Esta nota debería empezar con un relato breve sobre el barrio de Macarena Sánchez ; algunas palabras sobre el rincón de Buenos Aires elegido por esta santafesina que vino a la Capital a conquistar el mundo, como Madonna llegando a Nueva York con 35 dólares en el bolsillo. Pero es mejor no hablar de dónde vive Macarena; ni sugerirlo. Unos días antes de su conversación con Rolling Stone, Macarena recibió la foto de un revólver ensangrentado, y un mensaje: "Maca, hay muchas personas enojadas por tus denuncias. Hay bastante dinero por tu cabeza, vas a morir muy pronto".
Al momento de la entrevista, la mamá de Macarena, que vive en Santa Fe, se está quedando con ella: quiso estar cerca de su hija mientras la policía investiga la amenaza. Macarena no minimiza lo que le está pasando, pero se le escapa una media sonrisa: "Sabés que cuando empecé con todo esto lo charlé con una amiga y, medio entre risas, ella me decía ‘vos vas a recibir amenazas de muerte’... y yo le digo no, no creo que sea para tanto… y obvio que esto puede haber sido un X que quiso molestar, es lo más probable", dice y sacude la cabeza. Como para que quede claro que no tiene miedo. Lo más probable es "que no sea nada", ojalá, pero es cierto que Macarena se metió con intereses muy poderosos, y que se convirtió en la cara de un reclamo a punto de tocar un momento histórico.
Al momento de esta entrevista, sin embargo, casi nadie sospecha que, algunas semanas más tarde, el presidente de la AFA, Claudio "Chiqui" Tapia, anunciará la profesionalización del fútbol femenino, una conquista derivada de la lucha colectiva de las pioneras a través de los años, pero también un triunfo del activismo de Maca, que en los últimos meses se convirtió en una referente del movimiento feminista. La reestructuración anunciada –los clubes recibirán 125.000 pesos mensuales que deberán destinar a los salarios de al menos ocho jugadoras de sus planteles– es apenas un primer paso hacia un fútbol femenino verdaderamente profesional, que implique –como señaló Maca en los días posteriores a la noticia– una transformación más profunda, que incluya la creación de escuelitas y la incorporación de las chicas a la práctica del fútbol en todas las divisiones inferiores. Casi un mes después de que se conociera la decisión de AFA, San Lorenzo informó que 15 jugadoras de su plantel de fútbol femenino firmaron su primer contrato profesional y que Maca era su flamante refuerzo para esta temporada.
El 5 de enero pasado, Macarena fue desvinculada del Club UAI Urquiza, en el que jugaba desde 2012, por "razones deportivas y futbolísticas". A la pregunta de si sospecha de esa explicación, Macarena responde que no tiene por qué hacerlo, y que en última instancia no importa, que el resultado es el mismo: la habían echado del torneo de Primera División y la dejaban inhabilitada para ser incorporada en otro club por al menos seis meses, y todo esto sin ningún tipo de compensación. No era la primera vez que Macarena pensaba en estas cosas. Sus inquietudes acerca de la profesionalización del fútbol femenino habían estado ahí "desde siempre". "Desde chiquita supe que quería vivir de esto, y al mismo tiempo sabía que era imposible en Argentina", dice. Conversando con su hermana, la abogada Soledad Sánchez, entre las dos decidieron convertir la crisis personal en una oportunidad colectiva: el 18 de enero presentaron –junto a otras dos jóvenes abogadas feministas que se sumaron al equipo– una intimación extrajudicial en la que se le exigía al club que regularizara la relación laboral con Macarena bajo el concepto de futbolista profesional. Además, enviaron una intimación a la AFA demandando su involucramiento. Macarena le tiene fe al proceso: "Básicamente no tienen defensa", dice, mientras ceba mate amargo con pericia. "Desde UAI no saben qué decir, no saben qué hacer, no tienen ninguna defensa. Sacaron un comunicado haciéndose los solidarios con lo de la amenaza. Cuatro intimaciones les tuve que mandar. Les mandé una, me la rechazaron, y así cuatro veces. Mucha solidaridad pero no quieren solucionar nada", comenta. La AFA respondió la intimación, también, negando todo vínculo laboral sin más.
Macarena, a pesar de todo, habla de fútbol con más pasión que bronca: en su mirada, la ilusión de esa chica que a los 20 años dejó su provincia y el profesorado de Educación Física –que cursaba más por inercia que por convicción– para ir a probarse a Buenos Aires sigue intacta. No solo cuando habla de fútbol: le pasa lo mismo cuando cuenta que está estudiando Trabajo Social en la UBA. Hasta enero venía haciendo triple jornada entre su trabajo como administrativa, los entrenamientos y la carrera. "El ambiente de la universidad pública me encanta", dice. "Todos están en la misma que vos, me gustó mucho ver ese ambiente con gente que se rompe el alma para poder estudiar."
