El neurocirujano argentino que creó un dispositivo para drenar sangrados cerebrales de forma mínimamente invasiva
A los 39 años, Luis Savastano impulsa desde la Universidad de California un desarrollo pionero que ya se probó en pacientes argentinos y busca la aprobación de la FDA
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El mendocino Luis Savastano, de 39 años, se prepara, junto a su equipo, para cambiar la historia de la neurocirugía. Reconocido especialista de la Universidad de California, en San Francisco, y anteriormente de la Clínica Mayo (Minnesota, EE.UU.), este neurocirujano argentino lidera el desarrollo de un dispositivo único en el mundo: el primero capaz de realizar procedimientos neuroquirúrgicos transvasculares, es decir, intervenciones que utilizan las arterias como vía de acceso pero que logran operar fuera de ellas.
Una innovación que, si prospera, promete abrir un nuevo capítulo en el universo de las intervenciones neurológicas mínimamente invasivas.

El avance busca dar respuesta a uno de los grandes problemas que enfrentan los pacientes con hematomas subdurales, un sangrado cerebral frecuente en adultos mayores que suele requerir una cirugía de urgencia. Hoy, uno de cada cinco pacientes debe volver a ser operado porque el sangrado reaparece. El dispositivo de Savastano aspira a resolver ese círculo vicioso al permitir drenar el hematoma de manera mínimamente invasiva y bloquear el punto de sangrado en un mismo procedimiento.
Por primera vez, la neurocirugía tendría la posibilidad de ir más allá de los límites de los vasos sanguíneos. Lo que hasta ahora se hacía solo “dentro” de las arterias —tapar aneurismas o destapar obstrucciones— podría transformarse en una estrategia para acceder al cerebro sin abrir el cráneo. El potencial es inmenso: desde la administración dirigida de fármacos para enfermedades neurodegenerativas hasta la colocación de electrodos para interfaces entre el cerebro y una computadora.
LA NACION conversó con Savastano en Buenos Aires, en el contexto de la XXXIV edición del SIMI y del VIII Stroke Summit, un importante congreso dirigido por el prestigioso neurocirujano Pedro Lylyk, director general de ENERI y de la Clínica La Sagrada Familia, instituciones reconocidas por su innovación en el campo de la neurocirugía endovascular y el tratamiento del ACV.
Allí, el mendocino explicó cómo funciona este desarrollo que ya se está probando en pacientes en Argentina y que busca la aprobación de la FDA, el organismo regulador de Estados Unidos.
—Usted se formó en la Argentina, graduado con medalla de oro de una universidad pública, y hoy es referente en una de las instituciones médicas más prestigiosas del mundo. ¿Cómo fue ese recorrido?
—Mi historia empieza en Mendoza, donde estudié medicina en la Universidad Nacional de Cuyo. Fue una formación muy sólida, que incluyó un doctorado en investigación médica y me permitió dar el salto al exterior. Con mi esposa nos mudamos a Ann Arbor, Michigan, donde realicé la residencia en neurocirugía durante siete años en la Universidad de Michigan. Ese período fue decisivo porque, además de la formación clínica, me involucré en el desarrollo de tecnología quirúrgica. Después hice un fellowship en cirugía cerebrovascular, que combina lo mejor de dos mundos: la cirugía abierta tradicional (clipado de aneurismas, bypasses) y la cirugía endovascular, que utiliza catéteres para llegar al cerebro a través de las arterias. Luego trabajé en la Mayo Clinic como médico de planta y, desde hace tres años, trabajo en la Universidad de California en San Francisco (que tiene uno de los mejores departamentos de Neurocirugía de Estados Unidos y del mundo) como jefe de cirugía cerebrovascular y director del laboratorio de cirugía experimental. Siempre traté de equilibrar la práctica clínica con la investigación en nuevos dispositivos y técnicas, porque la innovación surge de los problemas que vemos todos los días en los pacientes.
—¿Qué problema específico lo llevó a diseñar este dispositivo?
—Uno de los procedimientos más comunes en neurocirugía es la evacuación de los hematomas subdurales, que son sangrados que ocurren entre el cerebro y la membrana que lo recubre. El paciente suele presentar dolor de cabeza, confusión, debilidad o incluso pérdida de la conciencia. El tratamiento estándar es abrir un orificio en el cráneo para drenar la sangre acumulada. El inconveniente es que aproximadamente el 20% de los pacientes vuelve a sangrar en los meses siguientes, lo que obliga a reintervenirlos. Esto es especialmente crítico en adultos mayores, que suelen estar en tratamiento con anticoagulantes o antiplaquetarios. La pregunta que nos hicimos fue: ¿cómo podemos evitar que estos pacientes vuelvan a pasar por el quirófano? Y ahí surgió la idea de usar la propia arteria que irriga esas membranas como un camino de entrada para resolver el problema desde adentro.

