
Todos consideraban al capitán un verdadero caballero del mar
El comandante Hans Langsdorff se suicidó tras la derrota
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"[...] Luego de una gran lucha interna, tomé la tremenda decisión de hundir el acorazado de bolsillo Admiral Graf Spee y así evitar que cayera en manos del enemigo... Estoy convencido de que bajo esas circunstancias no tenía alternativa, una vez que llevé mi buque a la trampa de Montevideo. Con la munición que tenía, cualquier intento de pelear a mar abierto estaba destinado a fracasar... Un capitán con sentido del honor no puede separar su destino del de su barco[...]."
Ese es un tramo de la carta que el capitán de navío Hans Langsdorff escribió al embajador alemán en Buenos Aires el 20 de diciembre de 1939, antes de dispararse un tiro en la sien, envuelto en la bandera naval alemana y vestido con su uniforme de gala: había cumplido con la ley no escrita de los caballeros del mar.
La detonación alertó a los guardias del Arsenal Naval porteño, donde el comandante alemán estaba alojado desde hacía menos de tres días. Para entonces había decidido hundir el buque en el Río de la Plata, luego de dar batalla a tres cruceros aliados, a 9 millas de Punta Ballena, en la costa uruguaya. Sería la única batalla naval del siglo en el estuario más grande del mundo.
Langsdorff había nacido en la ciudad alemana de Rügen, en 1894, y era descendiente de una tradicional familia de marinos. Creció como militar a la sombra de un estratego de la guerra naval: el vicealmirante Maximilian Graf von Spee, héroe de la gran batalla de Jutlandia, en junio de 1916, frente a las costas de Dinamarca.
Von Spee, para toda una generación de la marina imperial alemana, fue un ejemplo del guerrero prusiano marcado por el sentido del honor: él también se hundió con su barco. En aquella contienda, el entonces joven oficial Langsdorff tuvo una destacada actuación que le valió ser condecorado.
Tras hundir su buque en la rada de Montevideo, Langsdorff se encargó personalmente de sus hombres heridos y muertos, y también de sus prisioneros. En el sepelio de uno de ellos, los tripulantes despidieron al fallecido con el saludo nazi, pero su capitán lo hizo con el tradicional saludo militar.
Esa imagen, horas después, llegó a Berlín y a muchos no les gustó. Por entonces se dijo en el ámbito diplomático que era conveniente que el capitán no regresara a Alemania.
Tal vez, aquel comentario sea cierto pues, a 64 años de su muerte, sus restos aún descansan en el cementerio alemán de Buenos Aires.






