Hay vida fuera de la empresa familiar
Supongamos que se llama Marcelo y más allá del nombre que use para contar lo que tiene para contar, el tema es que es el mismo nombre que tiene su padre. Ya desde antes de nacer iba a ser él quien llevara adelante la empresa de productos impermeabilizantes que Marcelo padre había fundado. A toda la familia le parecía lo más natural pero a Marcelo (hijo), más o menos: “Me tentaba porque era un futuro asegurado y además de chico me había gustado mucho visitar a papá en la fábrica y verlo trabajar. Pero cuando soñaba un futuro no me veía ahí sino construyendo puentes”. Y fue esa herencia anticipada la que lo llevó a estudiar Administración de Empresas, que era lo que se esperaba de él.
Mientras cursaba las primeras materias comenzó a trabajar en la fábrica y entró como cadete: su padre quería que conociera el negocio desde abajo. Fue hacia el final de la facultad cuando empezó a ascender, escalón por escalón, rotando por las distintas áreas, dos o tres años en cada puesto. Pasó el tiempo; llegaron los cuarenta y, con ellos, la crisis de la cual parece que, poco antes o poco después, nadie zafa.
Para entonces el padre ya estaba grande y el retiro, que era un tema sobre el que antes no se hablaba, apareció de forma incipiente. Mientras, a todo lo que Marcelo hijo proponía, Marcelo padre respondía “Cuando me retire vas a hacer las cosas a tu manera”. Nunca era el contexto oportuno para implementar nuevas líneas de negocio, intentar diversas formas de financiación para posibles inversiones, o llegar a otros clientes además de los tradicionales. Marcelo hijo no quería estar más ahí desde hacía mucho. Pero no se iba porque esperaba el retiro del papá que en algún momento sucedería.
Hasta que un día se dijo a sí mismo basta y decidió que se iba. Tenía pavor. Fue a una agencia de búsqueda de recursos humanos de alta dirección, donde valoraron los resultados de su experiencia gerencial pero le dijeron que el hecho de haber trabajado siempre en la empresa familiar le restaba en la competencia con otros perfiles. Le pesaba más que nunca ser “el hijo de”; eso que al principio le había sido tan cómodo, y le había dado tanto orgullo dentro y fuera de la fábrica, ahora le jugaba en contra.
Empezó a hablar con amigos. No aparecía nada concreto, pero él estaba determinado a seguir intentando opciones y por eso actuó: “Siempre había seguido de cerca el trabajo de un ingeniero al que veía en los cumpleaños de un amigo en común. Me animé y lo llamé.”
Tomaron un café. El ingeniero estaba con un proyecto grande, necesitaba a alguien que lo ayudara a coordinar proveedores y le venía bien que Marcelo supiera de gestión y de productos que se aplican para aislar condiciones climáticas. El proyecto no era para construir un puente como él soñaba de chico, pero se trataba de reacondicionar distintas rutas a lo largo de un año. Finalmente, puente y ruta tienen en común que facilitan el traslado de un lado a otro. Y además, le daba un año de margen para ver si encontraba algo más estable.
Marcelo, que venía manifestándole a su papá el desagrado por el poco espacio que le daba, le avisó que en dos meses se iría de la empresa, y que tenía toda su disposición para que la transición fuera lo mejor posible. “Mi papá no podía creerlo. Pero en algún sentido creo que lo entendió. Y yo me encargué además de ser claro en agradecerle todo lo que aprendí con él, y se lo dije de corazón.” Las puertas quedaron abiertas, fue la conclusión de esa charla para ambos. Hoy Marcelo está transitando ese año en las rutas, viendo a dónde lo llevan, si a nuevos horizontes o de regreso a la empresa ya conocida, pero ahora desde otro lugar, sabiendo quién es él más allá de donde trabaje.
Palabras de especialista
Para las personas que a nivel profesional solamente se desempeñan en la empresa familiar suele aparecer en algún momento la necesidad de conocerse más allá de ese entorno al que están tan habituadas y que tanto se cruza con su historia personal. Entonces entran en juego preguntas relacionadas con lo vocacional (“¿Hubiera elegido otra profesión, de no existir esta empresa?”) o con las propias capacidades (“¿En otro lado me hubiesen ascendido hasta llegar a ser el número 2, como sucedió acá?”). Y esto implica sentimientos encontrados, como respetar y a la vez detestar esa empresa que las vio crecer y en la que hoy se sienten incómodas.
Y las ganas de probarse fuera de la empresa no vienen solas. Además de los temores propios que cualquiera puede tener al irse por decisión propia de una organización (la posible falta de estabilidad, la incertidumbre de empezar de nuevo), hay otros factores relacionados con lo familiar, como el interés en reemplazar a la generación anterior o la responsabilidad de continuar con un legado que podría pasar a los propios hijos. Entre estos factores familiares, con frecuencia las personas suelen argumentar que no se van por temor a que el padre o la tía que dirigen la empresa se sientan traicionados. Y es cierto que el enojo puede aparecer y ser muy intenso. Pero muchas veces también, no solo no hay enojo del otro lado sino comprensión, y hasta incluso puede haber un mayor reconocimiento que el que los mayores les tenían hasta entonces.
Para no llegar a esas instancias complejas de resolver, es recomendable que quienes tienen la oportunidad de desarrollarse en la empresa familiar generen experiencias significativas fuera de ella, antes de ingresar en la empresa o incluso mientras trabajan allí. Que encuentren sus propios desafíos laborales para no verse a sí mismos (ni sean vistos por los demás) solo como “la hija de” o “el sobrino de”. Se trata de buscar una identidad propia y que sea desde esa autonomía que definan si quieren trabajar o no en la empresa.
Mercedes Korín es especialista en Proyección laboral
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