En persona, Macarena es tan luminosa como en esas fotos que circulan en las redes sociales y la muestran besando su camiseta, festejando un gol con sus compañeras o en movimiento, en la cancha, los ojos en la meta y el cuerpo escorzado como desafiando la gravedad. Tiene el bronceado brillante de las personas que entre cuatro paredes se sienten encerradas y una voz grave, precisa y franca. Está cansada de hacer notas, dice, aunque sabe que es importante y trata de hacer todas las que le ofrecen; ya llegó a The Guardian y a The New York Times, pero no le dice que no a ninguna radio barrial. No le encanta, y nunca estuvo en sus planes dar mucho más que un par de declaraciones al costado del campo de juego, pero es una oradora nata: no tiene muletillas, responde rápido, no se equivoca ni suena guionada. Quizás porque, aunque nunca soñó con ser famosa ni candidata, la política forma parte de su vida desde siempre: su mamá es defensora del Pueblo en Santa Fe y su papá trabaja en ATE. "En mi casa todo el tiempo era hablar de política; la verdad es que cuando era más chica lo odiaba porque les consumía muchísimo tiempo a mi mamá y a mi papá, entonces sentía que un poco se desligaban de sus roles de madre y padre", se sincera, "pero con el tiempo entendí la importancia que tiene la política y me empezó a interesar, y la creo indispensable. No podés desconocer un montón de cuestiones porque te quedás aislado, y eso es lo que después te hace quedar falto de empatía por las personas que no tienen nada. Les agradezco a mis padres que me hayan enseñado eso".
Ambos padres son peronistas orgullosos, como Macarena, que en un contexto de tanta exposición elige –con costos muy altos– llevar con orgullo sus convicciones políticas y su orientación sexual: "Me putean todo el tiempo en internet, todo el tiempo. Me mandan mensajes privados para insultarme, incluso. Por kirchnerista, por lesbiana, por jugar al fútbol, por lo que reclamo, por todo… que quiero llegar al Bailando, que quiero cobrar como Messi, ¡y yo lo último que quiero es que el fútbol femenino sea como el masculino en lo que es el negocio y la plata! Pero no les importa nada", dice. No es que no lo sufra; es que le parece más importante ponerle el cuerpo y la cara a la demanda de un fútbol profesional y disidente. Entiende que la mayoría no sabe que, en pretemporada, las chicas trabajan full time por viáticos de 400 pesos; que en algunos equipos han tenido que organizar rifas para pagar operaciones de las jugadoras, porque los clubes no se hacen cargo ni de las chicas que se lesionan jugando.
No es la primera vez en la historia –ni en la historia argentina– que aparece una referente feminista desde la diagonal menos esperada, trayendo algo nuevo para la militancia desde esos mundos improbables. Cuando Macarena dice que para ella "el fútbol y el feminismo tienen que ir de la mano", no está hablando de dos pasiones separadas: al escucharla la sensación es que son los valores del fútbol, lo que ella entendió que esos códigos debían ser –el compañerismo, la disciplina, el trabajo creativo y colectivo–, los que la llevaron por este camino como en un devenir necesario.
Quizás por eso la indigna la indiferencia de los futbolistas: salvo por Leo Ponzio, que manifestó su apoyo al fútbol femenino en redes sociales unas semanas después del encuentro con Rolling Stone, ningún jugador varón en actividad dijo nada sobre el tema. "Sería importantísimo que lo hicieran", dice Macarena, "porque ellos tienen una plataforma enorme, mucha gente que no me va a querer escuchar a mí los va a escuchar a ellos". Cuando se le pregunta sobre el apoyo de sus compañeras, en cambio, Macarena entiende la situación de forma diferente: "No es momento de dividir en el fútbol femenino. Además yo en este momento puedo hablar porque ya no estoy jugando, no estoy en riesgo. Yo entiendo perfectamente a las que no pueden sumarse; a mí también me pasó, un montón de cosas que no pude decir porque yo estaba en un departamento de ellos, estudiando con una beca de 100% de ellos. Ahora tengo otra libertad".
Más allá de esa libertad de la que habla, Macarena extraña la cancha con cada fibra de su ser. "Yo quiero volver a jugar, ni bien pueda lo voy a hacer", dice, pero se queda pensando. "Me escribieron de muchos clubes de afuera, para que me vaya a probar, pero de acá no me voy a ir. Quiero volver, pero ahora que empecé esto me tengo que quedar, y si para eso tengo que dejar el juego, así va a ser. Es muy fácil decir ‘acá está todo mal, me voy a la mierda, y voy a un lugar donde soy profesional y vivo de eso’. Y no, porque las que están acá, las chicas que están acá la siguen sufriendo y siguen pasando por cosas horribles. La idea es que acá el fútbol sea profesional y pelearla desde acá."