Ken Follett: “Millones de personas en Estados Unidos creen en cosas que dijo Marx, pero no saben que lo dijo él”
El bestseller inglés habló en exclusiva con LA NACION sobre su novela “El círculo de los días”, que explora los misterios que alrededor del monumento Stonehenge; el libro ya se encuentra entre los más vendidos en todo el mundo
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¿Cómo es posible convencer a 200 personas para que dejen su actividad cotidiana, emprendan un peregrinaje hacia un inhóspito bosque y una vez allí arrastren a través de varios kilómetros piedras de 25 toneladas? Esta es la pregunta que se hizo Ken Follett en El círculo de los días (Plaza & Janés), su última ficción que explora los secretos y misterios que hay alrededor del monumento Stonehenge. La novela ha escalado a los primeros puestos de los ranking de ventas de todo el mundo, otro éxito más para este autor que lleva vendidos casi 200 millones de ejemplares de sus libros.
Follett (Inglaterra, 1947) conversa con LA NACION a través de una videollamada desde su casa en Stevenage, a 44 kilómetros de Londres, ciudad a la que su esposa representó durante muchos años como parlamentaria. Follett, sinónimo de bestseller, tenía una modesta carrera como periodista y ciertos apuros económicos. Escribir fue un modo de ganar dinero extra y así debutó con una novela de espías. Tiempo después encontraría en la Historia, el territorio donde explorar su literatura.
En 1989, publicó una novela que no tuvo un éxito arrollador de inmediato: Los pilares de la tierra. La novela luego se convertiría en un longseller, en una película y en una serie de TV. Como una catedral, su obra se fue construyendo sin prisa, pero sin pausa, con un diseño cuidado para que albergase cada vez más peregrinos a sus páginas.
El círculo de los días está ambientada en el año 2500 A.C. La escritura le demandó a Follett dos años, aunque siempre se sintió fascinado por esa construcción, y antes de sentarse en su escritorio investigó durante muchos años todas las fuentes series sobre Stonehenge. “Una de las teorías más estúpidas que circula es que fue construida por extraterrestres que vinieron del espacio. Otra teoría sostiene que fue construida por gigantes que vinieron de Irlanda. No investigué estas teorías porque no escribo historias sobre fenómenos sobrenaturales”, asegura.
–¿Es creyente? ¿Cuál es su vínculo con la fe? Lo pregunto porque en sus novelas, no solo en El círculo de los días, aparecen personas que realizan actos enormes, incluso arriesgados, en pos de sus creencias.
–Nací en una familia protestante, muy puritana. No teníamos televisión, radio o discos en la casa. No podía ir al cine. Cuando cumplí 16 años, rechacé la religión. Y fui a la universidad, donde estudié filosofía y me convertí en ateo. Luego en la vida me di cuenta de que como ateo podés tener una vida espiritual. Me fasciné mucho por las catedrales. Y sentí que en esos sitios podés tener una experiencia espiritual. No tenés que creer en nada. Si entrás en una iglesia y sentís paz y te quedás en calma pensando en tu vida, eso es una experiencia espiritual. No tenés que creer en Dios para hacerlo.
–¿Medita?
–Sí, a veces medito. Principalmente cuando me despierto en el medio de la noche y quiero volver a dormirme.
–Eligió crear como protagonista, en lugar de un héroe, a una persona normal. Seft dice al inicio de la novela que no tiene nada que lo distinga de lo demás. ¿Cuáles son las virtudes y obstáculos de escribir sobre un hombre normal?
–Como me ocurre con la mayoría de los personajes que escribo, lo primero que pienso es cuál es su rol en el relato. Claramente, porque la novela busca resolver algunos de los problemas prácticos de la construcción de Stonehenge, necesitaba a un artesano muy ingenioso. Seft también es una persona con mucha determinación: no podés resolver muchos problemas si te distraés fácilmente. Y pensé mucho en su origen, en su pasado. Seft tiene un padre muy cruel y él busca amor porque no lo tuvo en su familia.
–Hablando de padres, hay un personaje, una sacerdotisa, la madre de Neen, que es considerada una sabia. “Se le dan bien las discusiones. Hace que la gente se calme y piense de una forma lógica”. ¿Quiénes son los sabios del presente?
