
Marianela Núñez, entre Londres y el Colón: una vida dedicada a la danza
La bailarina argentina más reconocida del mundo comparte su historia, los desafíos de la exigencia y la emoción de volver al teatro donde todo empezó

A los cinco años, Marianela Núñez ya sabía que quería ser bailarina de ballet. Todo su esfuerzo y su talento la llevaron a cruzar el Océano Atlántico en plena adolescencia, donde terminó convirtiéndose en la primera bailarina del Royal Ballet de Londres, además de una de las figuras más destacadas de la danza a nivel mundial. Onegin la trae de regreso a la Argentina y al escenario del teatro Colón, su primera casa. De este largo recorrido cargado de satisfacciones, reconocimientos, añoranzas y agradecimientos charló con Mariana Arias, en una nueva entrega del ciclo Conversaciones.
- Julio Bocca te define cercana, apasionada, humilde. ¿Vos te sentís así?
- Pues si lo dice Julio, esto es un regalazo. Recibir estas palabras de una de las personas que más admiro y que ha marcado la danza en la Argentina de una manera única. La admiración que le tengo es infinita. Yo no me puedo describir a mí misma, pero obviamente acepto estas palabras como un regalo muy especial.
- Para vos [Julio] es un referente, como seguramente lo es para muchos de la danza. ¿Por qué sentís que conectás con él?
- Julio es un talento único, cuando uno lo veía bailar quedaba hipnotizado. Más allá del talento físico que tiene, es su carisma, es una estrella. Es ese tipo de personas de la que podés decir: “Cómo bailaba, cómo saltaba”, pero va más allá de eso. Y también por lo que logró y dónde logró ubicar al ballet en la Argentina. O sea, todo el mundo conoce a Julio Bocca. Él lo popularizó. Nadie logró lo que logró Julio.
- Te formaste en el Colón, pero tu contacto con la danza empezó de muy chiquita. ¿Te acordás de eso?
- Sí, claro. Vengo de una familia hermosa, con tres hermanos más grandes; soy la única mujer, la más chica. Como digo siempre, mi mamá ya estaba re cansada del fútbol y de los chicos (risas)… Entonces, cuando llegó la nena, literalmente me vistió de rosa y me llevó a tomar clases de danza, sin esperarse que iba a pasar todo lo que sucedió. Desde muy temprana edad, creo que tendría cinco años –hacía clases de danza, pero no solo de ballet, era un poco de todo en un estudio muy chiquito cerca de mi casa en San Martín–, le dije que el resto no me importaba, que lo único que quería era hacer ballet. Así que me llevó a otro estudio, mi maestra Adriana Stork me vio mucho talento y dijo: “Tiene todo para que ingrese a la escuela del Colón”. Y ahí empezó todo.
- La danza es una disciplina, un arte que busca mucho la perfección, pero también necesita de la emoción. ¿Cómo se conjugan estas dos cosas cuando te conectás con un rol?
- Por eso me enamoré de lo que hago porque, justamente, me permite entregarme a esa búsqueda a diario. Obviamente, uno tiene que cuidar su cuerpo, nuestro lenguaje es mediante la técnica clásica, que es muy difícil, por eso lleva tanto trabajo. Pero es un arte, no es algo solo físico. Ahí es donde todos empezamos a jugar con las emociones, con los sentimientos, con toda la parte artística, que es lo que me vuela la cabeza en realidad. Onegin, que estoy representando ahora, es una de las obras que he bailado muchísimo; es uno de los roles con el cual me identifico muchísimo, y es como hacer una obra de teatro.
- ¿Cómo es el rol?
- Es una mujer fantástica, como todas las cualidades que tiene este personaje… Es una historia de amor, es un drama tremendo, es tragedia. La obra realmente es bellísima, es muy profunda y, justamente, es eso: es la búsqueda artística y acercar al público para que se sientan identificados con lo que están viendo esa noche. Para lograr eso, el cuerpo tiene que estar al 100%, porque si uno está luchando con el cuerpo no te podés entregar emocionalmente y viceversa. Las dos cosas tienen que estar al 100%.
- Imagino que el bailarín debe pasar por muchos momentos distintos. ¿Cómo viviste tu recorrido?
