
Marcos Moneta, el Puma de los 40km/h, y sus seis palabras clave para el deporte de élite
Campeón olímpico juvenil, medallista en Tokio 2020 y considerado de los mejores jugadores del mundo en el Rugby Seven; a sus 25 años, repasa aspectos físicos y mentales que funcionan como pilares

Todavía repica la idea de jugar al fútbol. De una tentación futura -quizás para después de Los Ángeles 2028- que tiene sus raíces en la infancia, pero por ahora todo sigue su camino habitual: Marcos Moneta inicia un nuevo ciclo en los Pumas Seven con una preparación física y mental para seguir en lo más alto del rugby mundial. El Rayo, uno de los referentes del proceso de Santiago Gómez Cora, entra en el ecuador de su carrera con el ímpetu de su juventud y la experiencia de quien ya tiene un camino de alegrías y sinsabores.
Atrás, hay una cultura de constancia y disciplina que lo impulsa (un estilo de vida al que abraza), y mucho de convencimiento y confianza que inculcan desde el equipo. Es el velocista de las zancadas imposibles, el hombre de los 40 kilómetros por hora, pero también el de los tatuajes de los Juegos Olímpicos (campeón juvenil y medalla de bronce en mayores), de River, de Lionel Messi, de un rayo (obvio) y hasta de una sonrisa. “No hay que olvidarse de disfrutar”, dice, como mantra. Y desde ahí se apoya para un trabajo mental para “ser mejor que ayer”, “pasito a pasito”. Un concepto que relaciona con el “kaizen”, una enseñanza que le dejó el best seller “El monje que vendió su Ferrari”.
En diálogo con Conversaciones, de LA NACION, Moneta enfatiza varios conceptos, entre los que se destacan seis palabras clave: disciplina, constancia, convencimiento, confianza, alegría y crecimiento continuo. Un pequeño viaje al día a día de un deportista de élite.
¿Qué te trae hasta acá? O sea, ¿cómo llegaste a este momento y cómo estás a los 25 años?
La verdad que muy bien, arrancando una nueva temporada con el equipo nacional de Seven, con Los Pumas Seven. Estoy muy contento, con un lindo presente, disfrutando mucho de lo que hago y siempre pensando y yendo por más.
Cuando uno repasa ese currículum o esa presentación… ¿te imaginabas a los 25 estar así, con un plan de carrera tan rápido, interesante y de elite?
La verdad que no. Pasaron muchas cosas en muy pocos años. A veces pienso para atrás y siento que fue hace mucho, pero no pasó tanto tiempo. Todo fue muy rápido. Estoy feliz por el presente que estoy viviendo y también por el del equipo. Creo que el crecimiento que tuvimos y los logros de los últimos años fueron muy lindos, así que muy feliz por todo eso.
Siempre se habla de este proceso como algo no casual: años de búsqueda de jugadores, trabajo con el cuerpo técnico… En qué momento están ahora, de cara a lo que viene?
Yendo al largo plazo, el objetivo son los ciclos. El más grande es Los Ángeles 2028, los próximos Juegos Olímpicos. Antes de eso tenemos la clasificación —la qualy—, o sea, estar entre los cuatro mejores del circuito. Y más cerca en el tiempo, los Panamericanos, que van a ser al final de la temporada que viene. En el corto plazo, esta es una temporada muy importante porque hubo mucho recambio. Se fueron cinco o seis jugadores con mucha experiencia y peso en el equipo, y ahora hay diez o doce chicos nuevos adaptándose al ritmo. Algunos jugaron los Panamericanos Juveniles en Asunción, otros vienen del rugby 15. Estamos haciendo una linda pretemporada: los más grandes ayudamos a los nuevos a adaptarse lo más rápido posible.
¿Ya estás entre los más grandes a los 25 años?
Estoy ahí (ríe). Hay algunos más grandes que yo, pero sí, estoy en el medio. Trato de ayudar a los chicos a adaptarse rápido porque tenemos un torneo que arranca en noviembre, en Dubái, y ya estamos cerca.
¿Cuál es la principal diferencia entre el rugby Seven y el de 15?
Las dos diferencias más grandes son el tiempo y la cantidad de jugadores. En el Seven se juegan dos tiempos de siete minutos, y en el 15, dos de cuarenta. Y claro, en uno hay siete jugadores y en el otro quince. Eso hace que el Seven sea mucho más dinámico. Para muchos es más entretenido de ver, porque tiene menos reglas y más jugadas destacadas. Es durísimo, de altísima intensidad, pero muy divertido de jugar y de mirar.
