La última noche de Alem
El 1 de julio de 1896, a las cinco y media de la tarde, Leandro Alem, presidente del Comité Nacional Radical, citó en su casa -vivía en Cuyo, actual Sarmiento, entre Rodríguez Peña y Callao- a seis correligionarios. Una dolencia lo mantuvo en su hogar por varios días. La preocupación por su salud inquietó incluso a Bernardo de Irigoyen, quien le había escrito un día antes para comunicarle que deseaba visitarlo y, de paso, reorganizar el partido. De todos modos, no integró la nómina de los convocados a lo de Alem.
A la hora señalada arribaron los invitados. Sin embargo, hubo dos que faltaron a la cita. Por ese motivo, Alem resolvió reprogramar para más tarde. Por alguna razón quería que estuviesen todos.
Aquella noche, la comitiva completa se congregó en el escritorio del político y mientras aguardaban el anuncio sobre el motivo del encuentro, dos de los presentes, Martín Torino y Domingo Demaría, pasaron a la sala. Alem les dijo a los demás visitantes -Oscar Lilliedal, Francisco Barroetaveña, Adolfo Saldías y Enrique de Madrid-, que tenía algo muy grave que anunciar. Entró solo a la sala y trabó la puerta cuando inesperadamente encontró allí a Torino y Demaría.
La presencia de sus amigos en la sala lo tomó por sorpresa. Les comunicó a ambos que volvería en cinco minutos, salió y tomó un coche hacia el Club del Progreso, ubicado en la calle Victoria (actual Hipólito Yrigoyen, sobrino de Alem). El trayecto fue en apariencias tranquilo. Al llegar, el vehículo conducido por Martín Suárez estacionó en la puerta del destino.
Al ver que nadie bajaba del coche, el portero del Club, José Rodríguez, se acercó a preguntarle al cochero si venía vacío. El hombre le respondió que traía a un pasajero y que seguramente estaría buscando el dinero para pagarle. Ante la demora, Rodríguez abrió la puerta y se encontró con el cadáver de Alem con la frente apoyada sobre el asiento de adelante. Más tarde, el cochero dedujo que, por el ruido, Alem se había pegado un tiro cerca de las diez, cuando transitaban por la calle Rodríguez Peña. Llevaba un revólver Smith & Wesson. Al momento de su muerte tenía 54 años y era diputado nacional por la ciudad de Buenos Aires.
Uno de los socios del Club del Progreso pidió auxilio al vigilante de la cuadra, Santos Amarilla, quien subió al primer piso a dar la noticia. Entre algunos asociados colocaron el cadáver en una de las mesas, que aún se conserva, mientras la gente comenzaba a concentrarse en la puerta del local.
Se desconocen los motivos de la grave decisión de don Leandro. Se ha dicho que había sufrido un engaño amoroso, que tenía personalidad depresiva y hasta que padecía una grave enfermedad. Nada pudo comprobarse, aún después de encontradas las cartas que dejó. En ellas afirmaba que quería que su cuerpo cayera en manos amigas y no en desconocidas, también hablaba de sus fuerzas gastadas, sentimiento expresado en la frase que se convertiría en una de sus más recordadas "Para vivir estéril, inútil y deprimido, es preferible morir. ¡Sí, que se rompa pero que no se doble!". Además, alentaba a sus seguidores a continuar con la lucha y a confiar en las nuevas generaciones.