El laboratorio escondido bajo el Cementerio de la Recoleta, donde piezas sepulcrales y escultóricas recuperan su valor
Un equipo de restauradores especializados en la preservación de estas obras empezó a trabajar en la necrópolis más antigua del país
Nadie sabe realmente qué hay en el Cementerio de la Recoleta. Nadie sabe cuántos mausoleos, piezas sepulcrales y escultóricas con valor histórico y artístico se mezclan entre las más de 4500 bóvedas en las que descansan, entre otros, Domingo F. Sarmiento, Julio A. Roca, Facundo Quiroga, Juan Bautista Alberdi, Adolfo Bioy Casares, Eva Perón y Raúl Alfonsín. Son pocos, probablemente, los que saben que en uno de los cuartos subterráneos de esa miniciudad de cinco hectáreas de superficie funciona un laboratorio al mando del restaurador Miguel Crespo.
Es allí donde preparan, por ejemplo, una especie de gelatina que utilizan para limpiar algunas obras. Recubren las piezas con ese preparado, que guardan en una gran palangana; después, con un nylon, y tras 24 horas lo retiran con cepillos y la obra ya está limpia. Es allí también donde analizan las muestras para poder determinar las causas de las alteraciones y qué materiales –que se encuentran en frascos de vidrios marrones distribuidos sobre una estantería– se utilizarán para limpiar y recuperar las obras de arte. Es allí donde han encontrado huellas dactilares de algunos escultores mientras limpiaban sus obras.
En ese pequeño cuarto subterráneo conviven sus utensilios, que incluyen una balanza o hasta una batidora, con algunas placas que están restaurando o bustos que iban a tirar y los profesionales lograron rescatar. En un futuro, esperan poder exponerlas en un centro de interpretación.
Hace más de 20 años que Crespo, egresado de la carrera de Bellas Artes en la Universidad de La Plata, trabaja en este cementerio. “¿La tumba de Alsogaray dónde está?”, le pregunta una mujer cuyo acento devela que viene de Brasil. Y él le indica cómo llegar. Aunque remarca que no lo conoce a la perfección, conoce mejor que la mayoría de la población el primer cementerio público argentino, que en noviembre pasado cumplió 200 años.
Crespo, especialista en la preservación de obras patrimoniales a la intemperie, dirige el equipo que desde julio de 2022 está a cargo de la restauración de las esculturas del cementerio. Es la primera vez que la necrópolis cuenta con un área específica y un equipo de tres profesionales especializados en la preservación de estas piezas.
El área, que depende de la Gerencia Operativa Recoleta en la órbita de la Secretaría de Atención Ciudadana y Gestión Comunal del gobierno porteño, se financia con el cobro de entradas –hoy a $2030– a los turistas extranjeros que visitan el predio. Comenzó a regir en marzo del año pasado, pese a que la medida ya estaba prevista en la ley 4977 de 2014, que creó el Fondo de Garantía Turística de los Cementerios de la Ciudad y detalla que los ingresos deben utilizarse exclusivamente para el mantenimiento y conservación del patrimonio arquitectónico, histórico y cultural de los cementerios públicos de la Capital. Antes, la Asociación Amigos de Cementerio de la Recoleta colaboraba con la venta de mapas para financiar el trabajo de los restauradores.
Bajo esa idea trabajan las restauradoras Paula Booth y Lorena Pacora. Recubren con algodón un palito brochette y con esa especie de hisopo gigante artesanal que mojan en detergente neutro comienzan a limpiar las botas de los soldados en una obra de Luis Perlotti. Cambian el algodón cada vez que se ensucia. Es probable que en una jornada ni siquiera lleguen a terminar los zapatos de los cuatro soldados.
“Restauramos la obra y a la vez tenemos que respetar el paso del tiempo. Cuando estas obras se hicieron, se sabía que iban a estar expuestas, hay un horizonte de expectativas de los escultores, que previeron esto. En los bronces, por ejemplo, el escultor imaginó cómo el ambiente iba a transformar algunos sectores y cómo iban a impactar en las pátinas de colores, eso exalta el lenguaje tridimensional. Nosotros tenemos que quitar la alteración, pero respetando su esencia”, remarca Crespo, que define que el estilo de restauración que realizan es de “mínima intervención”.
El primer paso de la restauración es el diagnóstico para poder identificar las alteraciones que sufrieron las obras, no solo por el paso del tiempo, sino también por la exposición al aire libre. Crespo señala que Buenos Aires no cuenta con lluvias ácidas y el mayor deterioro se produce por la contaminación urbana. Para esto se toma una muestra que será analizada en el laboratorio. A partir de los resultados y la confirmación de las causas de cada alteración, determinan con qué materiales trabajarán.
“No es lo mismo lo que se genera sobre un bronce que sobre una piedra mármol blanco; incluso, diferentes obras de mármol blanco presentan diferentes situaciones. El sol impacta de manera diferente”, explica Crespo. Por eso cada obra requiere un plan personalizado. Luego realizan la limpieza. La etapa final es la protección.
Los restauradores trabajarán, en principio, sobre las 90 bóvedas que están clasificadas como monumentos históricos nacionales, pero esos no son las únicas instalaciones donde hay obras. Para aquellas que se encuentran en bóvedas privadas deben esperar autorización.
Hoy, no existe un registro de todas las obras emplazadas en el predio. Fue Crespo quien empezó, por iniciativa propia, una base de datos con las características de las mismas cuando se había quedado sin equipo de trabajo, en 2019. Detalla en fichas individuales el artista, la época y los materiales utilizados de cada pieza. Las 424 obras con firmas de autor que logró asentar representan solo dos de las 25 secciones existentes. Cruzó los datos con el Museo de Bellas Artes y, con solo este primer recuento, confirmó que el Cementerio de la Recoleta contiene la mayor cantidad de obras escultóricas realizadas por artistas de nuestros país, con firmas como Lola Mora, Lucio Correa Morales, Troiano Troiani, Alfredo Bigatti o Antonio Pujía.