Físicamente, imagino que el trabajo también cambia…
Sí, trabajamos más en explosión. Los jugadores de Seven suelen ser más flacos, rápidos y potentes. En el 15 hay más variedad de físicos: altos, bajos, más pesados o más livianos. En el Seven, el estereotipo es el del jugador rápido, potente y explosivo.
En ese tipo de juego, hay que tomar decisiones rapidísimas. ¿Cómo se entrena eso?
Se trabaja mucho en automatizar movimientos. Lo dice siempre Santiago Gómez Cora: a 150 pulsaciones por minuto no podés tomarte un minuto para pensar. Entonces entrenamos jugadas preestablecidas: qué hacer si la pelota va a un lado, si nos salen por el otro, si hay una situación puntual. Todo está muy aceitado. Después, claro, hay momentos donde te podés salir del libreto y decidir, pero eso pasa cuando tenés tiempo o claridad mental. A esa velocidad y cansancio, la mayoría de las acciones las hacés de memoria. Y eso es lo que te salva en el partido.
Hablás de Gómez Cora. ¿Qué significa para vos y para el equipo?
Santi es clave. Él siempre dice que tenemos que estar convencidos nosotros mismos, y a la vez él nos convence de eso. Es confianza y convencimiento: cosas distintas, pero las dos necesarias. Para mí es muy importante. Me acompaña desde que era chico, en los Juegos Olímpicos de la Juventud. En ese momento no era el entrenador principal, pero ya estaba detrás, apoyando. Después me llevó al plantel mayor y me ayudó muchísimo. Somos parecidos en la forma de jugar y me da buenos consejos. Además, es una gran persona, dentro y fuera de la cancha. Tiene en cuenta la parte humana: que somos personas con vida fuera del rugby, con problemas y emociones.
Y para el equipo también es fundamental. Él y Leonardo “Negro” Gravano están al frente desde 2014. Son más de diez años de proceso. Siempre hablan del “bambú japonés”: lo regás años sin ver crecer nada, y de golpe pega un salto de 30 metros. Así fue el Seven. Hoy se ven los resultados, pero es fruto de un trabajo larguísimo.
Y ese trabajo se nota: ya tienen una identidad muy marcada como equipo.
Sí. Cuando yo entré, el equipo estaba octavo o noveno, y la cabeza era otra. Ahora los chicos que llegan saben que entran a un seleccionado que está top tres y tiene que mantenerse ahí. La exigencia cambió completamente.
También cambió tu lugar. Te eligieron mejor jugador del mundo, ganaste medallas… ¿Cómo se maneja esa presión?
Es una linda presión. Al principio, después de ganar, cuesta acostumbrarse a ser “la banca”, el favorito. Ganamos en Vancouver 2022 y no volvimos a ganar hasta enero de 2023, y eso pesaba. Pero después el equipo se adaptó a estar arriba. Ganamos la Liga 2024–2025 y supimos mantenernos. Es una presión positiva, un combustible para no relajarse.
Personalmente lo vivo igual: quiero seguir creciendo día a día. Los premios individuales me motivan, pero siempre pienso en el equipo. Si el equipo no está bien, uno no está bien. Los mejores jugadores del mundo lo fueron porque sus equipos estaban arriba. Los logros individuales son colectivos.
Tu historia tiene algo inspirador: no quedaste en la URBA, jugabas en San Andrés y de golpe terminaste en los Juegos Olímpicos de la Juventud. ¿Cómo fue ese recorrido?
Siempre fui muy constante y disciplinado. En el colegio era medio burro, pero responsable (ríe). Con el deporte igual. Al principio no me imaginaba jugando en Los Pumas. Me gustaba el rugby, pero sin pensar en vivir de eso. Jugaba en mi club, nada más. Un año tuve muy buen torneo en 15 y en Seven, y me llamaron para una concentración pensando en los Juegos de la Juventud. Fui sin expectativas, a disfrutar. Estaba rodeado de jugadores que admiraba. Me fue bien en los tests y me volvieron a llamar. Fui a una gira, rendí bien y ahí sí me puse un objetivo: quería estar en los Juegos y ganar la medalla de oro. Y se dio. Ese fue el punto de inflexión: me di cuenta de que podía dedicarme a esto.
Y después vino Tokio 2020…
Una locura. Tenía 21 años recién cumplidos. Fue soñado. Había jugado pocos torneos con el plantel mayor y llegamos a Tokio después de la pandemia, casi sin competencia real. Nadie esperaba que nos fuera tan bien. Creo que la pandemia, de algún modo, nos favoreció: nos permitió rearmarnos y llegar más enfocados.
