Murió Tamy, el elefante que pasó 41 años en cautiverio y estaba por irse a Brasil
La idea era que viajase al santuario de Brasil una vez que partiera Kenya, la otra elefanta que quedaba en la Argentina
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Y otra vez la noticia más triste. Tamy, el único elefante asiático que quedaba en el Ecoparque de Mendoza, falleció hoy.
Tamy era el padre de Guillermina. Y era el compañero de Pocha. Las dos elefantas habían sido trasladadas a Brasil en el año 2022, y Pocha murió allí en el santuario del Mato Grosso meses después de llegar.
Tamy iba a ser el último elefante en cautiverio de la Argentina, una vez que la elefanta Kenya se fuera en pocos días más al mismo Santuario en del Mato Grosso. Tamy se iba a ir en 2026.
Tamy era un elefante macho nacido en 1970. Fue entregado por el Circo de las hermanas Gasca en 1984 al Zoológico de Mendoza. Tamy había intentado fugarse a los pocos días de entrar al zoológico. Tamy agresivo, furioso por el encierro, fue encontrado esta mañana sin vida, tirado en el poco espacio en el que pasaba sus días. Fue víctima de años de maltrato, encierro, burocracia, políticas ineficientes, intereses. Víctima, en definitiva, de la omnipotencia humana.
Fueron 40 años de vivir en una fosa de cemento y tierra dura, con las manos y las patas lastimadas, de pisar el mismo suelo una y otra vez. Los elefantes deben caminar, como mínimo, diez kilómetros por día. Sus permisos estaban listos para atravesar la frontera. La caja que lo iba a llevar estaba en construcción. Y el área destinada a él en el Santuario estaba casi lista.
En agosto de 2023, Tamy había empezado su entrenamiento de la mano de Ingo Schmidinger, el entrenador alemán, colaborador en el traslado de Pocha y Guillermina. Contaba con la participación de Johanna Rincón Alba, experta en bienestar animal y manejo en elefantes cautivos de la Fundación Franz Weber.
Por primera vez se trabajaba con él para intentar que volviera a confiar en los humanos. Es que el trabajo en el circo, donde se los maneja con un palo que en su extremo tiene un pinche que se les clava en sus partes más sensibles, había dejado sus secuelas. Y a eso hay que sumarle los 40 años de encierro en el pequeño recinto, sin que nadie se animara a acercársele. Así transcurrió la vida de Tamy durante más de 50 años.
El entrenamiento
“Y llegó el momento de Tamy”, decía Ingo, en agosto de 2023, desde el Ecoparque de Mendoza. “Los últimos 39 años ha vivido en su recinto al lado de donde está ahora. Después del traslado de Pocha y Guille, quedó un poquito más grande el recinto, tiene el espacio de Pocha y Guille que no es mucho, pero es un poco más. Puede bajar al patio donde estaban ellas. El entrenamiento significó que cambiara su mundo entero”, agregaba Ingo.
“Estaba en un recinto sin ramas, ni arbustos, ni arena. Es un animal que lleva 40 años encerrados en una lógica de zoológicos donde se tenía en cuenta que el visitante pudiera ver un animal exótico, pero no se pensaba en él. Nos encontramos con un individuo aislado, sin una visión horizontal de la vida. No se les hacían cuidados básicos de salud, como por ejemplo una podología de salud, un chequeo sanguíneo para ver como está internamente”, contaba Johanna Rincón.
“Estas acciones que se comenzaron nos permitirán actuar, compartir y enseñar cómo interactuar y conocer su carácter”, agregaba.
“Vamos a respetar un animal que es peligroso, pero tenemos una instalación que nos permite un entrenamiento con contacto protegido. Nosotros estamos a un lado y él en el otro. Tenemos que poder tener acceso a él. Es muy urgente tener acceso a sus patas, entrenarlo con refuerzo positivo. Eso significa que estamos con una bolita y le decís ‘mirá, cuando esa bolita te toca, yo te doy un premio’; es como un juego con el elefante. Él nunca aprendió nada y hay que empezar desde cero. Él quiere ser cariñoso pero no sabe cómo actuar. Por eso estamos trabajando y cada pasito es un paso enorme. Es importante ganar su confianza”, explicaba el entrenador alemán instalado en Mendoza.
“Él tiene que aprender que no le vamos a hacer daño. El daño que le hicieron otros seres humanos y poder llevarlo a Brasil. Lo primero que él piensa es ‘oye, ¿quién eres tú, qué quieren? De repente todos se interesan por mí’. Pues debemos enseñarle que no pasa absolutamente nada, y que todo es un juego. Él está todavía traumatizado. Es un elefante de cuatro toneladas y tenemos que poder aprovechar el movimiento para posicionarlo donde lo necesitamos y poder revisar sus patas y sus orejas,” explicaba.
Luego de seis semanas de entrenamiento, a Tamy se lo notaba cambiado, intentaba relacionarse y jugar. Poco a poco volvía a confiar en los hombres.
“En su ambiente tiene otras cosas para hacer ahora, entonces su cerebro está más entretenido y distraído”, decía Johana. “Agarrar troncos, tener arena, lo entretiene. Es un conjunto de cambios que llevan a que él cambie su forma de vivir e interactuar. Con todo esto lo estamos ayudando. Pero queda en evidencia todo el daño que hemos hecho como humanidad, y tenemos que hacer lo posible para que encuentre la paz en un lugar donde pueda vivir su vida entre árboles”.
Todos quienes habían trabajado con él, afirmaban que había cambiado en pocas semanas y su vida había mejorado dentro del cautiverio. Tamy era preparado día a día para poder vivir sus últimos años como un elefante, lo más cercano a la vida que siempre hubiera debido haber tenido. Pero no pudo ser.
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