Leonardo Padura, un cubano en la corte de la Princesa de Asturias
Pelota de béisbol en mano, el autor recibió el reconocimiento en la categoría de Letras, y bromeó con que Coppola, otro premiado, filme un libro suyo
MADRID.- Leonardo Padura disfruta del éxito con la sencillez de un amateur. El día en que iba a recibir el Premio Princesa de Asturias de las Letras, el escritor cubano cargaba con un ejemplar de su novela El hombre que amaba a los perros para regalárselo a otro de los galardonados, el cineasta Francis Ford Coppola. "Nunca se sabe. Quizá le interese hacer una película", explicó poco antes de la ceremonia solemne que encabezó ayer el rey Felipe VI en el majestuoso teatro Campoamor, de Oviedo.
A la fiesta Padura entró por la alfombra roja vestido con una camisa blanca por fuera del pantalón beige, imposiblemente más cubano. Llevaba en la mano una pelota de béisbol, símbolo de su tierra, del espíritu juvenil y callejero al que se aferra a sus 60 años.
"Soy cubano por mis 64 costados. A Cuba debo casi todo lo que soy, profesional y humanamente. Cuba es mi primera patria. La segunda es la lengua en la que escribo. Y la tercera es el trabajo diario, que me trajo hasta aquí", dijo en su discurso ante los reyes y los 1200 invitados a la gala.
Contenía las lágrimas. En sus 10 minutos en el estrado se dio el gusto de no hablar de política. Suele lamentarse de que su karma como escritor cubano es tener que convertirse a la fuerza en un analista del gobierno castrista y las consecuencias de la revolución. Lo incomoda ese papel: prefiere expresarse a través de sus obras, en las que retrata con toda crudeza la vida cotidiana en La Habana.
A la hora de recibir el mayor premio de su carrera eligió referirse "sólo a asuntos trascendentes". Celebró la literatura, el amor por las palabras, la fraternidad de los amigos, la formación humana que le dieron su padre masón y su madre católica, su modesta casa natal del barrio habanero de Mantilla, donde todavía vive.
No se privó, de todos modos, de aludir sutilmente a los años de "dudas, silencios y resquemores" que llevaron hasta este presente de homenaje internacional. Lo hizo con la misma delicadeza con que recordó a su madre, que no podía verlo en su noche de gloria porque a su casa no llega la señal de televisión.
"Ser escritor nunca ha sido fácil y para mí ha sido más esforzado que para otros", dijo. Recordó las "muchas incomprensiones y marginaciones" que lo han acompañado a lo largo de su carrera, en especial cuando se lo etiquetaba de manera despectiva como "apenas un novelista policial".
El Princesa de Asturias -uno de los premios más prestigiosos de las letras castellanas y que nunca antes había recaído en un cubano- lo tomó como un reconocimiento al valor literario de su prosa. No quiso olvidarse del protagonista de la serie que le dio fama mundial, el detective Mario Conde: "Mi personaje y yo hemos vencido en un largo combate. Gracias, Conde, por haberme acompañado todos estos años en el empeño de revelar la vida y los desafíos de la realidad cubana".
Elogios reales
El jurado había considerado la obra de Padura como "una soberbia aventura del diálogo y la libertad" y calificó al autor de "un indagador de lo culto y lo popular, un intelectual independiente, de firme temperamento ético".
El rey Felipe VI amplió ayer los elogios en el discurso con que cerró el acto. "Todas las obras de Padura nos hablan de la desilusión, del fracaso, de la corrupción, pero también de la alegría y el color de los días felices -señaló-. Él pertenece a una generación que ha vivido y sufrido con intensidad. Cuba y su vida son inseparables."
El autor de Pasado perfecto, Paisaje de otoño y Herejes le dio la razón en cada palabra que pronunció durante su paso por Oviedo. En una conferencia de prensa, el miércoles, confesó que se hizo escritor por culpa del béisbol y del espíritu competitivo que el deporte le inculcó durante la infancia. Dijo que el baile tuvo más influencia en su literatura que cualquier libro, "porque el alma de la cultura cubana son los músicos, no los escritores ni los cineastas".
Pero resaltó el valor de la lectura, como el ejercicio esencial de un novelista. "El instrumento de trabajo de un escritor es su lengua y uno aprende a manejarla bien leyendo a los que escriben bien en su lengua. Los hispanohablantes somos afortunados de haber tenido maravillosos espejos, como Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa, Manuel Vázquez Montalbán."
A Padura lo eligieron para abrir la ceremonia de premiación, en la que fueron reconocidos también Ford Coppola (Artes), el fundador de Wikipedia, Jimmy Wales (Coo-peración Internacional) y el filósofo Emilio Lledó (Comunicación), entre otros.
Él les habló a los presentes, a sus lectores, al mundo. Pero sobre todo a esa Cuba que lo acompaña a donde va. Sin soltar la pelota de béisbol, se despidió así: "Hoy puedo decir como Carlos Gardel el día de su debut en el Olympia de París: «Si estuvieran aquí los muchachos del barrio...»".
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