
La misma prosa electrizada
El encuentro literario entre Jack Kerouac y William Burroughs en 1944 fue el principio de un engañoso y aparente desencuentro. Cuando escribieron juntos, ninguno de los dos había publicado nada: The Town and the City, de Kerouac, apareció en 1950, y Junkie, de Burroughs, en 1953. Tiempo después de haber escrito un libro juntos, escribieron dos libros que podrían leerse como el mismo libro: en un sentido, Los subterráneos es el reverso heterosexual de Queer, escrita en los años cincuenta pero publicada tres décadas más tarde.
Los horizontes divergían. Burroughs habría querido ser Samuel Beckett; Kerouac, Thomas Wolfe o Marcel Proust. Semejantes afinidades electivas delimitaron los perímetros de su imaginación. En El trabajo , libro de conversaciones con Daniel Odier, Burroughs se había declarado en contra de la confusión entre la literatura y el periodismo o la antropología: "Una novela no debería descargar sobre el lector una cantidad de observaciones puramente fácticas". El venablo estaba dirigido antes al Truman Capote de A sangre fría que a las profusas peripecias del amigo beat.
Claro que los dos crearon mitologías: uno inventó una mitología del mundo, de los desplazamientos por el mundo con actitud falsamente vitalista; el otro imaginó una mitología de pesadilla para el paisaje del inframundo. Ambos creyeron inventar procedimientos de signo contrario: la prosa espontánea y el cut-up se oponen del mismo modo en que lo hacen la adición expansiva y la sustracción sentenciosa, literalmente, el recorte. Pero sería un error derivar de aquí que Kerouac era una especie de humanista que creía en la transparencia y en la inmediatez y Burroughs un cínico que confiaba en la lejanía. Hay una zona, la zona del adelgazamiento anecdótico y el espesor de la lengua, en la que Nova Express se encuentra con Visiones de Cody o Doctor Sax (cuyo personaje fáustico fue modelado sobre la silueta del autor de El almuerzo desnudo ).
En una entrevista incluida en su reciente Lata peinada, el argentino Ricardo Zelarayán hablaba de escritores a los que no se les podía cambiar una palabra porque todo el texto era como un circuito eléctrico y hacerlo implicaba interrumpir ese circuito. "Kerouac tiene esa corriente eléctrica", agregaba. Le faltó decir que esa prosa electrizada es también la de Burroughs. Los dos sabían que solamente los refractarios filamentos de metal hacen posible la incandescencia.





