En la frontera de la memoria
Tununa Mercado habla en esta entrevista de su novela Yo nunca te prometí la eternidad (Planeta), en la que recrea un hecho real de la Segunda Guerra Mundial a partir del diario de Sonia, la mujer que vivió esa aventura ahora convertida en ficción
El mundo errante del destierro, las persecuciones y los éxodos de la Segunda Guerra Mundial, como cifra de un destino común de judíos y militantes antifascistas, ocupan por completo el nuevo libro de Tununa Mercado. Las reverberaciones melancólicas y dolorosas de ese pasado que no termina de saldarse emergen bajo la forma de una pérdida que constituye el núcleo narrativo de Yo nunca te prometí la eternidad (Planeta). Acosada por el avance de los nazis sobre París, Sonia, una socialista judía alemana, escapa con Pedro, su hijo, en busca del padre, Ro, un brigadista de la Guerra Civil española. En la incertidumbre de la huida, Sonia baja del camión para buscar alimentos. Cuando regresa, después de un fugaz bombardeo, su hijo ya no está. De ese desgarramiento parte la novela, que se juega en pasos de frontera (entre ellos Port Bou, escenario de un verosímil encuentro con otro exiliado, el filósofo Walter Benjamin), Francia, Alemania, España, y México, donde Mercado recibió la historia de manos de Pedro.
La trama es tan real como complejos los dispositivos y artificios que la cuentan: diarios, cartas, entrevistas, documentos periodísticos e históricos engarzados y mediados por una escritura siempre lúcida y nada complaciente. "La historia se me ocurrió porque yo conocía una persona relacionada con uno de los personajes y en una reunión, por casualidad, hablaron del niño -cuenta la escritora-. Yo lo conocía porque él era director de un taller nacional de tapiz que trataba de formar a tejedores indígenas en la técnica del gobelino. Cuando llegué a México, me inscribí en ese taller porque me gustaba mucho tejer telar. Entonces tuve una entrevista con él para entrar. Y este hombre me hizo una serie de preguntas de cultura general. Me di cuenta de cuál era su impronta porque me preguntaba sobre la cultura francesa. Yo iba cinco horas diarias a un convento del siglo XVII, donde se trabajaba el color para que pudiera durar seiscientos años. Este hombre hizo que hubiera vínculos con él y con su mujer, que aparece también contando la historia. Nosotros habíamos instalado un centro de estudios para organizar el exilio. Entre los argentinos, pasábamos una película y después había una cena que preparábamos nosotros mismos. Ahí iba Pedro y fue entonces cuando me confió el diario de Sonia."
A la distancia, la combinación azarosa de los tejidos y las reuniones conviviales se lee como una prefiguración de la materialidad de la novela: la fascinación hipnótica que depara Yo nunca te prometí la eternidad procede justamente del profuso tapiz, del entretejido de voces y registros que hacen avanzar su trama. "Yo nunca he visto un proceso tan claro como éste de transposición de la memoria al relato en este juego de imágenes que tanto él como yo fuimos armando; esa búsqueda de datos, de elementos, de una historia. Es como si yo hubiese ejecutado en mí una manía bastante obsesiva de ir más allá, de buscar, de recomponer. Quizás tenga que ver con una tendencia mía a buscar los detalles, las minucias, como si restaurara un tapiz."
La idea no es nueva en las reflexiones de Mercado sobre la literatura. En el breve ensayo "El brillo", incluido en Narrar después (2003), enunciaba la posibilidad de una escritura destinada a restaurar imágenes evanescentes; una escritura, en definitiva, que trabaja por etapas e inquiere los recuerdos. El procedimiento se entreveía ya en En estado de memoria (1990) y ahora irrumpe plenamente en Yo nunca te prometí la eternidad. "Me capturó esa separación inicial de la madre que va a buscar alimentos y el hijo que la ve irse. Esa ruptura en el espacio y el tiempo en la carretera del éxodo es el núcleo dramático que me había llevado a pensar en esa historia en el libro anterior. Yo seguía trasladando ese trauma de la separación. Hay algo de querer curar esa herida de la pérdida. Y, por lo que Pedro me ha dicho, hice algo importante: le devolví a Sonia, que estaba en la zona de lo no nombrado."
