En un ritual mágico que se repite año tras año, chicos de colegio, trabajadores del teatro y turistas observaron en silencio y durante más de cuatro horas el descenso, la limpieza y la posterior elevación de la araña del Colón, compuesta por 1300 kilos de bronce que sostienen 571 lámparas de 19.600 watts de potencia, necesarios para hacer brillar la sala durante los espectáculos.
Durante el denominado "Operativo araña", vieron esta mañana desplazarse lentamente el gigantesco artefacto a una velocidad de dos centímetros por segundo, hasta quedar casi encima de las butacas, donde fue reparado con cuidados especiales.
La araña, un ícono de la belle époque, está rodeada de frescos de Raúl Soldi y de los balcones donde se ubica el llamado Coro de Ángeles del que emanan las voces que se funden con las luces desde lo alto. Fue traída de Italia a fines de 1800, pero está fija a la cúpula desde la inauguración del Colón, en 1908. Demandó una hora y media hacerla descender, y el mismo tiempo subirla. Esta es la octava vez que es reparada luego de la renovación del teatro en 2010.
Se compone de dos partes: una amurada al techo, de siete metros y medio de diámetro, y otra desplazable, de cinco metros y medio de diámetro y casi cuatro de alto. Las 571 lámparas están distribuidas en 12 tulipas. Es una de las lámparas más lujosos e imponentes del mundo, junto a la de la Ópera de París; en Buenos Aires, se destaca junto con la araña del Salón Azul del Senado de la Nación que, si bien tiene menos luces, pesa más. "Es un momento mágico para todos, parte de la mística del Colón", señaló a LA NACION María Victoria Alcaraz, directora general del coliseo porteño, durante la intervención.
Quince operarios del teatro movieron en forma artesanal la araña mediante un malacate, dos cables de acero de 10 milímetros y dos sogas provenientes de los palcos superiores laterales, que evitaban el bamboleo de la enorme pieza de bronce. "Al tener un punto de apoyo central, tiende a girar. La primera vez que se limpió, en 2010, se trabó en el aire; por eso ahora tenemos extremo cuidado", dijo Fabián Chinetti, director técnico operativo del Colón.
Lejos de lo que sucede en el musical El fantasma de la ópera, durante el que una araña gigantesca cae del techo sobre la platea, el especialista dijo que los trabajadores del teatro porteño están abocados a un detallado proceso que consiste en primero aflojar la pieza, desenchufarla, guiarla hasta las butacas, sacar todas las lámparas y tulipas, limpiarlas con productos especiales, colocar la totalidad de nuevas lámparas, enchufarla, apagarla y volver a encenderla. Una vez que está en perfecto funcionamiento, asciende.
Si bien las luces led son de última tecnología, en este caso las bombitas colocadas son halógenas, debido a que –mediante un dimmer– se puede regular la intensidad de la iluminación de acuerdo con la ambientación necesaria para cada tipo de espectáculo, ya sea ópera o ballet. La suciedad acumulada, que provoca que haya que cambiarlas una vez al año, se debe a que la sala tiene un sistema de climatización que es una gran caja que inyecta aire frío que sale y entra desde la cúpula hasta la máquina climatizadora que está en la terraza.
Desde la restauración conservativa del teatro, se modernizó el sistema de descenso e izado de la araña y se repusieron faltantes con piezas reconstruidas artesanalmente por el orfebre Juan Carlos Pallarols. También se mantuvo uno de los secretos más preciados que alberga este espacio: el corredor sobre la cúpula que permite ubicar allí a coreutas y músicos y generar voces y sonidos celestiales en las representaciones que busquen este efecto especial. Las luces de la araña se encendieron por primera vez para la inauguración del coliseo, en la función de gala del 25 de mayo de 1908, cuando la ópera Aída subió a escena.
La creación del teatro fue una iniciativa del intendente Torcuato de Alvear en 1886. Tres años más tarde se realizó una licitación pública para su construcción, en la que triunfó la propuesta del músico y empresario de ópera italiano residente en la Argentina, Angelo Ferrari, quien acompañó su oferta con un proyecto del arquitecto e ingeniero italiano Francesco Tamburini.
El lugar original para construir el teatro era una manzana en el cruce de las avenidas Rivadavia y Entre Ríos pero, como esta se destinó finalmente al palacio del Congreso Nacional, se compró la manzana que ocupaba la Estación del Parque del Ferrocarril del Oeste, frente a la actual Plaza Lavalle, lugar en el que se ubica desde entonces.
Fotos: Silvana Colombo
Edición fotográfica: Fernanda Corbani
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