
La primera expedición argentina llegó al Polo Norte
Los ocho integrantes demoraron 10 días en unir 111 kilómetros por el casquete polar; soportaron temperaturas de -25°C
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Dicen que el Ártico es como un paisaje lunar vestido de blanco. Y el camino hacia el Polo Norte, una masa ondulante de hielo de diferentes espesores, desprovista de todo rastro de vida... Salvo por la humanidad y el pulso de ocho aventureros que durante 10 días de travesía profanaron el silencio polar e imprimieron en el campo de hielo sus huellas hasta plantar bandera en el punto más boreal del mundo: el Polo Norte geográfico.
Ayer, a las 13.15 hora del Ártico (8.15 hora local), ocho hombres de entre 28 y 60 años, enrolados en la primera expedición argentina al Polo Norte, conquistaron los 90°00'' de latitud Norte. Fue luego de trajinar unos 110 kilómetros por el casquete polar sobre esquíes, arrastrando trineos con 50 kilos de peso, que contenían la logística expedicionaria. Quizás, hasta pueden haber sido unos cuantos kilómetros más de trajín por la deriva que, sobre la masa polar, ejercen las indómitas corrientes marinas.
Eufórico, sin rastros de cansancio ni de frío por los borbotones de adrenalina tras semejante hazaña, el grupo se fotografió en el inhóspito terruño de su conquista. Luego, en un gesto simbólico hacia el cielo, blandió la encíclica papal LaudatoSi'. El rito tuvo -y tiene- el propósito de concientizar sobre el cambio climático y el derretimiento de los polos. Es un llamado a repensar las acciones nocivas que el hombre ejerce sobre su propio hábitat.
No es la primera vez que un argentino conquista esas latitudes boreales. Tres años atrás, el 10 de abril de 2013, el andinista Juan Benegas completó la misma hazaña en siete días junto a cinco expedicionarios rusos. Ésta es la primera vez, sin embargo, que una expedición íntegramente argentina logra esa proeza.
A un ritmo de avance medio de 11 kilómetros diarios, en jornadas de ocho horas de caminata y temperaturas de -25°C, el grupo demoró tres días más de lo previsto en llegar a la meta. "Este lugar va mucho más allá de la palabras. Es inhóspito, hostil, es frío y a la vez cálido", describió a LA NACION el andinista Tommy Heinrich.
El primer argentino en alcanzar el Everest (y otras tantas veces el Aconcagua) documentó esta aventura que compartió con siete hombres, todos miembros del Ejército, con entrenamiento especial de alta montaña. Dos de ellos -los antárticos Víctor Figueroa y Luis Cataldo- podrán jactarse ahora de haber llegado a ambos extremos del planeta: en 2000, en una histórica travesía vaivén en motos de nieve, de más de dos meses y unos 5000 kilómetros recorridos, ambos conquistaron el Polo Sur.
Liderada por el general Figueroa, la expedición al Polo Norte estuvo integrada por los coroneles Gustavo Curti e Ignacio Carro; los tenientes Emiliano Curti y Juan Pablo de la Rúa; el ingeniero Santiago Tito, oficial de reserva; el mencionado suboficial Luis Cataldo, guía polar y responsable de conducir al grupo por suelo seguro, y Heinrich. Un noveno integrante, Mauricio Fernández Funes, permaneció en la base rusa de Barneo (sobre el casquete polar), para servir de enlace en las comunicaciones y encargarse de eventuales salvatajes.
El inicio de la expedición debió postergarse más de una semana debido a fracturas en la pista de aterrizaje de la base Barneo. Esa pista es la vía de conexión con el archipiélago noruego de Svalbard. Opera sólo dos meses al año y es "esculpida" en el hielo por el Instituto Antártico-Ártico ruso.
En Svalbard, expedicionarios debieron esperar hasta que los rusos construyeran otra pista alternativa. Finalmente, iniciaron su aventura el 13 de abril, a las 20.37 hora del Ártico (17.37 hora argentina).
Fue luego de un vuelo de 30 minutos en helicóptero que los llevó hasta el punto de partida, la desolación del campo de hielo, en los 89°00''de latitud N y 140°00''de longitud E.
Pero más allá de la épica extrema, del entrenamiento previo en el Tronador y en Caviahue, y del mensaje ambiental, el equipo colaboró perforando el pack de hielo y recolectando muestras de agua a cinco metros de profundidad. El objetivo es poder hacer comparaciones entre las condiciones en ambos polos.
La hazaña se llevó adelante durante la primavera boreal, signada por noches blancas (días de 24 horas de luz solar), a fin de aprovechar la ventana climática para la transitabilidad sobre el océano Glaciar Ártico.
Esta vez desde el Polo Norte no se vieron las estrellas. Pero ese horizonte blanco fue a la vista y al cuerpo tan estremecedor como lo es sentir el haber caminado por el punto más al norte y más frío del planeta.
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