Salvó la vida de miles de judíos en la Segunda Guerra: la historia del abuelo del embajador de Austria en la Argentina
Marzo de 1944. La Segunda Guerra Mundial -que se inició en 1939- sacudía con fuerza a Europa. La sombra del nazismo se expandía por el continente. En esa fecha, los alemanes ocuparon Hungría. Casi al mismo tiempo, en Suiza, un empleado del Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR) de origen austríaco llamado Johannes Schwarzenberg tomaba conocimiento a través de un informe secreto de que Alemania planificaba integrar al país magiar a la maquinaria de exterminio de sus campos de concentración instalados en países bajo el dominio del Tercer Reich para terminar con los judíos.
Desesperado por la noticia, este empleado, en rigor, un diplomático exiliado en Ginebra por causa de su oposición al nacionalsocialismo, decidió elaborar un sistema de pasaportes falsos, pero con el sello de la Cruz Roja, para poder arrancar de una muerte segura a la mayor cantidad de judíos húngaros que fuera posible. De esta manera, Schwarzenberg lograba salvar la vida de miles de personas que de otra manera hubieran sido aniquiladas en un campo de concentración del nazismo o en alguna de las matanzas realizadas en la propia Hungría por los simpatizantes nazis de ese país.
Además, antes de eso, también desde su puesto en el CICR, Schwarzenberg había ideado un sistema de encomiendas con comida para enviar a campos de concentración, para brindar alimento nutritivo a los famélicos prisioneros de esos lugares de horror y de muerte.
Debido a estas épicas acciones para salvar miles de vidas, realizadas desde un profundo compromiso con la humanidad, Johannes Schwarzenberg — fallecido en 1978 — fue homenajeado hace un par de semanas en el subsuelo del Centro Cultural Kirchner de la ciudad de Buenos Aires, en el marco de una serie de muestras por los 80 años de "La noche de los cristales rotos".
Allí se reunieron para rendirle tributo al diplomático austríaco el embajador israelí en Argentina, Ilan Sztulman, el Secretario de Derechos Humanos, Claudio Arvuj, el presidente del Congreso Judío Latinoamericano, Adrián Werthein, el vicepresidente de la DAIA, Mario Tenembaum y la presidente de la Fundación TESA — entidad organizadora del evento — Susana Pesis.
Ante una centena de asistentes, el embajador de Austria en la Argentina, Christoph Meran, fue quien recibió los diferentes obsequios simbólicos que los participantes trajeron para reconocer al altruista austríaco. Meran es, además de embajador, un orgulloso nieto de Johannes Schwarzenberg. Por este motivo la ceremonia se realizó en Buenos Aires. La hija de Scwarzenberg, Colienne Meran Schwarzenberg, sus bisnietos y otros familiares también estuvieron presentes en el subsuelo del CCK, para celebrar el recuerdo de su ilustre pariente.
Una foto arrugada
"Cuando murió mi abuelo en un accidente de tránsito junto a su esposa en 1978 — contó el embajador Meran — encontraron en su billetera una fotografía arrugada, una foto del campo de concentración de Mauthausen después de su liberación. Mi abuelo nunca habló de eso, hasta que años después, haciendo su biografía, entendimos el verdadero significado de esa perturbadora foto y comenzamos a comprender qué fue lo que lo había guiado en su esfuerzo incansable por salvar la mayor cantidad posible de vidas de las garras asesinas del holocausto".
Nacido en Praga en 1903 — en ese entonces, esa ciudad formaba parte del Imperio Austrohúngaro -, pero ciudadano austríaco desde muy joven, Johannes Schwarzenberg tuvo una vida intensa, con episodios dignos de ser narrados, especialmente en lo que tiene que ver con su lucha tenaz contra el nazismo desde los comienzos de este atroz movimiento.
Schwarzenberg Estudió Derecho Internacional con Halls Kensen, el llamado padre de esta disciplina. Se convirtió en diplomático y comenzó a trabajar para el Ministerio de Asuntos Exteriores de Austria en la década del '30. "Era un hombre temperamental, tenía una presencia impresionante, era simpático, hablaba varios idiomas, amaba la literatura, las comidas y la música". Así describe a su abuelo en diálogo con LA NACION su nieto, el embajador Christoph Meran.
Un milagroso escape de la Gestapo en Berlín
Hacia 1936, muchos simpatizantes austríacos de Hitler se escapaban a Alemania para unirse allí al partido nazi, ya que en su país no podían hacerlo. Fue entonces que Schwarzenberg fue enviado por la cancillería de su gobierno, a cargo de Kurt Schuschnigg, a la Legación austríaca de Berlín con una misión: atrapar a sus compatriotas y devolverlos a Austria. Claro que con esta tarea el diplomático no paraba de hacerse enemigos entre las filas de los nacionalsocialistas.
