Los cuentos de un visionario
LA MENTE ALIEN Por Philip K. Dick-(Colihue)-Trad.: Luis Pestarini-284 páginas-($ 8,90)
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Del californiano Philip Dick (1928-82) puede decirse que, con una cincuentena de novelas y un sinfín de cuentos, fue uno de los autores más prolíficos del siglo XX. También que es uno de los escasos narradores de ciencia ficción que superó las barreras del género para hacer simplemente gran literatura. Dick siempre sufrió por haber quedado atrapado en el gueto de la ciencia ficción y por el amargo fracaso de sus novelas "serias". Era uno de los máximos representantes de esa esquizofrenia que constataba Stanislaw Lem en los practicantes del género. "Ese es el extraño fenómeno de la ciencia ficción -aseguraba el escritor polaco en un artículo clave de 1972, que era una desembozada defensa de Dick-. Proviene de un burdel pero quiere entrar en el palacio donde se almacenan los pensamientos más sublimes de la humanidad".
Dick logró conjugar el burdel de la literatura popular y lo sublime de las obras perdurables gracias a algo que puede refrendarse sin titubear: su genialidad, si se entiende ese difuso, vapuleado término romántico como sinónimo de visionario.
Como Balzac, Dick no cesaba de escribir pero, a diferencia de muchos de sus colegas, no le prestaba mayor atención a la ciencia pura y dura. Lector incontinente, especialista en música clásica, adicto a las anfetaminas y en permanente conflicto con sus sucesivas mujeres, su mayor virtud era su imponderable capacidad imaginativa, su rara intuición.
Dick, que no era un esteta como su admirado Proust, capturaba pequeñas hebras de realidad y las deformaba hasta crear mundos nuevos y fantásticos, tan verosímiles como aterradores. Tan verosímiles y aterradores que, a casi veinte años de su muerte, el mundo se parece cada vez más a sus ficciones. Tan verosímiles y aterradores que, dentro de cuarenta o cincuenta años, corremos el riesgo de dejar de leerlo porque se habrá convertido en un escritor realista. Valga esta cita de "La puerta de salida lleva adentro", uno de los cuentos de La mente alien, que es también ejemplo de su infatigable sentido del humor, en este caso aplicado al destino de la literatura: "Era un infierno vivir en el siglo XXI. La transferencia de información había alcanzado la velocidad de la luz. Una vez el hermano mayor de Bibleman había alimentado a un robot generador de literatura con una sinopsis de diez palabras y, cuando cambió de opinión, descubrió que la novela ya estaba impresa. Tuvo que programar una secuela para poder hacer la corrección".
En el desván literario de Dick, por supuesto, puede encontrarse de todo. Hay novelas maestras ( Ubik , Valis, El hombre en el castillo, ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? , origen del film Blade Runner ), otras que adquieren relieve gracias a súbitos destellos reveladores, otras simplemente frustradas, escritas a contrarreloj para llegar a fin de mes.
Algo similar ocurre con sus cuentos. En inglés, tras su muerte, fueron reunidos por orden cronológico, en cinco tomos. Hace algunos años una editorial emprendió la tarea de traducirlos al castellano ateniéndose al orden original, pero no llegó más allá del tercero. Un vacío que La mente alien viene en buena a medida a compensar. Los once cuentos aquí reunidos fueron tomados del quinto tomo de esos cuentos completos ( The Eye of the Sybil ), inédito en castellano, en donde se encuentran algunos de sus mejores relatos, los de la última etapa, cuando Dick, ya con una mínima dosis de su fama póstuma, algo más de efectivo en la cuenta bancaria y menos urgencia por producir en cadena, podía dedicarle mayor tiempo al engranaje de sus tramas.
Los relatos de La mente alien no alcanzan la soberbia de sus mejores novelas, pero ofician de ineludible introducción a su obra. En esta suerte de "pequeño Philip Dick ilustrado" están representadas la mayoría de las obsesiones que atraviesan las obras mayores de Dick. Basta detenerse en "La hormiga eléctrica", donde el protagonista, después de un accidente, descubre que no es un hombre, como siempre creyó, sino un simple robot y que en su caída arrastra consigo toda la realidad que lo circunda. O en "La fe de nuestros padres", donde surge la paranoia totalitaria que más tarde acosará al propio escritor, y en "Algo para nosotros, Temponautas", una de esas extrañas rupturas cronológicas que permiten que un personaje esté, al mismo tiempo, vivo y muerto. También hay espacio para una verdadera rareza de humor negro como "Las prepersonas", un cuento antiabortista en el que las posibilidades legales de interrumpir el "embarazo" se extienden hasta los doce años.
La verdadera obsesión de Dick no era el futuro. Ni hablar de su tiempo, aunque lo hacía, bajo el disfraz de una época lejana. Las preguntas que lo obsesionaban eran, en realidad, otras como: ¿qué es existir? ¿Qué es ser humano? ¿Qué es lo real? O, simplemente, ¿existe algo que podamos llamar realidad? Hacia el final de su vida, después de una poderosa iluminación mística, Dick llegó a creer que eso que tan a la ligera denominamos con ese nombre concluyente es una mera alucinación colectiva. Con fundadas razones, dadas sus ya demostradas dotes proféticas, podemos temer que se encuentre en lo cierto. No deja de ser un consuelo, mientras tanto, que esa alucinación pueda ser compensada por otra realidad más palpable y definitiva: la de sus libros.




