En Misiones, la tradición de los inmigrantes europeos se transmite a través de la cocina
Con más de 70 años, las mujeres hijas de inmigrantes son las caras más entrañables de la Fiesta nacional del Inmigrante que se realiza en Oberá
(Oberá, MISIONES). Esta historia comenzó hace más de cien años, marcada por el hambre y la escasez. Hoy continúa desde la abundancia, el calor y la celebración de una enorme cocina. En el medio pasaron generaciones y se fue forjando el carácter de una ciudad y una provincia.
“Mi padre vino en 1909 primero al Sur de Brasil, estuvo alrededor de 20 años allá, después vino para la Argentina cruzando el río Uruguay. Al principio era todo monte, no tenían nada, molían maíz y lo comían, dormían en carpas mientras construían sus casas”, cuenta Lucía, una de las dos hijas de Hans Holmgren, un minero sueco que fue expulsado de su país junto a otros, luego de una larga huelga. Eran tiempos de miseria y muchos conflictos en el Viejo Continente.
Lucía tiene 72 años, es la típica hija de inmigrantes europeos, educada en la abnegación y el trabajo. Callada, observadora pero llena de vitalidad. Dirige la cocina de la Colectividad Nórdica, la casa típica que aglutina a los suecos, finlandeses y dinamarqueses que llegaron a estar tierras a principios del siglo XX. Todos más o menos en las mismas condiciones y con historias bastante similares. Corren días muy especiales para Lucía y un puñado de mujeres como ella, ya que en Oberá se celebra la 37º Fiesta Nacional del Inmigrante.
Homenajear a los padres para pasar el mensaje
Desde hace unos pocos años, ya no quedan inmigrantes vivos de las primeras oleadas que arribaron desde fines del siglo XIX y hasta la Segunda Guerra Mundial. Pero sobreviven algunos de sus hijos y son, sobre todo, sus hijas mujeres las que en los últimos años se han volcado con entusiasmo a participar de esta fiesta, honrando a sus progenitores. “Cuando la Fiesta arrancó en 1980 yo no participaba porque tenía que atender a mi marido y a mis hijos en casa, pero desde hace 19 años que estoy trabajando, cada vez más”, dice Lucía, y se nota que la tarea la rejuvenece.
La gastronomía es la más poderosa de todas las costumbres que trajeron los europeos de media docena de países que llegaron a estas tierras en la más variada ola inmigratoria que tuvo la Argentina y que cada año se celebra en esta celebración que se extenderá hasta el 11 de septiembre. El idioma se fue perdiendo, los trajes y las danzas son un ritual reservado para ocasiones muy especiales. Pero los manjares que honran los antepasados de este lugar generan un atractivo difícil de igualar.
En estos diez días habrá danzas típicas, números musicales de primer nivel nacional e internacional en un escenario que no tiene nada que envidiarle al Próspero Molina de Cosquín. También la elección de una Reina Nacional, y varias atracciones más en el Parque de las Naciones.
Hay equipo
Pero nada de esto atrae tanto al público como la gastronomía, las comidas típicas que ofrecen cada una de las 16 colectividades que honran a los padres fundadores de Oberá y, de alguna manera, a los de toda la Argentina. Conocida también como la Capital del Monte, la ciudad de Oberá fue declarada en agosto de 2014 la Capital Nacional del Inmigrante. Ninguna otra localidad del país que anhelaba y podía aspirar a ese rótulo protestó.
Durante esos días, más de 2000 voluntarios, hijos, nietos, bisnietos y gente que simplemente simpatiza con las colectividades, deja prácticamente todo de lado para trabajar en forma voluntaria. Hay de todo, cocineras, camareros, pero también chicos y grandes que simplemente se visten con los trajes y ropas típicas para dar la bienvenida a los visitantes. Y por supuesto, los cuerpos de danzas de distintas edades. Además, claro, de la candidata a Reina Nacional del Inmigrante, cada colectividad tiene a su princesa, que competirá por el cetro mayor.