Como si esto fuera poco, Schwarzenberg también convocaba pequeños empresarios alemanes a reuniones para tratar de convencerlos de que no apoyaran al nazismo. "Los grandes empresarios ya lo habían hecho", asegura Meran. Y también reunía jóvenes, incluso hijos de nazis, en fiestas y cenas para convencerlos de buscar caminos alternativos a las juventudes hitlerianas.
Cuando el 12 de marzo de 1938 se produjo el Anschluss, esto es, la anexión de Austria a Alemania, por la que el primer país pasó a ser una especie de provincia del segundo, la vida de Schwarzenberg se puso en serio riesgo, y por un milagro pudo escapar de la terrible policía secreta alemana, la Gestapo.
Una de las jóvenes que el austríaco reunía en esas fiestas para contrarrestar ideológicamente al nazismo era hija de Hans Lammers, nada menos que el Secretario de Estado de la Cancillería del Tercer Reich. Ella invitó — a sabiendas de lo que sucedía — a Schwarzenberg y a su esposa a cenar a su casa la misma noche que la Gestapo fue a cazar al diplomático a su casa. "Paradójicamente, la hija del nazi que los mandó a apresar fue la que les salvó la vida", sentencia a LA NACION Marysia Miller-Aichholz, la historiadora austríaca que escribió la biografía de Schwarzenber, también presente en el CCK.
Inmediatamente, el matrimonio Schwarzenberg huyó de Berlín y de Alemania con lo puesto. Por fortuna, gracias a un pálpito de lo que podría suceder, ellos habían enviado a sus hijos, de uno y cinco años, hacia Suiza. La suerte que hubiera podido correr el diplomático se vio reflejada en lo que pasó con sus dos colegas en la delegación austríaca de Berlín: el Cónsul Jordan y el Consejero Pronay fueron capturados por la Gestapo y enviados al campo de concentración de Duchau, en Alemania. Nunca más se supo de ellos.
Cajas de comida para alimentar e identificar a los prisioneros
Schwarzenberg fue a Bélgica luego de su escape de Berlín. Pero la amenaza del nazismo, especialmente a partir del comienzo de la guerra, el 1 de septiembre de 1939, crecía por Europa. El diplomático debió volver a huir cuando los alemanes ocuparon Bélgica en mayo de 1940. Fue a Francia, de dónde también tuvo que salir un mes después con la llegada de los nazis.
Finalmente, recaló en Ginebra, Suiza. Allí comenzó a trabajar como director de la Oficina de Traducción del CICR. Desde ese puesto, menor para la organización y con poco poder de decisión, ejecutaría sus tareas más heroicas.
Schwarzenberg vivía preocupado por la cantidad de prisioneros encerrados en los campos de exterminio del nazismo. Lo obsesionaba que su situación no estuviera contemplada por la convención de Ginebra, ya que hasta entonces no se conocía la categoría de detenidos por motivos de raza — como se decía entonces — o religión.
Pensaba que entonces, desde la legalidad, no se podía hacer nada por ellos, que además, eran todos anónimos o NN.
Con esa preocupación a cuestas, un día el diplomático recibió en secreto, de la viuda de una víctima del campo de concentración de Buchenwald, en Alemania, una lista con 18 nombres de prisioneros de ese centro de detención.
Con la nómina en sus manos, el austríaco tuvo una idea: armó 18 cajas con comida, especialmente latas de sardinas, leche en polvo y otros alimentos ricos en vitaminas, y los envió a Buchenwald. Pero a cada paquete le anexó un acuse de recibo, con el nombre de los prisioneros, para que ellos lo firmaran y el recibo volviera a Ginebra.
Como las encomiendas tenían el sello del CICR, los nazis permitieron que el trámite se llevara a cabo, y en el verano europeo del año ’43, Schwarzenberg recibió los papeles firmados por los prisioneros, que con eso habían dejado de ser lo que eran hasta entonces: NN. "Mi abuelo escribió que ese fue uno de los días más felices de su vida", aseguró Meran.
En palabras del embajador -que aprendió en apenas unos meses el correcto español que habla-, a partir de las primeras encomiendas se produjo "un efecto de bola de nieve". Los demás prisioneros escribían sus nombres en el reverso de los recibos, y así cada vez mayor cantidad de gente podía recibir su ración extra de comida, además de proveer información sobre su paradero.
"Incluso las administraciones de los campos de concentración informaban de los traslados de los prisioneros y así el CICR se enteraba que existían otros campos de los que no se tenía registro"; añadió Meran. Los paquetes se multiplicaron y llegaron a ser hasta unos 100.000 poco tiempo más tarde. Existen cartas de agradecimiento de exprisioneros hacia Schwarzenberg que atestiguan la grandeza de su gesto humanitario.
