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"Entre 1940 y 1941 concebí la idea de una trilogía titulada El viaje que nunca termina (...), con Bajo el volcán como su infernal primera parte; (...) y una extensa novela en la que trabajaba también entonces, En lastre hacia el Mar Blanco (que perdí en el incendio de mi casa), que sería una tercera parte paradisíaca; el conjunto se refería a la lucha del espíritu humano (indudablemente extralimitándose) en su ascenso hacia su verdadero propósito". Esto le escribió Malcolm Lowry a su editor inglés en 1946.
Pero Rumbo al Mar Blanco –como lo tradujeron en esta primera versión al castellano editada por Malpaso– parece haberse valido del fuerte elemento acuoso del mar para destruir esas llamas y salir finalmente a la luz. La convergencia de mar y llamas es atractiva, pero por supuesto no pasó así: lo cierto es que una copia de la novela había quedado guardada en la casa neoyorquina de la madre de Jan Gabrial, la primera esposa de Lowry: tras la muerte de su segunda esposa (en 1988), Gabrial decidió rescatarla del armario.

A Sigbjørn, el joven protagonista, lo conocemos mientras pasea junto con su hermano Tor por una vieja ciudad inglesa; ambos son estudiantes de Cambridge e hijos del dueño de una compañía naviera caída en desgracia a raíz del accidente de dos de sus barcos. Pero la sombra del desastre no termina ahí: poco después, Tor comete un suicidio anunciado, con el que, según sus palabras previas, "quizá permitiera dejar que todas las contradicciones, la desesperación y todo lo demás pasaran" al hermano fallecido, consigna que presumiblemente no aliviana la carga del hermano sobreviviente sino que convierte la historia –que incluye un conflicto amoroso, en el que el personaje femenino es inusualmente libre, fuerte y capaz de sostener argumentos tanto o más inteligentes que los del protagonista– en una variación del mito de Caín y Abel.

En línea con esto último, las referencias bíblicas –al igual que las que tienen por objeto la literatura de temática marítima, con Herman Melville a la cabeza– son infinitas, pero no son la única fuente mística de la que bebió Lowry para componer esta maravillosa e intensa pieza de dieciocho capítulos: el Tao y el esoterismo se cuentan también entre estas filas. Otra corriente que desemboca en este mar narrativo es el comunismo: Sigbjørn es un joven burgués que coquetea con la proletarización; viene de trabajar de marinero y va –como promete durante las tres cuartas partes del libro– a emplearse como fogonero en un barco noruego que, se entera en camino, no se sabe a ciencia cierta adónde se dirige. Al margen de esto, el "alma bella" de Sigbjørn transforma el viaje hacia el barco en un tortuoso derrotero.

Pero el andar sin rumbo y con la íntima voluntad de posponer la finalidad de las acciones no es solo asunto de barcos sino también de los personajes: Rumbo al Mar Blanco es una novela caminada, en la que los eventos, menos numerosos que las encrucijadas morales y afectivas, tienen lugar mientras el protagonista y algún acompañante están yendo a algún lado, que en muchos casos es una taberna. Si bien las "posibilidades poéticas del tema del alcohólico" tienen su máxima expresión en su magistral Bajo el volcán, en Rumbo al Mar Blanco no evita el asunto. En momentos de mayor miedo, el alcohol funciona como un deus ex machina que se hace cargo de la incapacidad del protagonista para tomar contacto con la vida, identificada una y otra vez con el mar ("la vida era tan profunda e infinitamente terrible y misteriosa como el mar", se lee al principio).
El interrogante final es legítimo: ¿qué tiene esta historia de redención? ¿La vuelta al paraíso perdido que es Noruega, su tierra natal? ¿El hecho de que suceda en Pascuas? Responder esa pregunta es tan arriesgado como conjeturar por qué Lowry no recuperó la copia de este disimulado coming of age literario, pero mucho más delicioso.
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