Para los médicos era la chica del milagro, para ella era una segunda oportunidad
La atropellaron camino al subte D y cuando la trasladaron al hospital le dijeron que no sabían si volvería a caminar; ella se prometió hacer que cada día valiera la pena y cumplir su sueño
Hasta el 23 de julio de 2012, Cecilia Fanti (32) llevaba una vida normal como cualquier mujer de su edad. Se había mudado hacía dos años, estaba de novia y hacía poco más de un mes que se había incorporado a una editorial cumpliendo con el deseo de poder trabajar en el mundo de los libros. Esa mañana se proponía caminar hasta Cabildo y Juramento para tomarse el subte D, un recorrido que debía realizar por primera vez ya que los días previos se había trasladado a vivir a la casa de su madre porque a ella se le había cortado el gas. En ese trayecto, un auto que quiso ganarle al semáforo que estaba en amarillo, aceleró y cuando se quiso acordar estaba tirada en el piso boca abajo, consciente, y lo único que atinó a hacer, quizás por un acto reflejo, fue apoyar una de sus manos en el piso. En ese momento apareció un camión de bomberos, dos voluntarios la subieron a una camilla y le colocaron un cuello ortopédico. Luego, se comunicaron con el SAME y con sus padres. Inmediatamente la trasladaron al Hospital Pirovano.
Una vez que llegó al hospital la subieron sobre una tabilla de madera y ante la incomodidad y el dolor que ella sentía, una doctora le manifestó que de ninguna manera se la podían sacar porque la tomografía había dado que tenía dos vértebras rotas y que todavía no sabían la gravedad de la situación. Luego, le realizaron una resonancia y pruebas para medir la sensibilidad de sus pies. “A la mañana siguiente me explicaron que mi lesión era más grave de lo que pensaban. Los médicos me decían que era ´una bomba de tiempo´. Me hacían mover los dedos y me pinchaban, pero todavía no sabían si iba a volver a caminar”, recuerda Cecilia.
La médula, que corre por el medio de los discos, estaba comprometida. Cuando el disco se rompe, en general corta la médula entera de forma transversal. Pero en su caso, el disco estalló en muchos pedazos que quedaron desperdigados en distintos lugares y rodearon la médula, que estaba comprometida porque algo se había roto. Inmediatamente, decidieron inmovilizarla y el jueves por la noche fue intervenida. Le abrieron la espalda, le limpiaron la zona, le colocaron dos tutores de titanio y un ganchito en el medio para mantener el equilibrio de la vértebra dañada.
Optimismo y esperanza
Desde un principio Cecilia contó con la contención de una psiquiatra que la iba a ver todos los días de la internación y la ayudó en esos primeros momentos a enfrentarse con lo desconocido y con sus propios miedos. La familia, su pareja de ese entonces y los amigos fueron el ABC de su recuperación: nunca la dejaron de visitar. La motivaban y la hacían reír como queriéndole decir que todo iba a estar bien.
“A la semana siguiente el neurocirujano me hizo parar por primera vez. Yo estaba aterrada porque había estado mucho tiempo acostada y se me habían inflamado las piernas. ´Vas a caminar conmigo´, me dijo. Y bailamos una danza medio extraña. A partir de ese momento venían los kinesiólogos dos o tres veces por día para hacerme los ejercicios de rehabilitación. Desde el principio me decía a mí misma: ´yo de esta salgo, voy a trabajar bien para recuperarme lo mejor posible´”.
“La chica del milagro”
Una vez que le dieron el alta Cecilia retornó a su casa para afrontar la internación domiciliaria. En ese momento sintió que no podía hablar de otra cosa que no fuera el accidente. Y empezó a volcar esos sentimientos mediante la escritura en forma de catarsis. “Al principio me di cuenta que era algo para tratar de entender lo que me había sucedido, estaba muy enojada con lo que me había pasado. Pero con el tiempo fui tomando un poco de distancia con ese suceso y empecé a recordar el amor con el que me habían tratado los médicos, mis familiares, mi pareja, mis amigos y todo el esfuerzo que hacían para verme mejor. Esos textos se empezaron a enriquecer con otros elementos, pude verlo desde otra perspectiva”.
En ese momento Cecilia no tenía pensado publicar lo que venía escribiendo. Sin embargo, a mediados del año 2016 le mandó por mail a una amiga uno de los últimos textos que había escrito, quien a su vez le pidió permiso para enviarle el material a unas chicas que estaban armando una editorial. “A los tres meses me solicitaron que les enviara más textos. Y ahí me preguntaron si me gustaría publicarlo y les dije que ´sí´. A las chicas les había gustado los recursos que había elegido para contar mi historia”.
Y mientras avanzaba el proceso de armado del libro se acordó de una anécdota que había vivido mientras permanecía internada. Un médico, especialista en rehabilitación, se acercó para conocerla. ´Yo te quería conocer porque me habían contado tu historia y me parecía muy ilógico que pudieras volver a caminar, sos la chica del milagro´, le dijo. Luego de esa charla, Cecilia ya tenía el título de su libro. Ella cree que el libro puede ayudar a otras personas que se encuentran atravesando por situaciones adversas, aunque aclara que “no hay bajada de línea”, pero sí relata su propia experiencia.
El sueño de tener su propia librería
Cecilia confiesa que hubo un antes y un después tras su accidente. Y que está convencida de que es otra persona, cuyas prioridades se fueron reacomodando.
A medida que se recuperaba en su casa, tenía claro que no deseaba estar nueve horas metida en una oficina, pese a que su trabajo la satisfacía. “Pero si tenía una segunda chance quería aprovecharla, hacer que cada día valiera la pena”.
Y esa nueva oportunidad le permitió cumplir uno de sus sueños: tener su propia librería. Fundada en 2016, la dueña anterior de la librería “Céspedes” había decidido cerrar el local para dedicarse a otros proyectos. Cecilia se enteró de esta noticia a través de una editora con la que había trabajado anteriormente. No lo dudó ni un instante: le hizo caso a su instinto, consiguió el número de esa persona, se comunicó, le realizó una propuesta y a las pocas horas ya era la dueña de la librería. “Fue como recuperar esa vitalidad, poder charlar con los lectores, recomendarles libros, es un vínculo muy lindo porque la gente también deposita mucho en esa relación. No vendés cualquier cosa, es una responsabilidad muy grande. Hay una cosa de disponibilidad y de servicio y eso vale más la pena. Me encanta hablar y conocer a los clientes, enterarme sobre qué les gusta leer. Es muy lindo ese intercambio”.
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