Fernando del Paso: El novelista que persiguió el sentido de la historia mexicana
Las nuevas generaciones de narradores parecían querer bajarlo del pedestal con el mismo desparpajo que habían aprendido de su prosa, pero tal vez para apropiárselo por completo y hacerlo aún más cercano. Porque lo cierto es que seguía allí arriba, en la cumbre de la novela mexicana del siglo XX. El mejor ejemplo es Juan Pablo Villalobos, que en su novela Te vendo un perro (2015) parece burlarse, a través de un grupo de fanáticos y ancianos lectores de un excesivo mamotreto titulado Palinuro de México (1977), pero más bien es todo lo contrario: le rinde un fervoroso homenaje jugando en su mismo terreno, porque en verdad le debe todo.
Imponía respeto con su larga barba blanca y elegancia de dandy parnasiano en el trono de una silla de ruedas a la que lo había relegado una serie de infartos cerebrales sufridos en 2013. Una dolencia que lo había privado del habla, que demoró en recuperar, para recibir en 2015 el Premio Cervantes y convertirse en el sexto mexicano distinguido con el máximo galardón de las letras hispánicas.
Sin embargo, Fernando del Paso era en realidad un bromista incorregible, dueño de un sentido del humor tan corrosivo como surrealista -el mismo que desplegaba en sus obras- que acortaba siempre las distancias con su natural exceso rabelesiano. De hecho, era un habitual y una de las figuras más queridas de la FIL de Guadalajara, a cuya inauguración habría de asistir, el próximo 24. Pero eso ya no ocurrirá, porque Fernando del Paso falleció ayer, a los 83 años, en la misma capital del estado de Jalisco en la que residía con su familia desde 1992.
De amplia cultura humanista y cosmopolita, fogueado en dos décadas de misión diplomática entre Londres y París, Del Paso pertenecía a la Generación del Medio Siglo -junto con gigantes como Salvador Elizondo y José Emilio Pacheco- o, como él mismo decía con sorna, "a la cola del boom". Con solo tres obras se convirtió en el paradigma de la novela histórica mexicana: la fantasmal José Trigo (1966), quizás influenciada por Rulfo; su favorita Palinuro de México (1977), por la que recibiría el Rómulo Gallegos en 1982, y Noticias del Imperio (1987), sobre los efímeros emperadores del país azteca del XIX Maximiliano de Habsburgo y Carlota de Bélgica. Aunque también coquetearía tardíamente con el policial con Linda 67: Historia de un crimen (1995).
Si su empeño era transmitir "el sentido de la historia", como él mismo decía, lo hizo, en todo caso, con audacia vanguardista e hilarante desparpajo. No cabe duda de que la matanza de Tlatelolco, de 1968, está en el meollo de su Palinuro de México, pero la superficie es un abigarrado y un tanto onírico collage, sin argumento reconocible, sobre las disparatadas peripecias de un estudiante de Medicina. Quizá de allí, de lo autobiográfico, que esta fuera su novela preferida, porque el joven Fernando del Paso también había abandonado sus estudios de Medicina porque no soportaba la sangre.
Además de la novela, Del Paso cultivó la poesía -con la que había debutado en 1958 con Sonetos de lo diario- sobre todo en sus últimos años, con un puñado de poemarios; también el teatro, y, en especial, el ensayo. Destacan su trabajo sobre Juan José Arreola Memoria y olvido (1994), Viaje alrededor de El Quijote (2004) y Bajo la sombra de la historia. Ensayos sobre el islam y el judaísmo (2011), cuyo segundo volumen dejó inconcluso.
Intelectual completo, Fernando del Paso invitaba a sus pares que se habían "despegado un poco de la realidad" a "involucrarse y denunciar las injusticias". Y eso hizo hasta el final, con mucha menos diplomacia que antaño y mayor contundencia. Frente a la deriva política de su país, al recibir el Cervantes, sentenció: "Estamos ante el principio de un Estado totalitario que no podemos permitir".
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