- Yo viví mi vida desde muy chiquita guiada por mi vocación, y ese es uno de los regalos más bellos que uno puede recibir en esta vida, creo yo. Cuando uno tiene una vocación que es muy fuerte, y la mía es fuertísima, hasta yo misma me sorprendo. Todo se hace más fácil, no lo pensás. No es que es fácil, porque no lo; yo me doy cuenta de toda la entrega, de todo el trabajo, pero es tan fuerte esa vocación que te hace hacer cosas que no te das cuenta. La vocación, las ganas pueden más que todo, ese mi oxígeno, como digo siempre.
- ¿Qué te dio el Royal Ballet de Londres?
- Todo. Llegué de muy chica, a los 15 años, en medio de la adolescencia. Yo estaba acostumbrada a tener a mi familia alrededor las 24 horas del día, sobre todo a mi mamá que me llevaba y me traía, una contención enorme… Y de repente, llegar a Londres en el año 1997, que no es la Londres de ahora. Extrañaba mucho a mi familia, fue toda una adaptación, pero ¿qué pasó? Llegué al lugar indicado, llegué al lugar de mis sueños. Yo sabía de muy chiquita que el Royal Ballet era la compañía de mis sueños. Llegué, me adoptaron como si fuese una de ellos, por eso siempre digo que es mi familia, que el teatro, el Royal Opera House es mi casa. Me dieron todo, me dieron la posibilidad de construir la carrera de mis sueños y más. Lo que me brindaron es increíble y es una compañía donde encaran la danza, justamente, de esa manera que decíamos al principio de la conversación, con todo lo que es lo artístico, no es solo lo físico. Para mí es todo.
- ¿Cómo fue cambiando tu manera de encarar cada rol?
- Esa es una de las cosas más bellas que también te ofrece la danza, que es la búsqueda constante; el producto nunca está terminado. Y mucho depende de uno, de superarse. Más que superarse, diría profundizarse, profundizar en todos los aspectos de una obra que uno tome en sus manos. Mucho viene del trabajo de uno, mucho viene también de los maestros que tiene en frente, de los directores que tiene en frente, de los partenaires, porque bailando la misma obra con distintos bailarines va a traer diferentes ingredientes. Pero más allá de todo eso, la vida. La vida que pasa, con las cosas buenas y las no tan buenas; uno va creciendo, uno va recolectando emociones, situaciones, y eso lo puede entregar en el escenario y volcarlo a todos los personajes que va encarando.
- ¿Un bailarín se entrega totalmente a la danza y queda poco tiempo para lo demás en la vida?
- El que lo ve de afuera, posiblemente lo ve así. Si uno es honesto, sí, consume mucho tiempo, pero no necesariamente tiene que ser así. No, hay tiempo para la vida; uno se tiene que dar tiempo porque eso es lo que te hace una artista más completa.
- ¿Poner la vulnerabilidad al servicio de cada rol, de los momentos artísticos y emocionales, juega a favor?
- De más jovencita lo luchaba y después me di cuenta que es una de las cosas más lindas que uno puede tener, aceptarla y abrazarla. Lo viví y me di cuenta que, en los momentos más vulnerables en mi vida o en mi carrera, posiblemente, fue cuando sucedieron las cosas más lindas porque fueron reales; me dejé llevar por lo que era y estaba haciendo. Es verdadero lo que le pasa a uno.
- Tu versión de Don Quijote fue la que, en ese momento, te promovió a primera bailarina del Royal Ballet. ¿Por qué ese rol fue tan importante en tu vida artística?
- Lo bailaba desde muy chiquitita, como que lo tenía en la sangre. Es un personaje que también me va muy bien, hay mucho de mí en ese personaje. Primero es el disfrute, es una obra que, de principio a fin, en el personaje de ella uno puede llegar a ver el goce y el disfrute mediante la danza. El personaje es fuerte, es apasionada, es un pococheeky (fresco), como decimos en inglés. Me queda bien, no me tengo que esconder mucho, hay mucho de mí ahí.
Es un rol que no solo que me dio mi promoción a primera bailarina. Después, Carlos Acosta, que es una superestrella en el mundo de la danza, creó su versión sobre mí. La he hecho en todos los lugares del mundo y me acompañó siempre, la siento muy cercana.
- ¿Qué significa hacer Tatiana en el Colón, después de tantos años, y que Julio te convoque para estar arriba del escenario?
