Dalmiro Sáenz: la intensa aventura artística de un provocador
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El modelo ideal de la descripción de una vida en una cápsula es Marcel Schwob, que en Vidas imaginarias describe en trazos a mano alzada peripecias eminentes y deslices desdramatizados; así, acaso, podría ser la de Dalmiro Sáenz, que murió ayer a los 90 años. Único hijo varón de padre contraalmirante y madre escritora, la aventura y la transgresión siempre lo acompañaron: primero en la Patagonia, como marino mercante, pero a los 24 años se casó con Susana Caride y le propuso la vida pionera en un campo inmenso en Caleta Olivia, Santa Cruz, donde vivieron con siete hijos. Dos más nacieron en Buenos Aires, cuando volvieron para instalarse definitivamente y donde él se propuso a sí mismo la vida bohemia.

Cuando uno piensa en Dalmiro, un hombre cuyo fugaz paso por la vida familiar no le cambió para nada su identidad y su pensamiento, también vale pensar en otros individuos de aquella generación, de búsquedas no limitadas a lo literario, como Alan Watts, concentrados en vivir desde la experiencia y desde sus deseos, en aquellos años sesenta, época en que la revolución estaba hasta en las pequeñas cosas. Dalmiro no fue muy viajero, aunque fue a Cuba, con todo lo que la isla significó a principios de esa década.
Su primera colección de cuentos, Setenta veces siete, aparece en 1956 y, desde entonces hasta Pastor de murciélagos (2005), su vida y su obra surgieron de diversas perspectivas, para algunos excéntricas, para otros provocantes, pero siempre instaladas en un amplio espectro que podía incluir lo frívolo y lo vulgar, lo político y lo social, lo religioso y lo filosófico, la intimidad y la exposición. Ejemplos de esto pueden verse en recorridos tan diferentes en sus colaboraciones: de Armando Bo e Isabel Sarli a Torre Nilsson, de Chiche Gelblung al Dr. Cormillot y a Sergio Joselovsky, entre otros.
Su preferencia fue por los cuentos y por sus obras de teatro ("para las que tengo cierta facilidad"), entre las que aún ¿Quién yo? y Yo también fui un espermatozoide están presentes en generaciones escolares que no lo conocieron. También el ensayo emblemático Carta abierta a mi futura ex mujer (1968) devino pieza teatral.
En los últimos años sólo leía a Borges, en aquella vieja edición de Emecé de las primeras Obras completas. Para él, la pregunta al otro seguía siendo más importante que lo que él podía decir y así podemos recordar cuando escribió: "Las crisis de los hombres se manifiestan cuando los mundos se saturan de respuestas y escasean las preguntas". Los silencios y la risa corta ante algo inteligente o irónico lo acompañaron hasta el final.
Alejandro Manara
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