
El fútbol no conoce de asuetos ni de las medidas sanitarias extremas
Se suceden las aglomeraciones masivas en la Copa Libertadores y en el campeonato local
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Cada estornudo genera un eco en los rincones del estadio Ciudad de La Plata. Hay una multitud, cerca de 40.000 personas, por más que las recomendaciones de los expertos en salud imploran evitar las grandes aglomeraciones. La final de fútbol de la Copa Libertadores no sabe de medidas extremas ni de asuetos sanitarios, así como tampoco lo supo la definición del campeonato local, que quedó en poder de Vélez.
Si se la mide con seriedad, roza lo absurdo. No se ven barbijos -sólo lo lleva una persona disfrazada de león, la mascota de Estudiantes, tal vez como desatinado gesto humorístico, dentro del campo de juego- ni se advierte preocupación por un eventual contagio de la gripe A.
Nada de eso. Nadie habla de la enfermedad en los alrededores de la cancha municipal: ni en el repleto bufet, en el que se comparten vasos, hamburguesas o cualquier bocado, ni en los inundados baños. ¡Sí, inundados! Eso sí: en el primer vallado se ofrece alcohol en gel para todos los concurrentes, la única medida de higiene que queda a simple vista en la mole de cemento.
El partido se juega igual. De nada valió el reclamo de Cruzeiro, el rival de Estudiantes, que desde Belo Horizonte amagó una y otra vez con no venir a la Argentina. Así lo dispuso la Confederación Sudamericana de Fútbol, con la venia y las garantías de las autoridades argentinas.
Las entradas estaban agotadas desde antes, mucho antes: 36.500 lugares, exactamente. Uno al lado de otro. En las plateas, la separación entre los hinchas era algo más generosa. Hay hombres y mujeres cegados por los colores, que no se detienen en las eventuales consecuencias sanitarias. Hay chicos, muchos chicos que imitan a los grandes y claman por el orgullo pincharrata sin saber bien de qué se trata el asunto.
Apiñados
En la popular, allí donde van los que se dicen bravos, los seguidores incondicionales están todos apiñados en una masa uniforme. A lo lejos parecen uno encima de otro debajo de la pasión rojiblanca que por estas horas envuelve La Plata. El aliento y las respiraciones agitadas sugieren tantas cosas que arden los oídos. No hay restricciones, como si fuese la situación más normal del mundo.
Hace frío y ningún abrigo parece suficiente. El termómetro marca un poco más de 0° en La Plata. Lo peor llega cuando Estudiantes entra en el terreno y se detona toda la pirotecnia, cerca de las 22, un horario insólito para una crisis sanitaria, pero que cumple a rajatabla con la pauta televisiva en la Argentina y en Brasil.
Hay detonaciones, bengalas y humo artificial. Cuesta respirar y la picazón en la garganta se vuelve inevitable, así como la tos y más estornudos. Los más precavidos se cubren con buzos, bufandas o banderas. El resto, bien valga la expresión, queda a suerte o verdad en la situación más azarosa.
Después de dos horas de gritos al viento, las voces roncas y enardecidas se apagan pasada la medianoche, entre lamentos que describen el empate 0-0 y especulaciones sobre el desquite en Brasil. El cuerpo tiritante apenas pide una sopa caliente. Acaso el primer rapto de lucidez se dibuja como un relámpago bajo la luz de la luna, mientras los pasos se suceden veloces en el cruce de 528 y 25.
No queda nadie, aunque la muchedumbre aún se ve a lo lejos. Entonces, sólo entonces, aparece la conciencia y se conforma con un deseo: que no haya síntomas entre los dos y los siete días posteriores...
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