
El último vuelo de un piloto comercial
Los rituales del adiós sorprendieron a los pasajeros que, anteayer, viajaron a Ushuaia y a Río Gallegos
1 minuto de lectura'
Va a aterrizar. Al menos, eso suponen los pasajeros. El avión está a 200 metros del suelo, sobrevolando la pista. Pero no aterriza. Se eleva de nuevo. Gira sobre el Río de la Plata y, cuando vuelve a encarar la pista, hay ya dos carros hidrantes listos para bañar la nave en cuanto ésta se detenga.
¿Qué pasa? ¿Está todo bien? ¿Se prende fuego el aparato? No, no hay ni fuego ni problema alguno. Es la tradición. El último vuelo de un comandante implica una serie de rituales impostergables, entre los que se cuentan el vuelo a baja altura, el baño de los carros hidrantes, un brindis en cada escala del trayecto, el corte de la corbata negra del uniforme, la presencia de familiares, amigos y colegas en el avión, y algunas perlas más que hacen del trayecto un viaje completamente diferente.
Los pasajeros, de esto, se enteran poco y nada. Hasta el líder de Recrear, Ricardo López Murphy, que abordó el avión en Ushuaia, quedó desconcertado, sentado en la segunda fila de la clase turista.
El comandante Rubén Fernández se anima a contarles que forman parte de un día especial para él, pero nada más. No da detalles. El que no conoce la tradición entiende poco de cuanto sucede.
Las azafatas, enteradas del asunto, explican y alivian un poco al pasaje que, así, aplaude y viva como nunca cuando la nave se detiene en la pista. En tierra esperan unas treinta personas, entre directivos, pilotos amigos, ex pilotos y empleados de Aerolíneas Argentinas.
Los pasajeros, en lugar de subir al bus que los trasladará hacia la cinta donde se encuentra su equipaje, se quedan, miran y aplauden. Habrá, en ese momento, unas 300 personas a un costado de la pista. Es un cuadro curioso. Infrecuente.
Hay plaquetas recordatorias, regalos, un "viva el doctor" que emociona a Fernández (que, además de piloto, es abogado), champagne, gaseosas, sándwiches de miga y una cola larguísima para saludar a quien acaba de dejar atrás una parte de su vida.
"Vuelo desde los 22 años", confía el comandante. Fernández está ahora a dos días de cumplir 60 años, edad límite para un piloto. Se jubila, aunque le encantaría seguir volando.
"Hace un año que tiene en mente este día. Siempre trató de hacer de cuenta que no le pasaba nada, pero ni él se lo creía", relata Mariana, su única hija.
"Hace una semana que está inaguantable. Se enoja por cualquier cosa. Pero hay que entenderlo. La aviación es su vida", cuenta y lo contiene Graciela, su mujer.
Una pasión que queda atrás
Ambas lo acompañaron en el último viaje, porque así también lo indica la tradición.
El capitán puede pedir pasajes sin cargo para que en este vuelo lo acompañen familiares y amigos. Fernández también eligió el trayecto, por ejemplo, y comandó tanto la ida como la vuelta (por lo general, se turnan con el copiloto). Hizo Buenos Aires-Ushuaia-Río Gallegos-Buenos Aires. Todo en el mismo día.
"Salí muy temprano, en la madrugada, pero llegué en la tarde, de manera que mis amigos me recibieron cuando aterricé en el Aeroparque", explicó a LA NACION.
Por el horario matutino de despegue (las 5.50), ninguno de los pilotos más cercanos voló con él, aunque después hubo más de treinta que se acercaron para saludarlo en la pista y acompañarlo en el brindis.
La escala en Ushuaia también tuvo un momento emotivo. La delegación local de la empresa para la que voló hasta ayer le preparó un agasajo especial. Las empleadas del free shop le regalaron un perfume y el capitán se abrazó hasta con los changarines del aeropuerto. Luego, en Río Gallegos, los empleados aeronáuticos desfilaron para saludarlo arriba del avión.
Lágrimas de un aviador
"¿Es el cumpleaños del piloto?", preguntó un chico desorientado, ubicado en un asiento de la fila 28.
A esa altura, Fernández aún no les había contado a los pasajeros que se trataba de su último vuelo. La revelación llegó sobre el final del viaje, a tres minutos de aterrizar en el aeroparque Jorge Newbery.
"Estoy triste", fue la mayor confesión que soltó, aunque luego pretendió disimularlo colocándose los anteojos negros y guardando su postura rígida.
"No puedo sacarme los anteojos", advirtió una vez en tierra, con tres plaquetas en la mano y alguna que otra lágrima escondida detrás de las gafas oscuras.
Su mujer fue la encargada de cortarle la clásica corbata negra del uniforme de la empresa aérea.
El rito se llevó a cabo en una sala reservada del aeropuerto, en la que el comandante Fernández, su familia y un grupo de más de treinta amigos y colegas levantaron sus copas para brindar por toda una trayectoria.
Esta vez, Rubén Fernández se animó a tomar un poco de champagne. Ese fue el último ritual de la tarde para él. Una tarde distinta, cargada de tradición.
Pasión por volar
- El comandante Rubén Fernández empezó a volar cuando tenía 22 años.
Pasajera
- Su primera pasajera fue Graciela, su mujer, que lo acompañó en un vuelo corto que partió del aeródromo de San Fernando.
Profesión
- Fernández es, además de piloto, abogado especializado en derecho aeronáutico.
Trayectoria
- Hoy es su cumpleaños número 60
Dos días antes, el viernes último, realizó su último vuelo como piloto de una aerolínea comercial.
Los pasajeros no lo sabían, y participaron de los rituales de despedida, que incluyen un vuelo a baja altura, y el baño al avión con dos carros hidrantes en la pista.