Cabe aclarar que el CICR fue en principio reticente a estos envíos de comida, ya que temían perder su imagen de neutralidad y ser tomada como opositora al Tercer Reich. Es por eso que los primeros paquetes se armaron en gran parte con aportes privados y de los Estados Unidos. Muchas de las solicitudes de dinero para el dispositivo de las encomiendas eran redactadas por Kathleen, la esposa de Schwarzenberg, quien trabajaba codo a codo con su marido.
Pasaportes a la libertad
En abril de 1944, Rudolf Vrba y Alfred Wetzler, dos jóvenes judíos eslovacos prisioneros del campo de concentración de Auschwitz, en Polonia, lograron la trascendente hazaña escapar de ese lugar. Además, como trabajaban en la administración del lugar, escribieron un informe pormenorizado de lo que pasaba en ese centro de exterminio. En la historiografía bélica de la segunda guerra mundial, este informe se conoce como "el Protocolo de Auschwitz".
Este protocolo llegó, en carácter estrictamente secreto, a Ginebra, y a las manos de Schwarzenberg. Una de las informaciones transmitidas por los jóvenes escapados de Auswichtz golpeó con fuerza al diplomático austríaco: ellos aseguraban que habían escuchado que los nazis tenían pensado seguir con su plan de exterminio de los judíos en Hungría. Efectivamente, en marzo del 44, Alemania había ocupado Hungría, y la comunidad judía húngara había empezado a sufrir poco tiempo después un gran número de deportaciones, y asesinatos por parte de nazis alemanes y de simpatizantes nazis de Hungría embanderados en el partido de la Cruz Flechada.
"Mi abuelo entendió ahí que debía hacer algo", señaló Meran a LA NACIÓN. Fue cuando tuvo la idea de elaborar pasaportes con el sello de la Cruz Roja para sacar del país magiar a la mayor cantidad de personas posible.
Los pasaportes elaborados eran falsos, ya que el CICR, como entidad de ayuda humanitaria, no tenía la potestad de imprimir este tipo de documentos, que correspondía a los gobiernos. "Pero fue un truco en el que los nazis cayeron", aseguró el embajador. Muchos judíos pudieron así escapar a la libertad por las fronteras húngaras.
Complementariamente a estos pasaportes de nula autenticidad, pero efectivos, Schwarzenberg propició que se establecieran en Budapest, capital de Hungría, "casas seguras". Esto es, en viviendas vacías de diferentes barrios, lugares para que pudieran refugiarse familias judías de la ciudad.
"Se ponía un cartel improvisado en el frente de la casa, también con el símbolo de la Cruz Roja, para que acudieran ahí las personas perseguidas. Ellas recibían luego los pasaportes — explicó el embajador austríaco -. Entre agosto y octubre de 1944 se distribuyeron 15.000 de estos documentos. Después de octubre e incluso hasta el año 1951 — los pasaportes se siguieron emitiendo luego del final de la guerra cuando Hungría quedó bajo poder soviético- se repartieron en total unos 120.000".
El encargado de administrar las "casas seguras" y de distribuir los pasaportes salvadores fue el delegado suizo del CICR, Friedrich Born, instalado en Budapest. Por estas acciones, Born fue reconocido como Justo entre las Naciones por la institución israelí Yad Vashem, un título que tienen figuras como Oskar Schindler, que arriesgaron sus vidas para salvar a los judíos de la maquinaria criminal nazi durante la Segunda Guerra Mundial.
El lugar de destino de quienes lograron escapar de Hungría gracias a la astuta idea de los pasaportes de Schwarzenberg se desconoce. Con respecto a este tema, el embajador Meran dejó un dato: "Encontramos una carta en el archivo de mi abuelo en el cuál una sobreviviente húngara contó que ella era una de las 30.000 personas que llegaron a Palestina — antes de la formación del Estado de Israel — con uno de esos pasaportes falsificados".
Para dimensionar la tragedia que significó el nazismo para la comunidad judía de Hungría, cabe consignar que, según información de Yad Vashem, al finalizar la segunda Guerra Mundial, unos 565.000 judíos de ese país habían sido asesinados.
Más de setenta años después de sus gestas heroicas para salvar a miles de personas de su sentencia de muerte en uno de los períodos más oscuros de la humanidad, Johannes Schwarzenberg recibió un modesto pero merecido reconocimiento en la ciudad de Buenos Aires.
Su hija, Colienne Schwarzenberg de Meran — la mamá del embajador austríaco en Argentina -, señaló con palabras simples lo que para ella significó el homenaje a su padre: "Este reconocimiento al trabajo de mi padre me da la confianza de que ninguna buena acción se pierde, de que la voluntad de ayudar de cualquier manera le da sentido a nuestras vidas".
Trabajo de archivo: Juan Manuel Trenado
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