
Los bingos de la ciudad tienen menos visitantes
En el último trimestre de 1999 la facturación cayó el 16,74%
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Los protagonistas de este breve diálogo, que tuvo lugar en noviembre último, fueron el director de Comunicación del barco-casino, Mariano Bronenberg, y la jefa de Relaciones Públicas de un bingo de la ciudad, que no quiso dar su nombre.
"Me sorprendió encontrarla", dijo Bronenberg a La Nación . Pero la visita de aquella mujer al casino no fue caprichosa: en el último trimestre de 1999, luego de que abriera sus puertas la sala de juego flotante, los cinco bingos de la ciudad de Buenos Aires facturaron un 16,74 por ciento menos que en el mismo trimestre de 1998, según datos de Lotería Nacional.
"Lo que más se nota es la deserción de los grandes jugadores, porque esto es un pasatiempo más que un juego de azar", intentó explicar el gerente del Bingo Caballito, Blas Menéndez.
"En términos estadísticos -agregó- la cantidad de público es casi la misma, pero las apuestas son menores, porque los que más plata gastaban dejaron de venir."
Menos gente
Sin embargo, los datos que maneja Lotería Nacional indican que mientras en octubre último 280.463 personas concurrieron a los distintos bingos de la ciudad, en noviembre, cuando el casino ya estaba completamente instalado, hubo 257.614 visitantes.
"La caída es lógica, porque la persona que jugaba en las máquinas, con muchos cartones a la vez, ahora tiene la posibilidad de ir a un casino, apostar menos y ganar el doble de dinero", argumentó un hombre que maneja bingos de la ciudad y que pidió no ser identificado.
A bordo del casino flotante, donde cada día ingresan 1600 jugadores, Bronenberg ensayó una justificación a la caída de gente en los bingos: "Acá el público es mucho más selecto; para entrar hay que canjear 300 pesos en fichas, y el apostador importante se siente entre pares; en los bingos muchos van a tomar un café y por lo general son mujeres mayores", aseguró.
Sus colegas coinciden. "A estas salas de juego vienen muchas señoras solas que, en lugar de reunirse en una casa para jugar a la canasta, prefieren salir un poco y conocer gente nueva. Pero los hombres que tienen dinero y a los que les gusta apostar creen que los casinos son mejores", coincidió Menéndez, del Bingo Caballito.
En octubre último, cuando se inauguró el barco-casino, los cinco bingos de la ciudad (situados en Caballito, Flores, Congreso, microcentro y Belgrano) tuvieron ingresos por 26.816.862 dólares, un 16,21 por ciento menos que en el mismo mes del año anterior, cuando la facturación había sido de 32.007.401 pesos.
Jugadores orientales
"El público que ya no viene a los bingos es el oriental", coincidieron Menéndez y su par que pidió no ser identificado.
Este público, en cambio, abunda en el casino flotante.
"Vienen sobre todo a la noche y apuestan sumas más que interesantes; no sé muy bien por qué, pero no les interesa perder", dijo Bronenberg. "Lo que pasa es que ellos son muy apostadores; solían jugar 100 pesos en diez minutos, pero ya no vienen", agregó el responsable del Bingo Caballito.
Parece cierto. Durante el recorrido de La Nación por la sala de juegos flotante, al menos 200 hombres y mujeres con rasgos orientales desfilaron por las distintas mesas de apuestas desparramando cientos de fichas en la ruleta y otros juegos.
"La mayoría de ellos se queda hasta que cierra el barco. Si pierden, vuelven para recuperar ese dinero, y si ganan, vuelven porque dicen que acá tienen suerte", explicó el director de Comunicaciones del casino, mientras una señora coreana pedía un café.
Para los administradores de los bingos de la ciudad, los casinos no son la única competencia.
"Los bingos de la provincia también nos sacaron gente, porque tienen máquinas tragamonedas y ruletas electrónicas en las que se puede jugar por 50 centavos", se quejaron.
Además, afirmaron que Trilenium, el lujoso casino de Tigre, también los perjudicó: "Desde que abrió -a fines de 1999-, mucha gente de la provincia que antes venía a la Capital para jugar al bingo ahora tiene un casino enorme mucho más cerca", aseguró una persona vinculada con los bingos de la ciudad que no quiso identificarse. "Tenemos competencia por todas partes", sostuvo Menéndez.
"Yo creo que todo pasa por el servicio, y evidentemente los bingos de la Capital todavía tienen mucho que hacer para mejorar en ese sentido", aseguró Bronenberg.
"El casino es un boom ; quisieron hundirlo pero no pudieron", ironizó Menéndez. "Es cierto, seguimos a flote", respondió Bronenberg.
Será cuestión de esperar y ver qué pasa.
El barco de la discordia
Desde antes de su inauguración, el casino flotante protagonizó un escándalo que involucró al entonces gobierno nacional de Carlos Menem y al de la ciudad de Buenos Aires, cuando Fernando de la Rúa era jefe del gobierno porteño.
Mientras la Capital amenazaba con clausurar la sala de juegos apenas abriera sus puertas, Menem defendía con uñas y dientes a Cirsa, la empresa catalana que en agosto último ganó la licitación para poner en marcha el casino flotante.
Se creó, entonces, un problema jurisdiccional: el gobierno nacional adujo que la ciudad no tenía atribuciones sobre la zona del río. Pero eso no logró convencer a De la Rúa, quien mantuvo su más férrea negativa sobre el funcionamiento del barco de apuestas en la zona de Puerto Madero.
El 15 de octubre último, una semana después de la apertura, estaba todo listo para que la Justicia contravencional allanara y cerrara el casino. Pero una resolución del juez federal Carlos Liporaci lo impidió porque consideró que si la ciudad intervenía, estaba desconociendo la jurisdicción de la Nación sobre sus puertos.
"Ahora que la Alianza es Gobierno, no puede hacer nada, porque hay una causa abierta. Además, no les conviene que cerremos, porque sólo en enero Lotería Nacional le dio al ministerio de Desarrollo Social y Medio Ambiente alrededor de 1.200.000 pesos", dijo Mariano Bronenberg.
El casino flotante le da a Lotería Nacional el 20 % del beneficio líquido (diferencia entre lo apostado y lo pagado). El 16 % de esa suma, según Cirsa, se distribuye entre dos secretarías de ese ministerio.
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