Las aventuras de Guille y Belinda, una odisea fotográfica de dos primas durante más de veinte años
En 1999 la fotógrafa Alessandra Sanguinetti se encontraba en el campo, en General Guido, a unos 300 kilómetros de la ciudad de Buenos Aires, buscando imágenes para su ensayo En el sexto día (que integra la colección del MoMA, entre otras obras suyas). Dos nenas de 9 años la andaban rondando, les pedía que se corrieran del encuadre. Hasta que un día empezó a verlas de otra manera y se embarcó en un juego que dura ya más de veinte años, y pareciera no tener fin: retratar la amistad de dos primas, Belinda y Guillermina.
Con el tiempo la historia se convirtió en libro, un trabajo de culto, mojón en la historia argentina de los ensayos fotográficos de largo aliento. En 2003 hizo una recordada exposición en el Museo de Arte Moderno y, algunos años más tarde, algunas imágenes posteriores se expusieron en la galería Ruth Benzacar. Pero el proyecto no terminó ahí. La fotógrafa y las nenas siguieron con ese juego constante, paciente y amoroso.
Este miércoles, se lanza el libro que reúne la segunda parte de su historia, entre sus 14 y 24 años: Las aventuras de Guille y Belinda. La ilusión de un verano interminable, disponible para todo el mundo desde la página web de la editorial londinense mackbooks.co.uk (144 páginas, 55 euros). A principios de 2021, el sello reeditará el primer libro: Las aventuras de Guille y Belinda y el enigmático significado de sus sueños (todavía se consigue en algunas librerías la edición local que publicó Asunto Impreso). Sanguinetti, nacida en Estados Unidos, pero criada en Buenos Aires, espera en un futuro poder mostrar en algún museo argentino la saga completa.
La fotógrafa vive en "una granja que no produce nada", donde reinan nueve gallinas. Allí, en California, trabaja para la más prestigiosa agencia del mundo, Magnum (cooperativa fundada en 1947 por Robert Capa y Henri Cartier-Bresson) y lleva adelante ensayos autorales y editoriales. Esta es, sin dudas, su obra más grande. Suele pasar varios meses del año en la Argentina. "No podría vivir acá si no pudiera pasar allá todo el tiempo que quiero", dice. En el campo transcurrían todos los veranos de su infancia: "Ahí aprendí todo de la vida y de la muerte. Fue la etapa más feliz de mi vida e influyó en todo lo que hice después. La fotografía nació para mí como una forma de no perder nada. Apenas me di cuenta de que me iba a morir, pedí una cámara".
Disfraces, risas, fantasías
El primer libro es una fiesta de juegos, disfraces, risas, pura fantasía infantil. Guille y Belinda se cambian y son novias de blanco, gauchos, madres con panzas de globos o dos Ofelias flotando en un estanque. Alessandra propone situaciones, pregunta por sus miedos, las lleva a cumplir sueños enigmáticos. Lo lúdico es el lenguaje. "Es la única forma de entrar al mundo de los niños. Era más fiel jugar con ellas que hacer un documento observacional", dice.
La relación va cambiando. "Yo puedo estar pasando por momentos diferentes y cómo las leo a ellas se traduce a fotos. Cambia lo que cuento y cómo. Esta no es la historia sino una historia de Guille y Beli", dice Sanguinetti. Cuando entran en la adolescencia el pacto es otro, y no hay tanto espacio para ideas delirantes. La fotógrafa es testigo silenciosa de sueños y pesadillas infantiles que llegan a cumplirse. Ya no son nenas divirtiéndose, pura inocencia, sino que empieza a pesar la mirada del otro, el qué dirán, el orden y la limpieza como una sombra en los ojos. "Una vez que acepté eso, que estaban en otro espacio, cuando pude parar y escuchar, el trabajo arrancó de vuelta", cuenta.
Las Ofelias del primer libro son un juego directo sobre la famosa pintura de John Everett Millais que está en el museo Tate: "Una amiga me había mandado la postal desde Londres, se las mostré a las chicas y ellas me pidieron de hacer una versión en foto". En el segundo libro aparecen enterradas hasta las orejas: "Fue mi propuesta, y fue la ultima vez que 'jugamos' a algo. Ya se sentían grandes como para estar haciendo esas cosas. Sin querer, significó el fin de una etapa", cuenta.
En este tiempo, la vida de las chicas cambia rápido y Sanguinetti suele viajar como un relámpago para asistir a los nacimientos de sus hijos. Su propio embarazo le impidió estar en el casamiento de Belinda: a punto de parir intentó convencer a su marido de que fuera él a retratarla. Hay, después, una foto de una foto.
Las chicas ya no viven más ahí, pero ella va de pueblo en pueblos para dar con ellas. Sigue estando de pie la tapera donde pasaron tantas horas juntas. "Cuando estamos en el campo, estamos en el Partido de Dolores y de General Guido. Y en el pueblo, las fotos se reparten entre Dolores, Maipú y Guido", aclara. "Algo especial de seguirlas durante tanto tiempo es que tengo la suerte de tener mucha intimidad con ellas, pero a la vez puedo mirarlas desde afuera, algo que por ejemplo no puedo hacer con mi hija. Editando fotos de tantos años, puedo ver ciertas cosas que se repiten, cómo sus descripciones de chiquitas sin querer profetizan su hoy, y las cosas que no se pueden dejar de acarrear", dice Sanguinetti.
Ahora tienen ya 30 años. Guillermina es maestra de primaria y vive en Dolores. Le divierte ser protagonista de esta historia. Belinda tiene dos hijos y es más retraída. Vive con su familia a dos kilómetros de donde se crió, donde son puesteros en una estancia. Sanguinetti le da forma ahora a una tercera parte fotográfica, mientras piensa cómo hilvanar unas cincuenta horas de video que registró a lo largo de los años de las primas. "Un documental o película que hable del campo argentino, con más contexto y familia extendida. No tan lineal, quizá, siguiendo tiempos emocionales más que cronológicos", adelanta. Y, sí, sigue sacándoles fotos. "¿Por qué voy a parar?".
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