- Que Julio me haya invitado es increíble. Como decimos acá, es un montón. Justamente, Onegin estuvo en la temporada del Royal, la hice en enero y la hice en junio. O sea, la acabo de hacer, la tengo en el cuerpo y la bailé muchísimo en los últimos 10 años. La bailé en la Scala de Milán con Roberto Bolle, en el Royal, acá en Argentina. Está conmigo y es una obra que amo desde chiquita.
- Volver al Colón, que fue tu primera casa, también debe despertar muchas emociones…
- Pisar ese escenario es… la verdad, nunca encuentro las palabras para describir exactamente lo que se siente, es de una magnitud enorme, es una montaña de emociones y por eso, para mí, es importantísimo volver una o dos veces por año o todas las veces que pueda, porque es volver a casa.
- ¿Tu familia vive acá?
- Mi familia está toda acá.
- ¿Extrañas?
- Los extraño muchísimo y extraño la Argentina. Tengo dos casas increíbles, es buenísimo. Dos familias, dos casas y las amo a las dos profundamente de la misma manera. Las dos me has brindado cosas increíbles, es un privilegio tener estos dos lugares que me han dado todo.
- Este año recibiste una condecoración del rey Carlos III. ¿De qué se trata?
- Es un reconocimiento a mi trayectoria, 27 años que le entregué todo a la danza en el Reino Unido, y es algo que lo valoro muchísimo. No pensé que me iba a pasar, y el día que aconteció mis papás me acompañaron y una de mis mejores amigas estuvo conmigo. Ir al castillo, tenerlo ahí enfrente, que me entreguen eso, tener a mis papás detrás, fue algo inolvidable.
- ¿Cuál es tu virtud más preciada?
- Me cuesta responder ese tipo de cosas. Lo que sí podría decir es que una de las cosas más preciadas que tengo es mi vocación. Porque gracias a ella, no solo puedo hacer lo que amo, sino que me ha abierto las puertas para conocer a toda la gente que ahora forma parte de mi vida y que me han ayudado. Gracias a mi vocación he crecido como persona, pero también como artista, y es algo que lo tengo guardado en el corazón y que realmente vale todo.
- ¿Pensás en hacer otra cosa, en enseñar, en dirigir, en dar clases?
- Creo que la danza va a estar conmigo siempre y, obviamente, el día que no baile más va a decantar de otra forma, se va a transformar en algo más. Amo la danza, me importa mucho la danza, quiero lo mejor para la danza; que siga creciendo, que se la cuide. Entonces, si llego a tener un lugar, cualquiera que fuere, para protegerla y seguir ayudando a que siga floreciendo, voy a estar ahí siempre.
- ¿Qué parte de tu infancia volverías a vivir y por qué?
- Creo que los primeros años que empecé con todo este mundo de la danza, tuve a mi familia muy, muy cerca. Mis abuelos, mis papás, mis hermanos que se aguantaban que mi mamá vaya de un lado para el otro conmigo; toda mi familia se adaptó para que pudiera lograr que mi sueño se cumpliera y tengo los mejores recuerdos: mi abuela haciéndome los trajes o haciéndome el almuerzo para que me lo llevara en una vianda, mi mamá iba y venía, y mi papá después me llevaba a la noche al estudio, mis hermanos esperando en casa. Creo que fueron momentos que me marcaron mucho y que me dieron la seguridad. Son momentos muy importantes para cualquier persona, es un momento de la infancia, y mi familia me dio todo para que tenga esa fortaleza y esa seguridad para que después, a los 15 años, cruzara el océano y pudiera seguir creciendo.
- ¿Qué cosas te dan bronca?
- A veces, me preocupa mucho cómo está el mundo en general y dónde está yendo el ser humano, y cómo estamos manejando las cosas. Tengo el privilegio de trabajar de algo que me conecta mucho con todo lo humano y vivo en teatros, es un privilegio. Y cuando salgo de esa burbuja… me da bronca, no puede ser que el mundo esté pasando por todas estas cosas, me da bronca, me da miedo.
- ¿Cómo ves tu futuro?
- En los últimos tiempos tuve muchísimos cambios y me parece que estoy en un momento de mi vida donde, suena súper cliché, no me quedó otra que vivir el presente. Estoy acá, así que no estoy pensando mucho en el futuro. No, es lo que está sucediendo acá.