–Hay muchos y están en nuestra vida cotidiana. Muchas personas tienen a alguien con quien les gusta hablar cuando tienen un problema. Y puede ser un padre o una madre, un adulto, un amigo o incluso un colega de trabajo. Puede ser una esposa o un marido.

–¿Reconoce en sus personajes a personas de la vida real, a líderes poderosos? En la novela, Troon, un déspota, asegura: “Amo ser odiado”. ¿Suele disfrazar a personajes de la vida real en sus novelas?
–No, no lo hago. Una persona en la vida real nunca hará exactamente lo que querés que haga en el relato. Los personajes en las novelas tienen que ser creados para que estén al servicio de la trama. Algunos escritores dicen que no parten de la historia, sino del personaje, eso es lo primero que les viene a la mente. Y ese es un tipo de novela que puede ser fascinante si estás interesado en el personaje, pero generalmente no tiene una buena historia, porque el autor tiene dificultades para controlarlos.
–¿En qué se diferencia la humanidad de la época en la está ambienta la novela con la del presente? La velocidad en las comunicaciones y la tecnología también nos transforman, pero, emotiva, cognitiva y espiritualmente, ¿hay alguna diferencia entre sus personajes y nosotros?
–No lo creo. Porque la evolución no funciona tan rápido. Pienso que ciertas cosas sobre la vida humana son iguales en todas las épocas de la historia. La gente está preocupada, por cuestiones como el trabajo y el dinero o alimentar a la familia. También preocupa la violencia, el crimen y la guerra, mientras están involucrados en cuestiones como el casamiento, el sexo y el amor.
–Paul Ricoeur sostiene que no existe una historia, que no hay un solo relato, sino versiones de la misma. ¿Está de acuerdo? ¿Qué busca crear, desde qué perspectiva escribe en sus novelas?
–Mi aproximación es la de mostrar que la forma en que la gente vive está determinada por sus circunstancias. En la novela tenemos a los ganaderos, por un lado, que no se preocupan mucho por la propiedad privada, es una sociedad bastante comunitaria. Y luego están los agricultores, quienes sí tienen una actitud muy clara con respecto a la propiedad, reglas estrictas sobre los hombres y mujeres.
–Mencionar a Marx resulta un poco polémico o complicado, pero de alguna manera lo que se plantea en esta novela es el concepto de plusvalía y esas formas primarias de economía.
–Bueno, sí, Marx tiene mucho que ver con esto. Toda persona educada debería entender a Marx. Y, en realidad, millones de personas en lugares como Estados Unidos, empresarios, creen en algunas de las cosas que dijo Marx, pero no saben que lo dijo él. Por ejemplo, fue Marx quien dijo que la vida intelectual y la vida social son dirigidas por los métodos de producción. Y sabemos que eso es verdad. Sabemos que la tecnología cambia nuestras vidas. Si querés un ejemplo, pensá cómo el teléfono o la computadora han cambiado nuestras vidas. Y antes de Marx, Hegel pensó que existía algo denominado “el espíritu del mundo”, que permitió que los seres humanos se convirtieran en seres más inteligentes y más agradables.
–Recientemente expresó que no ve viable que le otorguen el Premio Nobel de Literatura por tener una concepción diferente a las de las personas que integran la Academia Sueca. ¿Por qué? ¿Cuál es su concepción?
–¿Para que existe la literatura? Porque nos conforta. Es algo que nos brinda placer. Lo que busco en mi literatura es que los lectores comiencen a interesarse por los personajes, incluso aunque sepan que no son reales. El Premio Nobel no se trata de este tipo de placer, sino de autores cuya utilización del lenguaje es particular. El Premio Nobel se encuentra a mitad de camino entre lo que hago yo y la poesía. La poesía, por supuesto, está totalmente construida sobre el uso de lenguaje, la búsqueda de nuevas formas de decir algo. A veces puede haber una pequeña historia en una poesía, pero no es un concepto narrativo. El placer de leer y escribir una historia atractiva requiere, en mi caso, otro trabajo sobre el lenguaje.
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