El partido con Sudáfrica fue un quiebre, ¿no?
Sí, aunque para mí empezó antes, con Australia. Ese partido lo preparamos durante un mes. Analizamos todo, absolutamente todo. Cuando hacíamos los entrenamientos, el equipo que simulaba ser Australia jugaba mejor que Australia (ríe). Ganarles fue el primer golpe fuerte de confianza. Y después sí, Sudáfrica fue épico. Tuvimos una expulsión y en lugar de caernos, nos levantó a todos.
Después vino la medalla…
Sí, era un sueño. Más que un objetivo, era eso: un sueño. Lo vivimos con una intensidad tremenda. Todavía me acuerdo de cada jugada de ese partido con Gran Bretaña. Nunca tuve tanto miedo y tanta adrenalina junta.
En contraste, París 2024 fue durísimo.
Sí, un golpe muy fuerte. La ilusión era enorme. Sabíamos que teníamos equipo para subirnos al podio, pero en los Juegos Olímpicos todo puede pasar. Es otra historia, cualquier detalle cambia todo. Lo sufrí mucho, pero aprendí mucho también. Venía de una lesión y me fortaleció como persona y como jugador.
Sin embargo, el equipo se levantó enseguida.
Sí. Hubo un gran trabajo personal de cada uno para pasar la página. Teníamos sed de revancha y el mismo grupo prácticamente. La temporada siguiente fue un campañón, mejor que la anterior.
¿Trabajás la parte mental también fuera del equipo?
Sí. Tengo un psicólogo con quien hablo bastante. Además, escribo mucho; me gusta poner en palabras lo que me pasa, descargarme si necesito hacerlo. Es algo que trabajo de manera constante.
Uno siempre imagina que el deportista tiene que estar perfecto todos los días…
Para nada. Esto es una montaña rusa. Un entrenamiento malo te puede arruinar el día, ni hablar un mal torneo. Pero lo importante es seguir mejorando, aunque sea un poco, todos los días. Tratar de ser mejor que ayer. Al final, todo se acomoda.
¿Leés libros de desarrollo personal?
Sí. No soy gran lector, pero lo que leo es de autoayuda o neurociencia. Me gusta aprender. Si te soy sincero, fuera de los libros del colegio habré leído seis o siete en total, y todos van por ese lado. Para novelas prefiero ver Netflix (ríe).
En Pumitas trabajaron con Estanislao Bachrach. ¿Qué te dejó esa experiencia?
Un genio total. Nos cambió la cabeza. Nos enseñó herramientas de respiración y visualización. Antes de jugar un partido nos hacía relajarnos y pensar la jugada exacta que íbamos a hacer: “Visualizá esto, mirate en primera persona, mirate desde la tribuna”. Era impresionante.
¿Y eso te ayudó en la competencia?
Muchísimo. Lo aplico todavía. A veces antes de dormir, a veces antes de un partido. La visualización te prepara mentalmente porque el cerebro no distingue si lo que imaginás es real o no. De chico ya lo hacía sin saberlo: la noche previa a un partido pensaba qué jugadas podía hacer, dónde tirar un sombrerito. Eso te da confianza; cuando llega el momento, ya lo viviste mentalmente.
Veo el tatuaje de la sonrisa y de los Juegos Olímpicos. ¿Cuántos tenés?
Varios, pero esos son los más importantes.
¿Y el de Messi?
También (ríe). Tengo el 13, mi número, el rayo, River y a Messi. Para mí es el más grande de todos, por lo que transmite más allá del fútbol. Lo admiro desde chico. Cuando pienso en todo lo que pasó, lo que le costó llegar, la presión que soportó… me da piel de gallina. Desde que era adolescente miraba mil veces el video Messi es un perro, de Hernán Casciari, y me emocionaba. Lo que hizo él, mantenerse de pie después de tantas decepciones, es inspirador.
¿Lo conociste?
No, todavía no. Sería un sueño. Si lo veo, me paralizo. Le pido una foto y le digo “gracias”.
En tus fotos jugando se te ve sonriendo. ¿Tiene que ver con disfrutar?
Sí, cien por ciento. Trato de que todas las decisiones que tomo sean porque lo que hago me gusta. Disfrutar, sonreír, incluso en los días malos. Siempre intento mantener eso.
Siempre es más difícil ganarle a alguien que disfruta.
