de Dinamarca, las flores de Ecuador y la harina de almendras que se trae desde Francia para preparar un plato típico de ese país son sólo algunas de las 100 operaciones de comercio internacional que cierran al año.
Los pedidos especiales de los huéspedes no se limitan a las cuestiones culinarias. Varios solicitan tener en sus habitaciones animales para hacer más placentera su estada. "Al emperador de Japón Akihito, fanático de la fauna marina, le instalamos en la suite una pecera realmente enorme, con peces de las especies más exóticas", recordó Alejandro Noya, que lidera la única gerencia de conserjería que existe en toda América.
Pero muchas veces no esperan que el huésped haga un pedido, sino que se adelantan a él. Como Hugo De Vicenzo, un conserje que no dudó en caminar 40 cuadras para buscar un botón igual al que se había salido del saco de un turista. Claro que el visitante nunca se enteró de su pequeña hazaña. Hugo, igual, estaba contento con el deber cumplido.
Debacle y renacimiento
Pero el hotel más reconocido de la Argentina también atravesó épocas menos esplendorosas. Fue entre 1978 y 1984, cuando a raíz de una mala administración del dueño de ese entonces, que se hacía llamar el barón Von Wermitz, el hotel quebró y tuvieron que venderse las habitaciones para solventar la quiebra. El lujoso palacio se convertiría en una propiedad horizontal.
Si bien nunca dejó de funcionar como hotel, la mayoría de las 210 habitaciones estaban en manos de privados. Parecía el ocaso del Alvear, hasta que un grupo empresario argentino, liderado por David Sutton, le devolvió su esplendor. De a poco, con paciencia, fue comprando habitación por habitación. Entre 5 y 10 cuartos todavía pertenecen a particulares.
Los nuevos dueños remodelaron el hotel conservando el estilo palaciego y le sumaron nuevos servicios y personal altamente capacitado: hoy hay 600 empleados, lo que hace un promedio de casi tres trabajadores por suite. "En general, el resto de los hoteles 5 estrellas no llegan a dos empleados por habitación. Por eso nos diferenciamos en servicio", asegura Rodríguez, que con 28 años en el hotel fue uno de los primeros en incorporarse pasada la "época oscura".
Noya, de 44 años, también fue testigo directo del renacimiento del hotel. "Yo ingresé a los 23 años en Conserjería. Cuando entré me dijeron que estaba por reabrir el mejor hotel de Buenos Aires. Y no se equivocaron: hoy nos diferenciamos del resto por ser un hotel independiente, no pertenecemos a ninguna cadena internacional y encima trabajamos en un palacio único, irrepetible. ¿Qué más se puede pedir?"
Casi nada.
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