Libros “en cuarentena”: cómo fue el particular regreso de las bibliotecas públicas con los contagios en baja
Con menos aforo y salones de lecturas semivacíos, así es la nueva normalidad en estos espacios
Aquí se trata de testear en carne propia cómo funcionan –desde hace un par de meses— las bibliotecas públicas, en una fase declinante de la pandemia. La llegada a la Biblioteca del Congreso de la Nación (BCN), en Hipólito Yrigoyen 1750, ocurre en un atrio central casi vacío: es un placer escribir el comienzo de este artículo de pie en las mesitas altas que alguna vez —previo a la inauguración de 2003 para su actual uso— funcionaron como los puestos donde, se supone, los clientes llenaban los formularios en el exedificio de la Caja de Ahorro y Seguro.
Hoy, la biblioteca ya no funciona por turnos: de lunes a viernes, de 9 a 18, y sábados y domingos: cerrados. A partir del 15 próximo, el horario se amplía de 9 a 21, y sigue rigiendo la toma de temperatura y el uso de tapaboca. En un momento, este cronista —asignado al primer turno— es la única persona de a pie, el único andante en camino al Mostrador de Atención al Usuario y Referencia. Se perdió una de las marcas de la vida anterior aquí adentro: la libre circulación. Cada lector tiene un sitio fijo determinado por un número en la sala de lectura.
“Este es uno de los marcos más lindos para leer en el espacio público de Buenos Aires. Si me permitís una sugerencia a los lectores: ‘Háganlo ahora, no se lo pierdan; las bibliotecas públicas están semivacías’. Ayer leí en la Nacional, y éramos cinco en la Sala General de Lectura Juan B. Alberdi, en el 5º piso, rodeados de un fondo de por lo menos 900.000 piezas”, dice quien pide ser llamada como Vilma, una psicóloga que se escapa de su consultorio, sobre la calle Perón, para venir a leer novelas y a oxigenarse del drama psi pospandémico.
Biblioteca del Congreso de la Nación
En el turno tarde (de 14 a 17), hay siete personas en la única sala habilitada para leer. La semana de la reapertura –cuando se produjo la primera visita– acaba de cambiar el sistema de la cuarentena estricta sobre el volumen manipulado, que ahora pasa de 14 a 3 días de inactividad. Cuando este cronista devuelva dentro de unas horas el libro de Alexander V. Humboldt (el tomo I de V de su Viaje a las regiones equinocciales del Nuevo Continente) este entrará en cuarentena, lo cual inaugura una zona de zozobra para quien pretendía leer, por ejemplo, cinco tomos en varias horas sucesivas: no existe instancia de guarda o excepción para el mismo lector del mismo libro.
El exigente protocolo deriva en una menor disponibilidad de títulos. El bibliotecario, amigable, sugiere escanear —por un peso con cincuenta la doble faz—, lo cual incluso permitirá luego ampliar una tipografía bella pero ínfima de esta edición de Monte Ávila, de 1985. Ni una sola de las personas (ninguno mayor de 25 años) que lee en esta sala de la BCN lo hace sobre páginas de papel de libros físicos. La mayoría utiliza grandes cuadernos espiralados de estilo universitario; dos de ellos sobre notebooks a las que –en los días buenos- se ofrece la navegación mediante wifi liberada. Alrededor, están los rasgos de ese marco de época, que mencionaba la psicóloga Vilma, y que hace más profunda la lectura cada vez que se levanta la mirada del papel: todavía se mantiene algo de los 120 metros lineales de ventanillas, todo revestido en mármol imperial italiano, y adornado con mesas de bronce del mismo material, y faroles de bronce estilo art decó, que hasta hoy se conservan.
Biblioteca Nacional Mariano Moreno
Esa misma semana inaugural, con un 30 por ciento de aforo, es posible leer en las salas de la Biblioteca Nacional Mariano Moreno; está clausurada el ala izquierda del quinto piso y la isla central de mesas, estilo atril. Solo está permitido sentarse ante las mesas colectivas laterales, de 10 a 16, por entonces con turno previo, toma de temperatura y control de barbijo en puerta, pudiéndose reservar en forma anticipada el material a consultar el día de la visita.