Aunque no inscribe su nombre propio en el relato, Tununa Mercado asume el compromiso de la historia. "No sé si me propuse forjar una subjetividad de ficción. Me da la impresión de que fui componiendo la idea que tenía de Sonia a partir de ella misma, de sus textos. Sus diarios dispararon la novela. Ella se sentía obligada a escribir día a día para no perder todo. No existe aquí el subterfugio del sujeto de la narración. La que narra soy yo. Por eso hay momentos, como cuando me meto en el éxodo, cuando imagino el estado de ánimo de Sonia, en que me desprendo de ella." Son ésos los momentos en que, en contraste con las voces de los otros, Mercado explora sin rodeos su propia escritura, una falta de recato en la que ella misma no deja de advertir el peligro de la intromisión. "Me cuidé de que tuviera la menor concesión posible. Yo no quería hacer melodrama. Para mí es muy delicado robar memoria en este tipo de temas. Hay una responsabilidad muy grande. No se vaya a creer que yo quería valerme de la historia dramática de Walter Benjamin, por eso pongo solamente las iniciales, WB. Hice lo mismo que hacían esos hombres y mujeres en la vida real. Era gente que debía encubrir su pertenencia a partidos políticos. El uso de iniciales revela el cuidado que me tomé de no hablar de ellos de una manera desprolija. Existe un trabajo de asepsia, de ir suturando y también mutilando. Yo quería que hubiera drama, pero también quise disciplinarme".
Entre la realidad y la invención, entre la certeza y la hipótesis, el equilibrio sólo era posible desde el orden y la organización impuestos por la literatura. "Hay mucho de verdad en la novela, pero yo me había prometido decir que todo fue inventado -explica la autora-. Yo tuve que buscar esa confluencia de personajes. Yo tuve que saber la relación que el padre había tenido con Arthur Koestler o con Otto Katz, esos protagonistas de lo que fue el Komintern. Tenía la necesidad de saber por qué ponía cada nombre. Pero había informaciones que también caían por casualidad, gracias a lecturas o a que alguien me las decía. A partir de esta búsqueda, entraba a jugar en la organización del texto el orden de lo literario. Yo creo que si hubiera hecho un tratado de botánica también en esa clasificación de los datos habría entrado una perspectiva literaria."
Yo nunca te prometí la eternidad reexamina uno de los temas constantes en la obra de Mercado: la memoria, un tópico en el que aparece implicada también su biografía con las peripecias de exiliada sin tierra: "En general, las mujeres escritoras ocultan sus años de nacimiento. Esta vez yo quise que figurara explícitamente: 1939. Hay una historia que tiene arraigo, aun en una familia argentina en Córdoba. Había como una devolución a algo que mis padres me habían dado en relación a la Segunda Guerra, a la guerra de España. Una herencia democrática y ética. Pero el interés por estos temas es anterior a mi exilio personal durante la dictadura. Esos temas que yo acarreaba por haber nacido en 1939 no se actualizaron hasta el momento en que ocurrió la desgracia nacional. Familiar y políticamente, yo estaba configurada para ese tipo de sensibilidad. Sin embargo, ese otro trasfondo, la lucha contra el fascismo, se estabiliza y pide ser dicho por primera vez frente a ese núcleo del niño que pierde a su madre".
Pero la novela es también una narración que reflexiona, en acto, sobre el hecho de narrar. Con refinada precisión, Mercado refiere los resultados de la investigación y la investigación misma que subyace al libro, trabajosa tarea que incluye, en una suerte de vocación por el dato cierto y verificable, la traducción de los documentos y el seguimiento en un mapa, con la lupa en la mano, de las carreteras de Francia que transitó Walter Benjamin. Este tipo de operaciones, en que la investigación y la ficción tienden a confundirse, ponen en suspenso las clasificaciones genéricas. "Me llamó la atención que al libro no le pusieron ?novela´ en la tapa. Y aunque yo pienso que es una novela, creo también que es un artefacto diferente, un texto. Siempre tuve problemas para designar lo que yo hago. Las fronteras entre ficción y no ficción en mi escritura son muy lábiles. En el momento en que yo me comprometo con el texto, estoy haciendo ese trasvasamiento entre lo literario, lo histórico y lo personal. Yo no invento novelas de caballerías. De todas maneras, creo que es muy diferente a las novelas históricas que hemos estado leyendo en Argentina en los últimos años."
La mención de Manuel Puig como precedencia tutelar en el modo de trabajar con materiales ajenos suscita en Mercado una sorprendida aceptación. Como Puig, Mercado escribe desde el ready made, yuxtapone fragmentos, organiza los pasajes de los diarios y las entrevistas en una secuencia ordenada. "La articulación se fue dando de manera bastante espontánea. Pero es cierto que me preguntaba hasta qué punto era legítimo reproducir tres o cuatro páginas del diario. Era como un robo a ella. Yo llenaba el libro con largos fragmentos que son ella. ¿Pero en función de qué restricción imaginaria yo tendría que glosarla y hacer pura ficción? Esa historia pedía ser escrita. Yo creo que en el momento mismo en que uno escribe, ya está haciendo otra cosa, aun en la reproducción estricta de un diario, ya está haciendo una modificación."
La publicación de Yo nunca te prometí la eternidad marca una frontera en la literatura de Mercado, no solamente respecto del trabajo con la información documental sino también del despliegue ficcional en sus próximos libros. "Quisiera salir de ese compromiso melancólico con el dolor -reconoce-. Pero esos temas se me imponen. Convivo bien con ese fondo. Pero ese fondo melancólico persiste. Y esta novela fue una forma de romperlo".