Lo que nos cuenta una reina guerrera
El afiche es pequeño, uno más en el palimpsesto que asoma en tanto muro del barrio: firmas adolescentes en aerosol, algún mural colorido, intervenciones efímeras, abiertas a la intemperie.
Lo vi hace tiempo, me generó una sonrisa fugaz y apenas eso; seguí viaje. Pero hace unos días volví a pasar por la misma cuadra, el afiche seguía ahí y la impresión fue distinta; quizás porque llevaba en la cartera Bárbara y guerrera (Katz Editores), el pequeño y sorprendente libro donde el historiador Nicolás Kwiatkowski recupera la historia de Tomiris, reina legendaria que habitó en el Asia Central en el siglo V antes de Cristo.
El afichito en cuestión remeda lo que podría ser una escultura clásica: una mujer con túnica, sobre un soporte de piedra o mármol, sosteniendo una espada en la mano derecha y alzando la cabeza de un hombre, a quien evidentemente degolló, en la izquierda. “Cuidado, feminismo extremo”, reza la inscripción que corona el afiche y que en su momento miré con ironía y que ahora me suscitó otro tipo de curiosidad.
Porque Kwiatkowski , en un atrapante ejercicio de erudición –y al tanto del estado actual de las discusiones de género– bucea en las representaciones con que, a lo largo de los siglos, Occidente incorporó la historia de la antigua reina de los masagetas. Historia cuyo núcleo es una escena que, por cierto, incluye a una mujer y a un hombre degollado. Y que la Edad Media y el Renacimiento absorbieron en un sentido bastante diferente al de la intervención callejera que captó mi atención.
Tras derrotar en una batalla descomunal a Ciro el Grande (vencido doblemente, porque cayó a manos de una mujer, líder a su vez de un despreciado pueblo bárbaro), Tomiris no eludió el peso de la venganza. Ciro había invadido y amenazado a su gente. Había, además, engañado y matado a su hijo. Tomiris ordenó a sus hombres que buscaran el cuerpo de Ciro, que yacía entre los muchos muertos en el combate, tomó un odre, lo llenó de sangre humana y allí hundió la cabeza del malogrado rey persa.
“Saciaré tu sed de sangre”, le había dicho Tomiris a Ciro poco tiempo antes, cuando éste, no contento con rechazar los ofrecimientos de paz hechos por los masagetas, asesinó al hijo de la reina. Madre desgarrada y monarca triunfante, Tomiris ahora cumplía su palabra.
Kwiatkowski inaugura su investigación remontándose a la conocida frase de Engels: “el grado de emancipación de la mujer en una sociedad es el criterio natural de emancipación general”. Y señala que, más allá de las limitaciones actuales, la situación en el mundo premoderno era notablemente sombría. “Las mujeres no solo eran consideradas físicamente inferiores en relación con los hombres –escribe–, sino que se insistía en su irracionalidad y se las recluía a una vida privada en la que incluso la posibilidad de dedicarse a las letras era limitada y tendía a no encontrar una aplicación ulterior”. En este contexto, y por el modo en que su historia trascendió a lo largo del medioevo e impactó en los primeros humanistas, la figura de Tomiris es una anomalía.
Mujer, poderosa, heroica, bárbara; exitosa estratega militar, prudente, severa: demasiados elementos discordantes para el sentido común de demasiadas épocas. Sin embargo –y esa es la reconstrucción que hace Kwiatkowski– su figura aparece en grabados, pinturas y tapices a lo largo del siglo XV, el siglo XVI y el siglo XVIII. En cada una de estas representaciones, la de Tomiris es una presencia virtuosa y entre 1500 y 1650, tiempo de mujeres gobernantes en Europa (María Estuardo, Isabel de Inglaterra, Ana de Austria), aparece como un ejemplo que, desde las brumas de la antigüedad, legitimaba el ejercicio del poder en manos femeninas.
Lo que confirma Bárbara y guerrera es que más que lineal, la historia es un tapiz intrincado: plena de elementos que, desde el borde o por debajo de los discursos imperantes, hacen su trabajo, tejen su trama. Y cada tanto emergen.
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