El malestar social y su cuota de racionalidad
Una década atrás, la sociedad respaldó casi unánimemente las reformas económicas. Hoy, ese apoyo se ha debilitado y muchos parecen añorar el pasado. Una encuesta hecha hace pocos meses por el Banco Mundial indica que el 63 por ciento de los argentinos cree que su estándar de vida es inferior al de sus padres. Por su parte, el 42% opina que sus hijos vivirán igual o peor que ellos mismos.
Después de una década de reformas y de un crecimiento del PBI de más de 50%, el malestar social tiene una cuota importante de racionalidad. La situación de ingresos de los hogares y el comportamiento del consumo muestra que hay problemas considerables.
En una medida apreciable, como resultado de una recesión inusualmente larga. Pero también hay otros factores, algunos enteramente nuevos, asociados a los cambios en la organización económica.
El más evidente es el gran crecimiento del desempleo y la informalidad laboral. Entre el inicio de la reforma económica y el presente:
- El número de desocupados aumentó de 750 mil a dos millones. El 80% se mantiene con la ayuda de familiares y amigos.
- La cantidad de hogares con jefes desocupados subió de 200.000 a 650.000.
- Frente a un incremento de la población económicamente activa cercano a 3,5 millones de personas, se crearon sólo 700.000 empleos privados en blanco.
- Los trabajadores en negro pasaron de 2,5 millones a casi 5 millones, con una baja de su ingreso promedio de más del 25 por ciento.
No obstante su importancia, esto no es lo único. Hay al menos otros tres determinantes principales del cambio de los hábitos de consumo: En primer lugar, la transformación estructural del mercado de trabajo. La reconversión productiva debilitó la estabilidad del empleo. Esto se expresa en un aumento muy significativo de la tasa de rotación y, por ende, de la incertidumbre. A consecuencia de ello, el 42% de los ocupados cree probable perder su empleo en los próximos 6 meses y el 64% se siente poco o nada seguro económicamente.
Por la fuerte rotación y la intermitencia laboral, la variabilidad de los ingresos es ahora mayor que en el período de alta inflación previo a la reforma económica. Este cambio de las condiciones de funcionamiento del segmento antes más integrado y protegido de la estructura social afecta sensiblemente el consumo. En segundo término, la pérdida de cuasi rentas originadas en transferencias financiadas con déficit fiscal (como las tarifas subsidiadas de los servicios públicos) o en arreglos corporativos (como la fijación de salarios a cambio de una alta protección arancelaria) también afecta el consumo, sobre todo, en los sectores medios y medios bajos.
Por último, pero no menos importante, la deflación de los últimos años (extensiva a los salarios) es un fenómeno inédito, que opera sobre el consumo en un sentido exactamente opuesto a la tradición económica prerreforma. La convergencia de estos factores ha determinado un cambio -para muchos un descenso- en el bienestar, pero sobre todo un marco de incertidumbre que da lugar a una adaptación defensiva de los hábitos de consumo. La recuperación de la actividad económica y la eventual mejora del nivel de empleo moderará este proceso, pero no se volverá a la situación anterior. El riesgo, de aquí en más, será un elemento inherente a las decisiones de consumo de los argentinos.
El autor es licenciado en economía y titular de la Sociedad de Estudios Laborales
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