Los fantasmas de una ciudad sin tiempo
Dragones, serpientes, murciélagos, grifos: un bestiario de monstruos alucinantes en promiscua convivencia con sirenas, ángeles y piadosas imágenes de santos, que asoma con solo levantar la cabeza mientras se camina por las callecitas del Barrio Gótico o de la Ciudad Vieja. La Edad Media ha decantado aquí a través de los siglos y hoy Barcelona está llovida de signos y símbolos cuyo significado último escapa al viajero ocasional pero que imprimen en la ciudad el reflejo de otros mundos, el temblor de una dimensión metafísica que acecha desde piedras antiguas como el tiempo.
En la tradicional Rambla, fatigada por un río interminable de turistas, se tributa a esa atmósfera gótica desde el posmoderno siglo XXI de un modo más literal pero no menos sorprendente: el paseo está salpicado de estatuas vivientes que representan brujos, centauros o íncubos de sonrisa mórbida con las alas negras desplegadas. Con una producción que ya quisiera el mejor cine de clase B, parecen figuras escapadas de las viejas tapas que hacía Roger Dean en tiempos de la música progresiva.
Convengamos en que Barcelona, bellísima e inagotable, ya ha encontrado distintas versiones de sí misma en las páginas de Carmen Laforet, Juan Marsé, Eduardo Mendoza, Juan Goytisolo y Manuel Vázquez Montalbán, por nombrar solo algunos escritores que ambientaron sus novelas en ella. Y convengamos, también, en que hay una evidente correspondencia entre una de las posibles caras de la ciudad y las historias de misterio y terror gótico que salen de la pluma de Carlos Ruiz Zafón.
Vale la pena internarse en el corazón del Raval, el viejo barrio obrero que alberga la calle de L Arc del Teatre, donde Ruiz Zafón ubicó el para algunos borgeano Cementerio de los Libros Olvidados. Calles angostas, ropa tendida en los balcones, corrillos de chinos, indios y musulmanes en la puerta de las carnicerías islámicas y prostitutas a la pesca acodadas en zaguanes oscuros. La calle en cuestión, solitaria y perdida, ha de esconder unos cuantos secretos, eso es seguro.
Si uno se abandona y anda sin objeto por esa zona de la ciudad y los barrios contiguos, tarde o temprano llegará a otros escenarios de La sombra del viento o El juego del ángel, como la calle Portal de l Angel y la plaza de San Felipe Neri, descrita con justicia como "un respiradero en el laberinto de calles del Barrio Gótico".
Para aprovechar este aspecto iconográfico, la editorial Planeta entregó, durante la presentación a la prensa de la novela en el Teatre del Liceu, un cuidado dossier con fotos de época de los lugares, edificios y rincones de la ciudad que aparecen en El juego del ángel. Allí figuran la iglesia Santa María del Mar, construida en el siglo XIV y ubicada en el barrio del Born, la Plaza del Ángel en el Barrio Gótico, el cementerio de San Gervasio y el templo de la Sagrada Familia, la monumental obra que Gaudí dejó inconclusa.
De chico, Ruiz Zafón vivía a una cuadra de la iglesia, en el barrio Sagrada Familia. Pero pronto llegó a conocer las distintas zonas de la ciudad. "Yo me movía también por la Ciudad Vieja, por el Raval y por el Barrio Gótico -cuenta el escritor-. Pateaba la ciudad entera porque desde niño ayudaba a mi padre, que era y es agente de seguros, llevando papeles y pólizas a sus clientes. Entraba en todos los barrios, en todas las casas, y me gustaba ver cómo era la gente en cada sitio. Tengo la sensación de que conozco Barcelona por dentro y por fuera, por arriba y por abajo."
Buscar en la ciudad real esos lugares que en definitiva son producto de la imaginación puede resultar una tarea vana, a menos que se la tome como un juego. Porque, qué duda cabe, la Barcelona de Ruiz Zafón es una construcción. "Yo nunca he pretendido decir que la mía es una Barcelona real -dice el autor-. Al contrario, es una Barcelona estrictamente literaria. Lo que ocurre es que utiliza de un modo riguroso el referente de la ciudad real y su contexto histórico. Es decir, no frivoliza ni con las circunstancias históricas ni con su geografia física. Pero a partir de ahí la Barcelona de mis libros es una estilización, una hiperrealidad que no tiene nada de realista y no pretende tenerlo."
De cualquier modo, las correspondencias intangibles entre lo real y lo imaginado que señalábamos antes quizá tengan una explicación. "Yo he intentando respetar y mantener la integridad emocional de la ciudad -afirma el escritor-. Es decir, mis libros no traicionan la realidad pero la deforman, colocan cosas donde no las hay o crean determinados lugares en la ciudad que no existen pero podrían haber existido."
Moderna y antigua, tradicional y vanguardista, erigida en referente cultural por su inquieta actividad artística y por sus maravillas arquitectónicas, Barcelona es un espejo que parece no tener fondo. Ya habrá quien narre lo que palpita hoy en sus calles, donde viajeros, turistas y buscadores de mejor fortuna convierten la ciudad en una Babel de lenguas y culturas. Una aldea global del siglo XXI con toda la historia en sus espaldas.
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