“Eso es una de las cosas que más emociona, el compromiso de todos los que participan, hoy casi nadie hace nada si no es por plata”, explica Enrique Forni, el titular de la Federación de Colectividades.
Pero la celebración trasciende el predio de 14 hectáreas cubierto de árboles, casas tradicionales y un microestadio con capacidad para 5.000 personas. Esta semana y media es común ver en las paradas de colectivos de esta ciudad de 80.000 habitantes -epicentro de la industria tealera de la Argentina-, a chicos y no tan chicos ataviada con los trajes típicos de un vikingo, una bailadora española, una odalisca o un alemán de Baviera.
“Los chicos participan en los bailes, pero la cultura se va perdiendo, porque ellos tienen otros intereses. Yo hablo perfecto sueco, pero no se lo enseñé a mis hijos y hoy me arrepiento”, dice, mientras muestra los libros de la biblioteca que tiene la Casa Nórdica en el primer piso.
El lugar está vacío y nadie lee los libros, pero abajo el restaurante con capacidad para 140 personas se va llenando a pesar de que es un día gris y lluvioso. Mucha gente deberá esperar para probar alguno de los cuatro platos típicos que ofrecen.
Los dos más destacados son el Farikal, que es un estofado de cordero con repollo y papa y el Viking Stekt, que es un cerdo con ensaladas que se prepara en un asador afuera de la pintoresca Casa Nórdica. Todo se acompaña con el Glogg, un vino caliente con especias (clavos de olor y pasas de uva) que es agradable al paladar y acompaña muy bien esos platos, más bien pesados.
Lucía es una de las primeras en llegar, cuando la casa está vacía, y va saludando a los más jóvenes que van llegando, mientras nos cuenta su historia. Ella es jefa de la cocina junto a otra hija de inmigrantes, Elsa Runkvist. Dirigen un grupo bien heterogéneo de voluntarios, son más de 20 en la enorme cocina. La mujer no para de recibir consultas o dar indicaciones precisas mientras dialoga.
Amor por la colectividad
Como Lucía o Elsa, un puñado de mujeres de entre 70 y 80 años marcan el paso en casi todas las casas típicas de Oberá. En el Parque de las Naciones tienen sus casas rusos, ucranianos, polacos, suizos, alemanes, nórdicos y portugueses, entre otros.
También están los japoneses y por supuesto los italianos y españoles, presentes también en los comienzos de Oberá, una ciudad que el año próximo cumple 100 años. Cuando llegaron los antepasados de Lucía, el sitio era un paraje llamado Yerbal Viejo. Brasileños y paraguayos también tienen su casa tradicional, pero son los europeos, sin dudas, los que marcaron a fuego las peculiaridades de esta región.
Es común que por Oberá pasen ciudadanos del Viejo Mundo para conocer cómo vivían los antepasados que llegaron a estas tierras lejanas hace un siglo. Acostumbrados a generaciones de prosperidad, muchos se sorprenden por algunas tradiciones que ellos no conocían. “Me hicieron notar. Claro, ellos siguieron evolucionando, nosotros honramos las tradiciones de nuestros abuelos”, dice Julio Marchand, de 50 años, presidente de la Colectividad Suiza.
Recorremos otras casas típicas y mujeres como Lucía están firmes al pie del cañón en otras cocinas, dando alguna indicación, trabajando a la par o supervisando con una mirada serena. “Poné que hago todo esto por amor a mi colectividad, a todos los que están acá y a mis padres”, dice, con entusiasmo, Estefanía Karpe (70), de la Casa Polaca. Su historia es muy parecida a la de Lucía, a la de todas las demás.
Estefanía vuelve rápido para ayudar con unos Schabowe (chuletas de cerdo empanadas con huevo y pan rallado).
Se la nota entusiasmada, entre los suyos, recordando a sus padres, aquellos que llegaron a estas tierras escapando del hambre, y a los que hoy puede honra, emocionada, desde la alegría, la abundancia y la calidez de una cocina.