Michael Phelps: un espejo para que se miren los chicos
El nadador argentino agradece que, como sucede con Messi o Roger Federer, su colega norteamericano haya nacido en este tiempo; disciplina, concentración y talento, las armas de uno de los más grandes deportistas de la historia
Michael Phelps es el fenómeno inspirador para cualquier persona ligada con la natación. Es el primer nombre que se asocia con este deporte. No hay otro. Es similar a lo que sucede en el atletismo: inmediatamente se lo relaciona con Usain Bolt.
Phelps es uno de esos deportistas que marcan un momento en la historia olímpica del deporte. Acá podré disentir con gente apasionada por otras disciplinas, pero creo que debe ser uno de los mejores atletas en la historia del deporte. El hecho de ganar en un deporte individual 28 medallas en Juegos Olímpicos, 23 de ellas doradas, es algo que no creo que se vuelva a repetir. Difícilmente nadie pueda llegar a lograr algo así.
Entonces, me parece que va a haber un antes y un después con la salida de Michael Phelps de la natación, de las competencias. Creo que ha sido y será durante mucho tiempo el mejor nadador de la historia. Valoro también que es un deportista que no se conforma. Porque tranquilamente, en 2008, cuando conquistó las ocho medallas doradas e hizo ocho records olímpicos, podría haber dicho "hasta acá llegué". Y fue por más, volvió a Londres y ganó seis medallas. En aquel momento, todos pensamos que ése era el final de Michael Phelps. Él mismo decidió retirarse. Y dos años después pensó en Río de Janeiro.
Mucho se especuló antes de Río sobre qué versión suya íbamos a ver y me parece que vimos una de las mejores versiones, esta vez sabiendo que sí era la última vez. Se despidió de la forma en que a él más le hubiese gustado: coronando lo que había hecho en toda su carrera, que ha sido magnífica.
Lamentablemente, yo no he competido en los eventos en que lo hacía él, porque él nadaba pruebas de 200 metros combinado, 200 mariposa, 400 combinado y 100 mariposa, mientras que yo participaba en 50 y 100 metros libres. Es una persona que no pasa desapercibida en ningún lado. En la pileta todo el mundo siente admiración por él y todo el mundo, a pesar de que es un par con el que nos cruzamos en diferentes competencias, se quiere sacar una foto, llevarse un testimonio. Entonces, él posee un reconocimiento que traspasa cualquier tipo de frontera.
Recuerdo que en los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro, cuando salía, era el único momento en que todo el estadio se ponía de pie para recibirlo y así permanecía cuando Michael Phelps nadaba. El público se enloquecía, sacaba fotos, filmaba. Era impresionante ver a todo el mundo de pie, desde los momentos previos de la prueba hasta el final. No es algo común, especialmente en un ámbito como la natación, donde vas a una pileta y las butacas son confortables, hay un lugar cómodo en el que no es necesario pararse para ver. La gente saltaba de sus asientos, excitadísima, dejándose llevar por una emoción que hasta entonces pensábamos que no se podía sentir.
Sin embargo, él se maneja con el resto de los nadadores como si fuese uno más; se siente parte de ese universo. No vive como una figura estelar, que es diferente y distinta. Es una persona muy respetada dentro del ambiente, no es para nada conflictivo, amén de los inconvenientes que tuvo en su carrera deportiva, que no fueron dentro de la competencia y parecieran haber sido descuidos.
Las condiciones están a la vista: es un nadador súper talentoso que supo aprovechar los mejores recursos, con un gran entrenador, con una gran capacidad para resolver situaciones adversas, con un gran mérito de haber ido cada vez por más. Ese inconformismo, esa ambición por competir en otro juego olímpico e ir por más medallas y seguir batiendo records, lo impulsó a ser lo que es.
Hace esa diferencia también desde la parte mental, potenciada con la parte física y en un país como los Estados Unidos, que tiene todo a disposición como para poder sostener un deportista de ese nivel. Un gran entrenador, más allá de una relación que tuvo momentos altos y bajos, aunque ambos sabían que se hacían falta mutuamente, que el uno sin el otro no podían dar como resultado el Michael Phelps que vimos en 2004 o en 2008. Entonces, la necesidad de poder entrenar juntos era mutua y me parece que supieron cómo salir de momentos traumáticos, eso es mérito de ambos.
Creo que, en la Argentina y en el mundo, Phelps le deja a la natación y a su público la satisfacción de haber visto en acción a uno de los mejores de todos los tiempos. Celebro que, como Messi o Roger Federer, haya nacido en esta era y que haya sido parte de este deporte. Porque todos los amantes de esta disciplina siempre deseamos tener una persona así, distinta del resto.
En Río tuve la oportunidad de comentar sus carreras. Sentí que me transportaba siempre un tono más arriba. Te lleva a levantar el tono por la misma adrenalina y las mismas sensaciones que va generando la prueba. Y por la expectativa que se genera en torno a él en los momentos previos. Es lo mismo que sucede con el público, porque yo no dejaba de ser un espectador, solamente que además iba contando la prueba, pero también lo vivía de una forma muy particular y con muchísima emoción, también. La presencia de Phelps en una competencia, la hace distinta, muy distinta, a cualquier otra de las pruebas.
Entre otras cosas, Phelps es también un gran ejemplo para las generaciones más jóvenes. Es un vehículo ideal para popularizar el deporte y un modo de que muchos chicos, aunque en principio lo vean muy lejos, se vean reflejados en él y puedan preguntarse por qué no podrían ser algún día un Michael Phelps.
Sucede muy a menudo con los íconos del deporte nos dan eso: un espejo en el que los chicos puedan verse reflejados en el futuro. Es verdaderamente inspirador.
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José Meolans