Totalmente. Todo sale mejor cuando lo disfrutás. Creo mucho en las energías: cómo entrás a la cancha, con qué predisposición viajás a una gira. La sonrisa tiene que ver con eso, con disfrutar. Incluso hay estudios que dicen que sonreír, aunque no tengas ganas, cambia el ánimo.
“El Rayo” es tu apodo. ¿Llega por la velocidad?
Sí. Según el GPS, llego a 38 o 40 km/h, depende del dispositivo (ríe).
Es una locura. ¿Cómo lo compararías?
Me tengo que hacer la marca de 100 metros. La voy a hacer. Pero comparado con el fútbol, creo que estaría entre los más rápidos.
¿Y cómo te definís como jugador?
La velocidad es mi fuerte, pero también la personalidad y la confianza. Me gusta salir del libreto, ser creativo. Tiene que ver con la convicción: no dudar y hacer lo que pensás al ciento por ciento.
¿Te tienta el rugby de 15 o pensás seguir en Seven?
Hoy tengo la cabeza en Los Ángeles 2028. Después veré. Me gustaría volver a jugar con mi club, que implica jugar 15, pero todavía no tengo una decisión tomada.
¿Qué te apasiona del Seven?
El formato, las giras, el ritmo. Me divierte mucho jugarlo. Es más dinámico, toco muchas pelotas por minuto, hay más espacios. Es un juego muy atractivo.
En esas transiciones rápidas, ¿cómo manejan los cambios emocionales? Ganar, perder, en minutos…
Es un aprendizaje a los golpes. En un día tenés tres partidos. Si perdés uno, en dos horas tenés que volver a salir. No hay tiempo para quedarse abajo. Si ganaste, lo mismo: pasar la página y enfocarte. Lo más desafiante del Seven es eso, la rapidez con que cambia todo.
De chico te apasionaba el fútbol. ¿En qué puesto jugabas?
De cinco. Corría mucho. A los 16 pegué el estirón y empecé a jugar por la punta. Ese fue mi último año, igual.
¿Nunca te fuiste a probar?
No. Jugué en el barrio, con amigos, en torneos. Quizás de chico me hubiese encantado, pero ya pasó. Aunque si a los 28 viene un club y me dice “¿Querés jugar al fútbol?”, me meto (ríe).
¿Cómo te cuidás físicamente?
Ya no me cuesta. Me acostumbré a ese estilo de vida. Me gusta comer bien, hacer hielo, sauna, elongar, usar botas de compresión. Me hace sentir bien. Pero también disfruto: salgo con amigos, como un asado. Creo mucho en el equilibrio.
¿Y en temporada?
Es posible. No todos los fines de semana, pero sí cada tanto. Antes de un torneo o un Juego Olímpico, no salís. Cada cuerpo es distinto: tenés a Haaland que es un robot, y otros que salen todo el tiempo. Yo prefiero el equilibrio.
¿Te sentís cómodo con la disciplina del deportista de elite?
Sí. Con los años aprendés a conocerte. A manejar tu cabeza, tus rutinas, tus descansos. Vas encontrando tu equilibrio.
¿Y la pretemporada?
Dura, pero me encanta. Es en primavera, con buen clima. Tengo tatuado el sol porque si no hay sol me cambia el humor. Por eso nunca me iría al Reino Unido (ríe).
Un ping pong: ¿tu mayor virtud?
La disciplina y la constancia.
¿Qué rasgo te enorgullece?
Ser alegre. Me gusta transmitir buena energía.
¿Una parte de tu infancia que volverías a vivir?
Las giras con mi club, los encuentros a los que me llevaba mi viejo. Esa camaradería. Todo eso.
¿Una canción que te emocione?
El Himno. Siempre. Después escucho de todo: electrónica, reguetón, rock… depende el momento.
¿Un libro o película que te haya marcado?
El monje que vendió su Ferrari. Lo leí cuando estaba lesionado y me dejó muchas enseñanzas sobre el esfuerzo y la superación. También El poder del ahora. Me voló la cabeza.
¿Qué te da bronca fácilmente?
Discutir de fútbol. Si me cargan con River, me transformo (ríe).
¿Con quién te gustaría tener una charla?
Con Messi o con Maradona. Sería una charla hermosa, hablar de todo: fútbol, vida, errores, aprendizajes.
¿Qué te gustaría que digan de vos en el futuro?
Que fui una buena persona, alegre, que transmitía energía positiva y ayudaba a los demás.









