Alta Fidelidad. Rock de mujer: la venganza de Lady Gaga
Ya que la cultura pop alimenta las noticias de aniversarios (tuvimos los 50 de los Beatles en la terraza de Apple, ¡los 25 del debut de Green Day! y así seguiremos) aportemos uno más reciente: hoy, domingo, se cumple exactamente una semana desde que Lady Gaga se reinventó por enésima vez en la entrega de los premios Grammy . Con el pie de micrófono levantado y la ñata contra el vidrio de la cámara, esa mirada psicótica que recorrió el mundo fue la de su nuevo personaje (acaso debut y despedida): Killer Queen, la vengadora del rock and roll. Sí, tuvo que ser una mujer que fue del dance pop a Las Vegas demasiado rápido quien trajera de vuelta, por cuatro minutos, la intensidad de un sonido y una cultura que ha perdido lugar frente a la hegemonía global del hip hop y por su propio agotamiento estilístico. Lo que menos se esperaba en esa fiesta de la industria musical donde los 60 años de Motown (más aniversarios) se celebraron con un número de casamiento V.I.P a cargo de JLo era la reaparición de una intensidad que le es (o fue) intrínseca al rock. ¡Y menos que eso quedara a cargo Lady Gaga, ahora también una actriz al borde del Oscar! Para hacer "Shallow", el hit de la remake de Nace una estrella, Gaga, nunca gagá, actuó de estrella glam de los 70 con una banda dirigida por Mark Ronson (curioso: Bowie había tenido a otro Ronson, Mick) que puso guitarristas como sicarios sobre el escenario . Tuve que verlo de nuevo. Los últimos dos minutos de "Shallow" en los Grammy 2019 son arrebatadores. Enfundada en un catsuit brillante, Gaga enloquece (o nos hace creer eso) y pone en acto uno de los gestos más característicos del arte contemporáneo: la apropiación. Lo suyo se conecta directamente con una obra que el argentino David Lamelas llevó a cabo en Londres en 1974 y que se vio en su retrospectiva en Malba. Para la serie de fotografías "Rock Star", Lamelas le pidió a una fotógrafo de la revista Melody Maker que lo retratara con la luz y las poses de los artistas que él mismo veía en esa ciudad. Gaga, como Lamelas pero fuera del museo, apropió gestos, estilo y hasta esa mirada final. No habíamos visto algo semejante desde el grito de gol de Maradona contra Grecia en el Mundial 94.
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Antes de escribir esto pasé por un edificio en la calle Ortiz de Ocampo, a metros de la avenida Las Heras. En algún momento de 1990 yo mismo había estado en esa puerta llamando a un departamento. Una chica llamada Mónica había respondido a un aviso en el que buscábamos cantante para una banda, Víctimas de Hiroshima. Cuando hablamos por teléfono y le armé un identikit en base a influencias o la música que escuchábamos ella dijo: "Claro, unos Ramones románticos". Me dejó mudo. ¿Qué había querido decir? Además hablaba despacio, como aletargada, sosegando mi intensidad hormonal. Cuando bajó a abrirme la puerta, el impacto fue brutal. Mónica vestía de negro y llevaba unas botas de cuero. Eran las cuatro de la tarde pero con ella parecían siempre las 3 AM de Serú Girán. Ese día conocí a una rock star secreta, que casi nadie conoció.
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"(…) No me dan ganas de enfrentar multitudes indiferentes o aleladas, causar desprecio o rechazo. Lo hice varias veces, las suficientes como para empezar a evitarlo. Muchas cosas tienen todavía que cambiar, no me tocará ya vivir los beneficios de esos cambios, pero agradezco, apoyo, acompaño y empujo para que un día otras mujeres, otras bandas, puedan sentirse mejor. Nunca la aprobación del público está asegurada, no todo gusta a todos, pero cómo explicar que una sabe bien que hay formas de gustar y no gustar que están demasiado condicionadas por la ceguera, el prejuicio y, en definitiva, eso es la discriminación. Hay que estar de este lado para saberlo". Esto escribió la indie rocker Rosario Bléfari en su muro de Facebook pocas horas después de que levantaran temperatura las declaraciones del productor cordobés José Palazzo sobre la presencia de mujeres en el Cosquín Rock. El Cosquín rockero parece al fin más tradicionalista que el folclórico, que tuvo que revisar y elastizar el concepto de "folclore" con los años. Curioso que haya pasado esto mientras una mujer como Gaga sea quien rescate al rock de su anomia, aunque sea por un instante.
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Mónica Vidal cantaba en una banda legendaria del under que se llamaba "El Lado Salvaje". Llegué a verla dos veces en vivo y rescaté algunas grabaciones y una foto de la artista Rosana Schoijett para Alimañas, una recopilación de rock de garaje. Cuando ese disco que rescató su voz, una Patti Smith empastillada, salió a la calle, ella llevaba varios años desaparecida. Mónica y su novio Pablo Esaú, el baterista de Los Pillos, hicieron un viaje a lo profundo de Sudamérica del que nunca volvieron. En la escena se decía que se habían perdido en la selva o que habían sido secuestrados por narcos o que se habían unido a una tribu o secta. Se supo también que la familia de Esaú los había buscado con baqueanos y helicópteros sin ningún éxito. Ahora que paso por la puerta de ese edificio en la calle Ortiz de Ocampo pienso que ese día de 1990 tuve a mi propia Lady Gaga en los Grammy 2019. Una Killer Queen de botas negras…