Los investigadores pueden solicitar material anterior a 1930, con carnet de investigador, en el sexto piso. El tema más consultado de la primera semana de la reapertura fue la historia del Siglo XIX, bajo la mirada de Juan Bautista Alberdi y del expresidente de la Nación y fundador de LA NACIÓN, Bartolomé Mitre –informa la persona que atiende allí–. En la Hemeroteca, ese día un adulto mayor se acercó al mostrador a pedir –a la antigua usanza– el diario del día, que se ofrecía aquí invariablemente a quien lo solicitase solo con su DNI. Hoy ese servicio está interrumpido. Era material de alta rotación; no se puede limpiar. Por eso, en este momento, solo se ofrecen diarios de 2020 a.P. (antes de Pandemia).
Lo más consultado de la primera semana, en el panorama de medios, fue —en este orden—: LA NACIÓN (del año 1970), algo de La Prensa, y las revistas Gente y El Gráfico, de Editorial Atlántida. La mayoría de los requirentes fueron estudiantes para investigaciones particulares, como “Las mujeres en el deporte argentino”, entre otros títulos en curso. Entre las publicaciones mediáticas del sector antiguo, las más consultadas fueron: La Prensa, LA NACIÓN, El Mundo, Crítica y las publicaciones de Atlántida (en ese orden). El miércoles 8 de octubre dominó LA NACIÓN (con 15 consultas), seguido de La Prensa (con 7).
Lecturas en barrios
En la Casa de la Lectura –entre las habilitadas por el gobierno de la ciudad para recibir a los lectores, junto con las bibliotecas Leopoldo Lugones (de Belgrano), Antonio Devoto (Villa Devoto), Parque de la Estación (Balvanera) y Benito Lynch (Mataderos)–, el bibliotecario Juan Carlos Rodríguez señala las estanterías de la Biblioteca BHR (Basado en Hechos Reales), que es parte de su acervo: a pocos días de haberse anunciado la interrupción de este festival de No Ficción, con 4 ediciones en el CCK, queda su legado, de unos 600 libros disponibles para quien se acerque a Lavalleja 924. En el primer piso, la Biblioteca Julio Cortázar se especializa en narrativa moderna, y da marco a la lectura de “una mayoría de chicos y jóvenes del barrio –cuenta Rodríguez–, a quienes les sirve un espacio amplio, cómodo y silencioso, de lunes a viernes de 10 a 16″. Se abre esa puerta, y allí están –pocos pero constantes-: son un grupo de lectores del espacio público porteño que –otra vez- priorizan el material propio sobre la consulta de los volúmenes exhibidos; en pocas bibliotecas se da esa posibilidad de tantear, tocar, olfatear y medir en su conjunto la cantidad y la calidad del material, y sin embargo son más los que los piden para llevar a sus domicilios, que los que vienen a leerlos, aquí donde dominan los apuntes anotados en clases seguramente virtuales.
En tanto, cuenta la historia mítica de la Biblioteca Antonio Devoto que una de sus directoras, Angélica Rojas de Álvarez, hermana de Ricardo Rojas, logró que por primera vez se pudieran retirar de la sede los libros de texto, como un servicio para los chicos del barrio –indica Arnaldo Ignacio Adolfo Miranda en Las bibliotecas públicas municipales de la Ciudad de Buenos Aires-, y así fue como, desde mediados de los años ‘40, la Plaza Arenales se fue poblando de lectores, hasta hoy una de sus marcas características. “En la Devoto, podrán encontrar una gama importante de autores argentinos, de Lucio V. Mansilla a Domingo F. Sarmiento; de lo más variado de los siglos XIX y XX, con una gran colección de historia –revela Mariano Moral, bibliotecario referencista–.
“Hay muchas curiosidades –sigue–: la historia de Enrique Mosconi, obras selectas de Sarmiento como Campaña del Ejército Grande, Facundo, Recuerdos de provincia; mucho de Roberto J. Payró; un gran repertorio de la Editorial Colihue; el poemario completo de Leopoldo Lugones; algunos libros editados al borde del siglo XIX; las cartas completas de Lord Chesterfield; la historia de Villa Devoto del ingeniero Edgardo Tosi… Y no dejen de visitar –recomienda, solícito- la Plaza Arenales y los espacios gastronómicos alrededor de la misma. Y el bar El Alemán, sobre la avenida San Martín, entre otros tesoros”.