¿Quién es el monstruo en “Tiburón”?
Además de celebraciones, el 50° aniversario del estreno de la película de Spielberg vino con alguna vuelta de tuerca a la hora de interpretarla
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SOUTHAMPTON.- Cincuenta años después del estreno de Tiburón, el miedo no se va. La música —como se contó en este espacio el domingo pasado— sigue ta-ta-dando pánico colectivo. Pero este aniversario trae también temas de debate: en documentales y en grandes artículos de diarios y revistas, van surgiendo nuevos matices para entender el fenómeno. Porque Tiburón no es solo una película de monstruo marino. Es también una fábula política sobre quién tiene razón, a quién se escucha y qué se sacrifica para salvar el negocio.
Lo que se resalta ahora es que la historia original escrita por Peter Benchley en 1974 tenía una impronta más social —o, según algunas lecturas, más populista. Como sintetiza The Atlantic, su argumento original era exquisito en su simplicidad: “Un tiburón amenaza Amity, un pueblo pesquero ficticio de Long Island en proceso de gentrificación. Cunde el pánico: la gente es devorada. Los habitantes de clase trabajadora se enfrentan con un forastero de clase alta sobre la mejor manera de matar al tiburón. El pez muere finalmente en una orgía de sangre. Y las simpatías políticas de la novela son claras: están con la gente del pueblo, y en contra del experto arrogante y diplomado que intenta resolver el problema”.
La pregunta que sobrevuela, medio siglo después, es si el verdadero monstruo no era el animal, sino la soberbia de ambos bandos
Spielberg cambió todo eso. En la película, los héroes son los expertos, no los locales. La razón está del lado de los que saben. De los que pueden demostrarlo con gráficos o explosivos. El resto de los habitantes de Amity parecen destinados a estorbar. Es una diferencia no menor con respecto a la novela. Aunque ahora muchos coinciden en que, paradójicamente, la mirada más certera no sería ni la del pueblo ni la de los expertos, sino una más ambigua. La pregunta que sobrevuela, medio siglo después, es si el verdadero monstruo no era el animal, sino la soberbia de ambos bandos. Y si, de hecho, eso no deja una lección que se puede trasladar a una sociedad cada vez más polarizada entre las llamadas élites costeras y los ciudadanos “reales” del interior.
Otro de los temas que se está revisando para el aniversario es el efecto que el miedo al tiburón generó. Su impacto fue más complejo de lo esperado. El tráiler oficial hablaba de una “máquina de comer sin mente” que iba a “atacar y devorar cualquier cosa”. Y remataba: “Es como si Dios hubiera creado al Diablo, le hubiera dado mandíbulas y lo hubiera puesto en el agua”.
Fue tan efectivo que Richard Dreyfuss, uno de los protagonistas, confesó que nunca más volvió a meterse al mar
Fue tan efectivo que Richard Dreyfuss, uno de los protagonistas, confesó que nunca más volvió a meterse al mar. No importaba que supiera que el tiburón era mecánico y se llamara Bruce —en honor al abogado de Spielberg— y que fallaba todo el tiempo.
“Nos horrorizó que la gente tomara esta novela y esta película de ficción como una especie de licencia para salir a matar tiburones y organizar más torneos de caza”, cuenta Wendy, la viuda de Benchley que produjo el documental sobre los 50 años de Tiburón para la National Geographic. Pero en él aclara cómo Peter recibió, durante años, miles de cartas que decían cosas como “el libro y la película fueron aterradores, pero quedé fascinado y quiero saber más sobre los tiburones”. De pronto, ser científico ya no era sinónimo de estar encerrado en un laboratorio con guardapolvo blanco. Muchos empezaron a soñar con salir a mar abierto y estudiar a esas criaturas reales. Hoy, la comunidad oceánica reconoce a Tiburón como un catalizador para la investigación científica y la conciencia ambiental. Fue —paradójicamente— el inicio de una ola de conocimiento. Y esta pegó tanto en las torres de marfil de la academia como en la vida cotidiana de la gente que se enfrenta al mar.

Hoy, si se ve una aleta entre las olas, tal vez no se piense enseguida en una amenaza, sino en una especie vulnerable. Tiburón, que empezó como una historia de expertos versus lugareños terminó, medio siglo después, convirtiéndose en un caso inesperado de colaboración: entre ciencia y comunidad, entre miedo y conocimiento, y entre instinto y datos.
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