—¿Cómo funciona exactamente el dispositivo?
—El procedimiento comienza introduciendo un catéter por una arteria de la muñeca o la pierna, como ya hacemos en muchos tratamientos cardiovasculares. Guiados por imágenes radiográficas y con la ayuda de contraste, navegamos por el sistema vascular hasta llegar a la arteria que irriga la zona del sangrado. Allí usamos una guía con radiofrecuencia en la punta: esa energía nos permite perforar la pared de la arteria de manera controlada, creando un microcanal. A través de ese canal avanzamos un catéter, que actúa como un tubo por donde se puede aspirar el hematoma con una jeringa. Una vez drenada la sangre, se coloca un implante que sella el orificio creado y la arteria que estaba sangrando y originó el hematoma. Todo ocurre en un mismo procedimiento, de forma mínimamente invasiva, sin necesidad de abrir el cráneo.
—¿Qué diferencia representa frente a las técnicas actuales?
—Hasta ahora, la cirugía endovascular se limitaba a resolver lo que pasa dentro de los vasos: tapar un aneurisma, destapar una arteria obstruida. Lo revolucionario de este dispositivo es que nos permite salir de la arteria en el punto exacto que necesitamos. Por eso lo llamamos un procedimiento transvascular o extravascular. En lugar de hacer dos intervenciones distintas —una cirugía abierta para drenar y luego una embolización para sellar las arterias que sangran—, todo se resuelve en un único paso. Y lo más emocionante es que esta técnica abre la puerta a muchas otras aplicaciones: administrar fármacos directamente en áreas específicas del cerebro, realizar biopsias sin craneotomías o implantar electrodos para interfaces cerebro-computadora. Es un cambio de paradigma.

Durante décadas, la única forma de tratar problemas cerebrales fue abrir el cráneo. Incluso hay registros de trepanaciones de hace 4000 años. Con la cirugía endovascular, en las últimas décadas aprendimos a resolver enfermedades sin abrir la cabeza, pero siempre dentro de los vasos sanguíneos. Ahora estamos yendo un paso más allá: usar la arteria como autopista de acceso para salir de ella y operar afuera. Es como si en vez de tirar abajo toda una pared, encontráramos una puerta secreta que nos permite entrar y salir con precisión. Esa es la magnitud del cambio que estamos impulsando.
—¿En qué etapa se encuentra este desarrollo?
—En la Argentina realizamos un protocolo aprobado por la ANMAT para tratar a 25 pacientes. Hasta ahora, operamos a 16, y los resultados son muy alentadores: ninguno necesitó una nueva cirugía y todos evolucionaron favorablemente a seis meses de seguimiento. Eso nos permitió enviar los datos a la FDA en Estados Unidos, que otorgó a este dispositivo la categoría de “Breakthrough Device”. Esa designación se reserva para tecnologías que tienen el potencial de transformar la práctica médica y permite acelerar el proceso de aprobación. No significa que ya esté aprobado, pero sí que el camino regulatorio será más ágil.
—Que las primeras pruebas se hayan hecho en la Argentina, ¿qué representa para usted?
—Para mí tiene un valor enorme. Siempre se piensa que los grandes avances surgen de los Estados Unidos o de Europa, pero en este caso las primeras intervenciones del mundo se hicieron aquí, en la clínica La Sagrada Familia. Eso habla del talento y la capacidad de innovación que tiene la neurocirugía argentina. A veces falta infraestructura o recursos, pero lo que sobra es creatividad y calidad profesional. Y este proyecto lo demuestra, el país fue pionero en aplicar una técnica que puede cambiar la práctica global.

—¿Cuándo estará disponible? ¿Cuál es el horizonte?
—Todo avance médico serio necesita pasar por varias fases de investigación clínica. Ya demostramos que es factible y seguro en un grupo inicial de pacientes. El siguiente paso es expandir los ensayos, confirmar los resultados y luego avanzar hacia la aprobación regulatoria. Si todo sigue como hasta ahora, en pocos años podría estar disponible en centros de referencia en todo el mundo. No es una idea futurista: es una realidad en prueba, que podría beneficiar a miles de personas en un plazo relativamente corto.
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